Hablar con ETA

Por Josep-María Terricabras, catedrático de Filosofía de la Universitat de Girona y miembro del Institut d'Estudis Catalans (EL PERIÓDICO, 28/01/04):

A principios del mes de enero, el líder de ERC, Josep Lluís Carod-Rovira, mantuvo una entrevista con altos dirigentes de ETA en un lugar secreto cercano a Perpinyà. En algunos medios la noticia ha provocado escándalo; en otros, confusión y sorpresa. El escándalo me preocupa poco: en general, se han escandalizado los que siempre se escandalizan, tanto cuando oyen hablar de cambiar la Constitución o de hacer una consulta popular, como cuando Catalunya se define como nación. Hay gente que no resiste bien los cambios sociales y políticos. Por ello no se puede hacer excesivo caso a quienes todo les parece escandaloso.Pero la entrevista de Carod también ha provocado confusión en otros muchos ciudadanos que justamente tienen un buen aguante democrático. ¿Por qué? Quizá porque han intuido que la acción del líder republicano ha mezclado muchas cosas que no tenían que mezclarse. A continuación intentaré distinguir algunas.

UNO. Los demócratas sabemos que los votos no lo son todo, que lo que sostiene y consolida una sociedad es el carácter respetuoso, dialogante y pacífico de sus miembros. Evidentemente, no deben respetarse sólo las opiniones que nos gustan ni hay que dialogar sólo con quien nos da la razón. El diálogo y el respeto son más necesarios cuando son más difíciles y más urgentes. Esto justifica que se hable con el contrario, incluso con el enemigo. Por lo tanto, hay que poder hablar con todo el mundo.

Dos. Los demócratas también sabemos que ETA no es una simple asociación ciudadana, sino un grupo armado que nació durante la dictadura. Sus crímenes no pueden ser tolerados, sino perseguidos y castigados. Aunque si algún día se llega a proclamar el fin de ETA no será sólo porque casualmente ya no haya muertos o porque creamos que todos sus militantes están en la cárcel. El final de ETA no se producirá por derrota o por decreto, sino cuando los que prestan apoyo a su proyecto decidan explícitamente abandonarlo. Y esto deberemos saberlo todos. Por eso, habrá que hablar con ellos y deberá acordarse cuanto sea necesario. Es lo que se ha hecho con el IRA. Y también tendrá que hacerse con ETA. Ojalá ocurra pronto.

Tres. En el pasado, los gobiernos del PSOE y del PP han hablado con ETA, por desgracia sin éxito. Ahora parece que ni el PP ni el PSOE desean volver a hacerlo. Por lo visto, ETA tampoco está dispuesta a ello. De momento, pues, la situación es desastrosa precisamente porque los interlocutores de ambas partes se niegan a dar ni un solo paso en la dirección de la solución definitiva. El inicio de esta solución sólo llegará con un cambio de actitud y de estrategia por ambos lados.

Cuatro. No hay nadie que, a título personal, pueda desencallar la situación. La aventura protagonizada por Carod no encaja en absoluto en el cambio necesario de estrategia, que sólo depende de ETA y del Gobierno español. Esto lleva a pensar que el gesto de Carod ha sido bien intencionado aunque muy inocente. En el estado actual de cosas, ETA ya no tiene la iniciativa de la paz. Es el Gobierno español quien la tiene. Es él quien debe querer hablar, buscar interlocutores e intermediarios. Las preguntas que debía haberse hecho Carod eran: ¿por qué ETA quiere hablar conmigo tres años después de habérselo pedido? ¿De qué puedo hablar yo con ETA? Ni Carod ni el Govern tienen poder de interlocución en este conflicto. Y con ETA sólo hay que hablar cuando se sabe a ciencia cierta que se hablará del fin de la violencia. Cualquier otro encuentro es claramente sobrero y, por lo tanto, innecesario.

CINCO. El gesto de Carod, pues, es criticable no por atrevido --como quiere hacer creer el Gobierno--, sino por inútil, por no tener ninguna incidencia en el futuro de la paz de Euskadi. Sin querer, el encuentro ha hecho más bien un grato servicio a los aparatos de propaganda tanto de ETA como del PP. Ya se encargarán estos de amplificar algo anecdótico que no tiene --ni puede tener-- ninguna importancia. Lo amplificarán, pero, justamente porque unos y otros saben --cada cual a su modo-- que esto desestabiliza las fuerzas democráticas. La mejor manera de no desencallar el conflicto vasco es radicalizar las posiciones, divulgar sospechas, fabricar fantasmas. Un conflicto no se resuelve cuando se logra hacerlo intratable.Como muchos otros ciudadanos, Carod-Rovira tiene el mérito de querer tratar el conflicto. Aunque esta vez no ha acertado en el modo de hacerlo.

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