Gutiérrez Mellado y el 23-F

Reiteradamente estos días, recordamos y se nos recuerda la incierta y trágica jornada del 23 de febrero de 1981. Dos cadenas de televisión han emitido sendas series sobre el tema, con cotas de audiencia extraordinarias. Ello se explica, aparte de por la calidad de sus guiones e interpretaciones, por el indiscutible interés de muchos ciudadanos por conocer las claves de un momento que marcó nuestra historia reciente. Han pasado 28 años. Muchos telespectadores no habían nacido, pero aún encuentran en amigos y familiares testigos directos, referencias vivas, por supuesto oscilando entre la objetividad y la pasional subjetividad. Aquí radica, en mi opinión, una de las causas del interés despertado.

Una cadena acierta iniciando el hilo de su relato en el País Vasco. Ciertamente, sin la presión asesina de ETA en aquel momento --que se cebaba, provocadora, contra militares, guardias civiles y policías-- no se concebiría aquella reacción. Las órdenes de Madrid de desactivar ikurriñas-trampa causaron muertes y mutilaciones innecesarias, cuando ya estaba oficiosamente decidida su legalización; la prohibición de dedicar homenajes y funerales --parte de la Iglesia tiene graves responsabilidades también-- propició que se convirtiera en mito a un teniente coronel de la Guardia Civil destinado en Intxaurrondo que defendía a morir a su gente y que sufría aquellas inciertas órdenes. Antonio Tejero tuvo el ascendiente necesario en la Benemérita para arrastrar a 300 hombres de un Parque de Automóviles de Madrid, que le siguieron aquel día al Congreso, pero que se habrían ido con él a conquistar Gibraltar, si él se lo hubiese propuesto.

Por supuesto, no pretendo justificar su acción. Pero, por supuesto, tampoco serían juzgados quienes con sus errores políticos empujaron a este hombre a la locura, mezclada esta con suposiciones, ambiciones y maniobras nunca esclarecidas de técnicas de contragolpe.

De todas las imágenes retrospectivas de aquel momento en el Congreso, destaca la figura, el genio, la reacción, de un personaje indiscutible: el general Gutiérrez Mellado. Pero, por encima del valor demostrado aquella tarde del 23-F, yo destacaría de su amplio haber que dictara una norma que para nosotros ha sido verdadera regla de oro: el militar que quisiera afiliarse a una opción política podía hacerlo, por supuesto, pero colgando el uniforme. El hecho de tener las armas, emanado del poder legítimo del Estado, impedía el ejercicio de toda actividad partidista. Y, pese a tentaciones y manipulaciones, las Fuerzas Armadas en su conjunto han cumplido la regla fielmente. Quedan para la pequeña historia casos aislados de personajillos que han sacado buenas rentas de sus afectos políticos.

Es una lástima que otras instituciones no encontrasen en aquellos momentos a su Gutiérrez Mellado. La neutralidad política debería ser norma de conducta de los servidores del Estado: no puede haber jueces o policías de derechas o de izquierdas, porque se resquebraja el sistema. Lo estamos viviendo. ¡Cuántas preocupaciones y problemas habríamos evitado a nuestra sociedad! ¿A tantas tentaciones arrastra el poder?
Escribo estas líneas cuando constato en reiteradas encuestas del CIS la buena valoración que tienen las Fuerzas Armadas ante la opinión pública. Pese a que pagamos muchos el pecado cometido por pocos el 23-F; pese a que hemos vivido supresiones de unidades históricas; a pesar de los continuos recortes presupuestarios; pese a la pérdida de nuestra Sanidad, de la venta de parte de nuestro patrimonio histórico; pese a que hemos sido moneda de cambio en campañas electorales, a que se aprueben leyes orgánicas sin consenso parlamentario, a que constantemente se reprogramen planes de estudios y leyes sobre nuestra función.

A pesar de todo eso, hemos seguido siendo leales servidores del Estado. Por esto aplaudimos a Obama cuando, en momentos de problemas graves en Irak y Afganistán, mantuvo al secretario de Defensa de la Administración de Bush. ¡Esto es política de Estado! Aquí habríamos cambiado hasta a los conserjes y escoltas. ¡Pero si las Fuerzas Armadas, y es lo que reconocen las encuestas, han sido la institución más flexible, más adaptada a los cambios generacionales y tecnológicos, las que han sabido aprender más de sus errores!

Por supuesto, en el carácter vocacional de la mayoría de sus componentes se encuentra el mérito, el valor añadido, el que permite contar con disponibilidades en 24 horas para acudir a cualquier rincón del mundo, el que compatibiliza aptitudes con actitudes.

Demos por más que superado el 23-F en lo que respecta a las Fuerzas Armadas. No hay más voluntad, no ha habido más voluntad durante estos años que la de servir. Estamos modernizados y abiertos a seguir modernizándonos al ritmo de nuestra sociedad. Pero no inventen ni fuercen nada extraordinario. Dejen que el modelo repose. No intenten arrastrarnos a romper la regla de oro de Gutiérrez Mellado. Es más: intenten trasladarla a otras instituciones del Estado. Todos saldríamos ganando.

Nos encantaría ver cómo la Justicia nos gana por goleada en las encuestas del CIS. El general Gutiérrez Mellado se alegraría también. Sería el mejor homenaje que podríamos tributarle al general este 23 de febrero del 2009.

Luis Alejandre, general.