Habitación sin puertas

Leí alguna vez que en Gran Bretaña, uno de los dichos en política es que nunca debes entrar en una habitación de la que no conoces la puerta de salida. Es decir, no generes problemas ni plantees dilemas de los que desconoces las alternativas viables que permitan cambiar de escenario. Las peripecias de estos días nos van demostrando que nos hemos metido en una habitación de la que no solo desconocemos las vías de salida, sino que, además, la puerta por la que hemos entrado es ya absolutamente impracticable. No hay vuelta atrás, pero tampoco conocemos por dónde salir con una relativa dignidad.

Nadie en su sano juicio puede pretender que después de lo sucedido volvamos al politics as usual de hace años y menos después de anunciar lo que se quiere hacer con la aplicación del 155. Si el regreso a la legalidad que preconizan desde el Gobierno y sus aliados consiste en regresar al ejercicio ordinario de la autonomía previo a la sentencia del TC del 2010, olvídense de ello. El regreso a la normalidad no pasará por desandar los pasos dados y regresar a la casilla de salida. Tampoco es creíble la hipótesis de la reforma constitucional planteada por los mismos sectores.

Cualquiera que lea los programas electorales de PP, C’s y PSOE verá que están lejos de los anhelos de autogobierno y la necesidad de reconocimiento de la identidad nacional de Catalunya que congrega a dos terceras partes de la ciudadanía catalana. Peor aun si analizamos el pacto de gobierno vigente entre PP y C’s. Lo más lejos que se ha ido es a la Declaración de Granada del PSOE, en la que solo los más imaginativos pueden llegar a ver algún atisbo de salida. No hay puerta de regreso.

La política consiste precisamente en hallar salidas allí donde los técnicos y expertos quizá no las contemplan. Así se hizo con el ya conocido caso del referéndum de Andalucía y la falta de mayoría suficiente en Almería. Donde no llegaba el análisis jurídico, llegó el acuerdo político. Pero, en el caso que nos ocupa, el Gobierno ha empezado a hacer política en el tiempo de descuento, y lo ha hecho además cuando llevaba tiempo usando la vía jurídica para tratar de compensar su inacción política.

Lo que ahora ocurre es que los tiempos políticos y los tiempos jurisdiccionales no coinciden. Se puede estar negociando cualquier cosa por un lado y por el otro alguien (aplicando la ley a un tipo delictivo planteado por el fiscal tratando de castigar por elevación –sedición– lo que como máximo era un desorden público), acaba encarcelando a personas de las que nadie duda de su quehacer cívico y pacífico.

Puertas que abren los políticos, son cerradas por los jueces, a los que es difícil acusar de algo que no sea seguir su propio ritmo y el camino marcado por quien ha iniciado esa senda. No hay puerta alguna a abrir si se sigue con la DUI. Esperar que vengan desde fuera de la habitación a generar una vía de escape, generando ruido, provocando situaciones económicas de riesgo o esperando que el efecto contagio genere esa intervención, es bastante ilusorio. El lío en el que están metidos en Europa con el brexit no permite albergar muchas esperanzas. Y los de dentro de la habitación son suficientemente conocidos como para esperar que se queden quietos dejando que abramos una puerta independiente.

¿Alguien cree que el 155 es una llave que abra alguna puerta? Más que una llave parece un candado o un embrollo aún más grande. Nadie lo había usado nunca. Es una nueva salida jurídica a un conflicto político, con la única ventaja de su novedad. En la versión que trasladó este sábado Rajoy se ha optado por cargarse la autonomía «para ver si se recapacita», combinado con «convocatoria electoral para ver si hay más suerte en el futuro».

Cualquiera que conozca mínimamente el escenario político catalán sabe que hay pocas posibilidades de propósito de enmienda o de alteraciones en la correlación de fuerzas entre las familias que conviven en nuestra hipotética habitación. Y las medidas anunciadas pueden acabar provocando efectos más contraproducentes, como hemos ido observando en las últimas semanas.

No soy optimista. La habitación cerrada sigue estando ahí. Es una habitación que, a su vez, es un espacio común donde cada vez resulta más difícil seguir coexistiendo manteniendo las buenas costumbres de vecindad y la convivencia. Muchos de sus habitantes hacen grandes aspavientos, otros se muestran simplemente afligidos y transitan cabizbajos. El ruido sigue aumentando, pero seguimos sin ver por dónde salimos.

En vez de enviarse cartas y amenazas hubieran podido aprovechar la cercanía para hablar y verse. Seguramente nadie convencerá al otro, pero exploraríamos si reconociendo al otro en su dignidad, en su ser distinto y al mismo tiempo común, podemos hallar resquicios de luz por donde avanzar. De momento aumenta la desazón y sigue la oscuridad.

Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política (Universitat Autònoma de Barcelona).

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