Ha sido un tiempo nuevo

El recuerdo al cuarto de siglo de la caída del muro de Berlín en 1989 es una de las conmemoraciones alegres en este 2014, frente al recuerdo emocionado del trágico centenario de 1914 o de los tres cuartos de siglo de 1939. Con el desmoronamiento del muro se produce un punto de inflexión al desaparecer los condicionantes de la escisión ideológica Este-Oeste y permitir al sistema internacional de Naciones Unidas aflorar valores y objetivos compartidos por la Humanidad más allá de los Estados.

El colapso de la larga y brutal dictadura comunista en la Unión Soviética conllevó el fin de las dictaduras en el Este y, con ello, poner fin a la fractura ideológica de Europa. La rapidez y el modo -sin resistencia- con la que se desintegraron los regímenes comunistas fue vertiginosa e inimaginable pocos meses o años antes. Lo que lleva a otra reflexión sobre los miedos que atenazan cíclicamente a las relaciones internacionales; las consignas del poder político y sus intereses en el corto plazo impiden con demasiada frecuencia análisis independientes para dar resonancia a cortesanos y a aficionados.

Como todos los grandes acontecimientos, no son hechos aislados y repentinos aunque no fuéramos capaces de verlos en lontananza. El Este europeo no era un todo uniforme a pesar de la aparente sumisión. Hubo pueblos sometidos que nunca aceptaron la indignidad del comunismo, como lo demostraron los levantamientos en Berlín en 1953 -y el goteo diario hacia Berlín Oeste de personas que no podían soportar aquel régimen-, o en Budapest en 1956, en Praga en 1968 y sostenido hasta 1989, o en Varsovia desde 1980... Las telecomunicaciones (cine, televisión...) hicieron fracasar el intento de aislar a esos pueblos sometidos y ocultarles las condiciones materiales de bienestar y libertad, tanto en países vecinos europeos como de otros continentes. Igualmente, la debilidad económica de la URSS, dependiendo su pan de cada día de su enemigo americano, convirtió su dominación en una superchería militar. Mijail Gorbachov tuvo el mérito de ser consciente de la inmensa debilidad y fracaso de la economía planificada; habían perdido todas las carreras, la económico-social del bienestar, la armamentista, la espacial o la tecnológica que iniciaba su andadura. La progresiva dependencia global de las economías acabó por hundir aquel sistema y llevarlo a una transición, traumática para la inmensa mayoría de los ciudadanos comunes del vasto Este europeo, aunque con un final, hoy, bastante positivo en perspectiva histórica para el conjunto de esa población. Cabe recordar algunos efectos inmediatos y muy beneficiosos para todos de aquel proceso. Sin duda, la unificación alemana (3 de octubre de 1990) y la aceleración que representó el Tratado de la Unión Europea de Maastricht (1992) que consagraba la fuerza intelectual, política y socio-económica de la Alemania unida al servicio de la integración europea, más allá de críticas coyunturales ligadas a la larga crisis. La Carta de París para una Nueva Europa (noviembre de 1990 con posteriores renovaciones en el marco de la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea) reconocía que ya no había enemigos entre los europeos y se proclamaba la democracia como «el único sistema de gobierno» de las naciones europeas.

El Pacto de Varsovia se derrumbó en 1991 casi tan abruptamente como el sistema que defendía. También algunos conflictos armados internos internacionalizados como los de Angola, Mozambique o Nicaragua se diluyeron con el fin de la bipolaridad ideológica. No se erradicó la guerra, no se desterró la violencia armada, no fue el fin de la Historia. Ahora bien, es un hecho contrastado (informes de Naciones Unidas, Banco Mundial, Cruz Roja...) que incluso a pesar de conflictos pasados como el de la ex Yugoslavia y otros en África, o actuales como el de Siria, Irak, Palestina, R. D. del Congo y otros, nunca hubo tan pocos muertos por guerras como en este cuarto de siglo tras la caída del muro en 1989 y que hoy las situaciones de violencia son en número cuatro veces menor que entonces. Pocos, pero algunos dividendos de la paz.

Aquel entendimiento no significaba una era de paz definitiva para todos, pues la colaboración y la confianza entre grandes potencias y antiguos bloques no garantizan la paz en todas las situaciones. Aunque algunos conflictos eran un enfrentamiento interpuesto entre las dos grandes potencias hasta 1989, sin embargo, en muchos conflictos armados internos los factores endógenos son determinantes y están relacionados con las circunstancias mismas de la descolonización, las dificultades de la construcción nacional, la rapiña de su clase política, el subdesarrollo y la desigualdad económico-social. La misma disolución territorial de la Unión Soviética o de Yugoslavia no se hizo de forma controlada y limitada y ha dado lugar a guerras alimentadas por el nacionalismo étnico y fundamentalismo religioso, quebrando la paz y seguridad de los europeos.

Hasta 1989, el valor de la democracia no era apreciado de forma general por la comunidad internacional. Ni se ligaba al respeto de los derechos humanos ni al valor primordial finalista del Derecho Internacional, la paz. Por el contrario, se vinculaba a Europa y al mundo occidental. Los recelos hacia el valor democracia se derrumbaron con el mismo muro y ahora hasta las más tenebrosas dictaduras hacen elecciones (simulacros). La modernidad en lo político y social supone aceptar que la globalidad cultural conlleva paradigmas comunes en lo político para la Humanidad. Con el fin de la Guerra Fría y la dilución de la escisión ideológica, se ha ido asentando la idea de que la estabilidad y el bienestar de una sociedad se vincula a instituciones democráticamente elegidas; para Europa y Occidente en general es un gran triunfo lograr el consensus planetario en torno a la imbricación entre derechos humanos y democracia.

La liberación ideológica facilitó la organización de una conciencia pública internacional. Las organizaciones no gubernamentales de dimensión internacional representan una parte de la comunidad internacional que ha sabido actuar de diversas formas para presionar sobre Estados y conferencias internacionales. Frente a la actitud de los Estados, las ONG se interesan por la dignidad de los pueblos y unas relaciones interdependientes, exigiendo a sus gobernantes, con limitado éxito, una mayor coherencia con los valores de la política exterior y la acción normativa internacional, ya sea medioambiental, humanitaria o financiero-comercial.

El conflicto Este-Oeste ocultaba otros procesos evolutivos y tensiones. Es un hecho evidente que desde 1989, los Estados son más vulnerables, entre otros factores debido al contexto político-económico de la globalización que ha favorecido a actores no estatales. Se ha difuminado el poder; son más determinantes las adscripciones étnicas, territoriales, culturales y religiosas que las ideológicas, sustituyendo el tribalismo nacionalista y los fundamentalismos religiosos a la antigua lucha ideológica en los puntos de ignición de crisis. No deja de ser paradójico que en la era de la globalización de los derechos humanos, la justicia, la economía y la crítica de la sociedad civil internacional, resuciten las invenciones tribales identitarias poniendo en peligro la paz social y la modernización de las estructuras nacionales e internacionales.

En fin, con la caída del muro de Berlín se inició «un momento de profundos cambios y de históricas esperanzas» para abordar los viejos conflictos y los problemas nuevos de nuestra época tras aquella gran reconciliación sin la hipoteca del odio al otro. Aunque no todos lo entendieron así y su odio triunfalista les hace dar «lanzadas a moro muerto».

Araceli Mangas es catedrática de Derecho Internacional Público y RRII de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España.

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