Habermas, Ucrania y el dilema de Europa

Un hombre de edad casi bíblica, 92 años, sale de su apacible senectud para hacerse, intelectual y moralmente, presente ante los acontecimientos que vive Europa, 77 años después de la Segunda Guerra Mundial y 33 desde el final de la Guerra Fría, con los cañones sonando de nuevo ante nuestras puertas y en medio del shock traumático de una destrucción criminal. El filósofo alemán J. Habermas, último representante de la Escuela de Frankfurt y cuasi preceptor político de Alemania, publicó en abril en el Süddeutsche Zeitung de Múnich un largo artículo sobre la invasión de Ucrania titulado "Guerra e indignación", cuyo propósito es defender una racionalidad prudente frente a las fuertes reacciones emocionales que se están desatando en su país. El ensayo-artículo defiende distintas tesis. Estas son, en resumen, las centrales.

Primera, defensa de la víctima, Ucrania, y condena total del agresor, Rusia. Para Habermas, es comprensible la indignación de la población ante una agresión tan ilegítima y ante tanta matanza infame. Entiende que haya un sentimiento rabioso en los ciudadanos y un fortísimo rechazo a Putin, quien ha desencadenado esta guerra contra todos los principios del derecho internacional y pisoteando las reglas humanitarias más elementales.

Segunda. La contienda ha desatado en Alemania un fuerte debate acerca de la ayuda -militar- que debe prestarse a Ucrania. Lo más irritante para Habermas es la dogmática moralista de ciertos críticos contra la prudente y cautelosa estrategia del canciller Scholz. Quien ya fijó en el Spiegel su posición: "Nos oponemos con todos los medios al sufrimiento que Rusia está causando a Ucrania, pero sin que eso desemboque en una escalada descontrolada que cause sufrimientos infinitos a todo el continente e incluso al mundo entero".

Tercera. Fue Occidente quien decidió, razonablemente, no convertirse en "partido de guerra". Estamos en medio de un grave dilema: no se puede permitir la derrota de Ucrania, pero tampoco que el conflicto escale a la Tercera Guerra Mundial. Para Habermas, una guerra contra una potencia nuclear no puede ganarse militarmente. La amenaza atómica implica que el amenazado no puede librarse de su situación mediante una victoria, sólo le queda llegar a un compromiso que salve la cara de los contendientes. Con otras palabras, Rusia dispone de una ventaja asimétrica sobre la OTAN, quien, ante el apocalipsis de una guerra nuclear, no puede convertirse en "parte/partido de esa guerra". Es Putin quien decide qué tipo de ayuda militar se considera una entrada formal en guerra. Ante el riesgo de causar una devastación mundial, no es recomendable jugar al póker.

Cuarta. No convertirse en "partido de guerra" no significa que Occidente entregue a su suerte a Ucrania. Abandonar a Ucrania sería un escándalo político y moral, y supondría además poner en peligro a Georgia, Moldavia y otros, hasta llegar al Báltico. La entrega de armamento puede tener una influencia favorable. Pero Occidente tiene que sopesar cuidadosamente cada paso que dé en su apoyo militar a Ucrania por si eso supone traspasar el límite, indeterminado, de la entrada formal en guerra. Tampoco es bueno arrinconar a Putin porque se volvería más imprevisible. Una "política de amedrentamiento" le dejaría manos libres, y escalaría el conflicto.

Quinta. Elucubrar sobre las condiciones psicológicas de Putin, al estilo de lo que se hacía en los mejores tiempos de la sovietología especulativa, tampoco ayuda demasiado. Pintarlo como un maniaco nostálgico de un pasado glorioso que busca, con la bendición de la iglesia ortodoxa y de ideólogos autoritarios, la reconstrucción del Imperio Ruso no refleja adecuadamente la posible actitud calculadora de alguien criado a los pechos de la KGB. Todas esas especulaciones no hacen más que aumentar la incertidumbre del dilema en el que nos encontramos, que exige prudencia extrema y máxima cautela.

Sexta. Esta nueva realidad estratégica ha despertado a muchos jóvenes de sus ensoñaciones pacifistas y les está llevando, en virtud de altas exigencias morales, a una fuerte identificación con las posiciones de los líderes ucranianos, que no siempre son adecuadas ni ajustadas. Algo así ocurre con la ministra -'verde'- de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, nuevo icono alemán. No es que los pacifistas se hayan convertido en realistas, es que se pasan de realismo, emocionalizados en demasía. Deberían ser conscientes de que este tipo de conflictos no se solucionan con la clásica fórmula de victoria/derrota.

Ante la posibilidad de una devastadora guerra atómica, situaciones como ésta sólo pueden resolverse con diplomacia y sanciones. Lo que no significa que haya que entregarse a un pacifismo absoluto; es decir, paz a cualquier precio. Entre otras cosas, porque no es admisible reducir la propia existencia política a la mera supervivencia. La oposición a la guerra no puede traspasar una línea roja: convertirnos en siervos del autoritarismo. Consiguientemente, una normalidad impuesta no es una alternativa a una vida libremente elegida.

Séptima. Según Habermas, tampoco es casual que estos fervorosos defensores del cambio radical de postura alemana sean antiguos izquierdistas y liberales que, vista la nueva constelación de superpotencias, se apresuran a adoptar una perspectiva que era ya hace tiempo evidente: que la Unión Europea no puede permitir que su forma de vida política sea desestabilizada desde el exterior, o vaciada desde dentro. La Unión sólo podrá ser un verdadero actor político si es capaz de sostenerse, también militarmente, sobre sus propios pies. La reelección de Macron nos ha dado un último plazo (final). Pero tenemos que encontrar una salida constructiva a nuestro dilema. Esa esperanza es la que se refleja en la formulación prudente de la meta: que Ucrania no debe perder la guerra.

Hasta aquí, Habermas. Este artículo profesoral, irreprochable en tantos puntos y criticable en otros, no deja de ser un cuidado equilibrismo teórico entre principios evidentes. Una tópica receta socialdemócrata. Con algunas extralimitaciones innecesarias. El ensayo confirma que los filósofos no dan mucho de sí como gobernantes. El problema lo enunció mejor Goethe: "Los hombres de acción no tienen conciencia, la conciencia es cosa de los observadores". El verdadero dilema -de Habermas, de Europa y de los sistemas políticos- está en que no hay respuesta racional a actos de alta irracionalidad. Es el antiguo peligro de las democracias: su eterna debilidad contra las graves ensoñaciones ideológicas o pasionales.

Dogmatismo absurdo

Con otras palabras, la facilidad que ofrecen (por sus tolerancias y permisividades) para que el supuesto "gran hombre" (monstruo) se "cuele" en el sistema y, en virtud de su pulsión, acabe con todo. Frente a eso, de poco sirve la sonora medicina de la "Teoría de la acción comunicativa" (famoso título de Habermas); o sea, la pócima milagrosa del diálogo. Nosotros, a nuestra escala, tenemos un caso de ese tipo. Con Putin, Europa lo tiene a escala más trágica. Se cae en esa aporía por las propias debilidades, concesiones e inconsciencias, todas "crédulas". Cuando uno se ha dormido en demasiados laureles, la racionalidad, sobre todo la tardía, sirve de poco. Llevamos mucho tiempo ignorando alarmas. Creyendo en supuestos falsos. E incurriendo en permisiones absurdas. Basadas todas en una excesiva confianza en que el mundo había alcanzado, después del trágico siglo XX, la definitiva racionalidad política. Un dogmatismo absurdo, hijo de la ingenuidad y del deseo.

La aporía, ya que es más que un dilema, sigue siendo la misma: hoy como siempre es casi imposible para los sistemas impedir que el temerario inmoral se cuele en las entrañas de las democracias para, apoderándose de ellas con sus fétidas promesas/actuaciones, acabar con el orden racional, aplastar a los rivales, desactivar poderes e instituciones, y convertirse en autócrata oriental. Como enseñó la tragedia alemana -que ignoró la antigua advertencia de Ovidio ("Principiis obsta")-, no hay más que una estrategia posible: "defenderse en los inicios". Porque de nada vale luego la medicina cuando ya el mal ha avanzado demasiado por la negligente demora en la respuesta.

Luis Meana, escritor y filósofo.

1 comentario


  1. Dónde está nuestra racionalidad occidental? Cuando Rusia aceptó la propuesta de Zelenski en las negociaciones de Estambul ¿Quién saboteó el acuerdo?
    Luis Meana me resisto a hacer un chiste con tu apellido pero lo voy a hacer con los europeos, somos unos auténticos meapilas. ¿Hasta cuándo vamos a pretender que ignoramos que esta es una guerra diseñada por nuestro primo de zumosol transatlántico? Toda esta desgracia responde a un plan que lleva años trazado y que nuestro querido hegemón occidental ya ni se preocupan ocultar sino que admite abiertamente. Si uno sigue con avidez las declaraciones de diferentes partes de la administración americana durante las últimas décadas esto se hace tan patente que artículos como este más papistas que el Papa se tornan tragicómicos.

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