Ha sido más que un error

El asalto, el lunes, de la Armada israelí a la Flota de la Libertad en aguas internacionales es un ataque frontal al derecho internacional. Las explicaciones de los portavoces del Gobierno o del Ejército son un insulto a la inteligencia. Ha llegado a decirse que entre los activistas por la paz había terroristas de Hamás y Al Qaeda o que los barcos llevaban armas (¿de destrucción masiva?) a Gaza. Solo una mente desinformada a voluntad vincularía Hamás ¿de quien se pueden criticar, con razón, los métodos y la ideología, pero no su vinculación exclusivamente al movimiento de liberación de Palestina¿ con Al Qaeda: nada le gustaría más que poder legitimar su fanatismo asesino con la causa palestina. Pero Hamás fue contundente en el 2007 al desmantelar la franquicia de Al Qaeda en Gaza, el Ejército del Islam. Y, un año antes, ningún partido palestino apoyó otra franquicia, Fatah al Islam, que controlaba el campo de refugiados palestinos de Nahr al Bared hasta que fue desalojado por el Ejército libanés.

La respuesta de la comunidad internacional ante una actuación que, en otras circunstancias, nadie dudaría en calificar de acto de piratería ha sido débil. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas emitió una declaración ¿sin carácter vinculante¿ en la que condenaba el asalto, lamentaba la pérdida de vidas, solicitaba la liberación de los activistas, pedía una investigación «rápida, imparcial, creíble y transparente» (¿se encargará el propio Gobierno israelí que ordenó el asalto?), calificaba la situación de Gaza de «insostenible» y abogaba por una solución negociada del conflicto. La UE no fue mucho más lejos y, mientras en muchas ciudades del continente estallaban manifestaciones de protesta, se limitaba a emitir un comunicado de condena de «la operación militar israelí en aguas internacionales», lamentaba la pérdida de vidas, recordaba la grave situación humanitaria de Gaza y abogaba por poner fin al bloqueo. Finalmente, la OTAN condenaba los hechos, lamentaba las muertes y pedía una investigación y la liberación de todos los detenidos.

A buen seguro, en los próximos días habrá campañas de intoxicación que hablarán de la violenta resistencia de los activistas, de las armas... Lo advertía dos días antes de lo ocurrido Gideon Levy (Haaretz) al afirmar que la «maquinaria de propaganda había roto todos los límites de la falsedad y la mentira» y se estaba afirmando que no «había crisis humanitaria en Gaza [...] que la ocupación ya había terminado [...], que la flotilla era un ataque a la soberanía israelí...». En el mismo periódico, poco después del asalto, Yossi Melman remachaba el clavo: Israel había caído en la trampa y había dado al mundo la imagen de un Ejército que no duda en utilizar la fuerza pese a causar muertos y heridos. Probablemente, escribía Melman, era lo que quería Hamás, lo mismo, añadía, que pretendían los organizadores del Exodus en 1947. Incluso desde posiciones opuestas, que hablan de provocación, Hoffman Gil (The Jerusalem Post) cree que Israel ha cometido un error que lo ha puesto contra las cuerdas ante la opinión pública internacional. Y más aún, el jefe del Mosad, Meir Dagan, advertía el martes que Israel se está convirtiendo en una carga para Estados Unidos.

Y, cómo no, se recurrirá al infalible argumento del antisemitismo para acallar las protestas. Pues no. El asalto de la Armada israelí no tiene nada que ver con el antisemitismo, sino con el derecho internacional, como creen muchos israelís, alarmados porque el Gobierno ha advertido de que hará lo mismo con otros barcos que intenten llegar a Gaza con ayuda humanitaria.

La crisis tendrá consecuencias: el rechazo de la opinión pública internacional, un daño de las relaciones con Turquía (el mayor aliado musulmán de Israel hasta la fecha y mediador en las negociaciones con Damasco), el distanciamiento de la UE y Rusia y de la política proyectada por Obama para Oriente Próximo, la dificultad de reanudar las conversaciones indirectas para llegar a un acuerdo de paz con la Autoridad Nacional Palestina, el empeoramiento de la situación en Gaza, las divergencias dentro del Gobierno y la opinión pública israelí...

Es por eso que la activista israelí por la paz Uri Avnery ha hablado de crimen contra el Estado de Israel o, mejor, contra el pueblo israelí —contra el palestino, el crimen, en forma de ocupación, hace ya más de 40 años que dura—. Quizá era esta la intención del Gobierno de Binyamin Netanyahu: romper todos los lazos internacionales y hacer de Israel un baluarte contra el resto del mundo. Se cumplirían, así, las palabras bíblicas del oráculo de Balaam: «He aquí un pueblo que habita aparte, no se le puede contar entre las naciones» (Números, cuarto libro del Pentateuco, 23:09). Este fatalismo —fundamentalismo religioso— impregna alguno de los análisis políticos en Israel, destinados a justificar el asalto (Zvi Mazel, The Jerusalem Post). En este punto habrá que convenir que, como me comenta un amigo israelí, «esto no tiene remedio, solo una imposición estadounidense y europea puede salvar a Israel de sí mismo».

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.