Hablemos de Europa

Muchos se preguntan estos días ¿dónde está Europa? Los medios nos han mostrado imágenes de la llegada a Italia de un equipo de médicos cubanos, de la colaboración de los militares rusos, de la recepción del material sanitario donado por China... Mientras, se señala la insolidaridad de la Unión Europea. ¿Responde esta imagen a la realidad, a los hechos, a los datos? ¿Ha sido tan decepcionante, hasta la fecha, la respuesta europea? Creo que para responder a esta pregunta es preciso atender a tres consideraciones.

En primer lugar, los Tratados disponen que las competencias en salud pública permanecen en manos de los Estados miembros. La Unión sólo puede apoyar su acción, nunca sustituirla. La armonización de las disposiciones nacionales de salud pública está expresamente prohibida. Las decisiones tomadas estos días relativas a confinamientos, cierre de comercios, servicios sanitarios… corresponden a los veintisiete Estados miembros, que han respondido, con mayor o menor acierto, en función del avance de la enfermedad en sus territorios. A este respecto, a cada cual, lo suyo. Quien tiene la competencia tiene la responsabilidad. Por lo demás, no olvidemos que quienes hoy critican la inacción de la Unión son precisamente los que se oponen a transferirle nuevas competencias.

En segundo lugar, tras el desconcierto inicial, la Comisión y el Banco Central Europeo tomaron medidas contundentes en aquellas materias conexas en las que la Unión sí tiene la capacidad de actuar. Se adoptaron medidas extraordinarias para apoyar la economía: el BCE respondió con toda la artillería anunciando un ambicioso programa de compra de deuda por valor de 750.000 millones que frenaría la escalada de las primas de riesgo en Italia y España; la Comisión impulsó una primera iniciativa de inversión de 37.000 millones, así como la flexibilización de las normas relativas a las ayudas de Estado y al Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que exige a los Estados controlar el déficit público. Es difícil exagerar la relevancia de estas medidas, que con frecuencia parecen pasar desapercibidas en los medios. La Comisión adoptó también medidas para proveer a los Estados de material sanitario: organizó licitaciones conjuntas para comprar equipamiento, ofreció gratuitamente a las empresas los estándares de producción, instó a Francia y a Alemania a retirar las medidas iniciales que limitaban la exportación de material sanitario y exigió autorización previa para exportar dicho material fuera de la Unión. También tomó decisiones para potenciar y financiar a escala europea la investigación del Covid-19. Los Estados miembros también dieron muestras de solidaridad: las donaciones de material sanitario a Italia y a España superaron con creces las provenientes de China; se organizó la repatriación conjunta de ciudadanos; Alemania, Austria y Luxemburgo trasladaron a sus hospitales enfermos de otros Estados…

En tercer lugar, conviene situar las recientes desavenencias en torno a la posible mutualización de la deuda pública en su debido contexto. España, Italia, Francia y otros seis Estados reclamaban el 25 de marzo la necesidad de dar un paso en la integración y mutualizar la deuda, es decir, emitir eurobonos. Una propuesta que ronda desde hace años el debate europeo y que recibe tanto apoyo en Estados muy endeudados, como España e Italia, como rechazo en los partidarios de la ortodoxia fiscal, como los Países Bajos y Alemania. Estas diferencias se han puesto de manifiesto en el último Consejo Europeo. Las expectativas frustradas de Italia y España, muy castigados por la enfermedad, han generado una imagen de división y muchos han acusado a la Unión de insolidaria.

También yo creo que hay muchas razones económicas y políticas para avanzar, en esta crisis sin precedentes, en la unión fiscal. No obstante, las reticencias de los líderes de Alemania y de los Países Bajos no deberían sorprendernos en tal medida. También ellos tienen que responder ante sus Parlamentos y su opinión pública. Sus reticencias a dar el gran salto en la integración que implicaría la mutualización de la deuda no significa ni que los europeos sean insolidarios, ni que la Unión sea inútil. En los últimos días se han propuesto también otras medidas: fondo de garantía de inversiones, líneas de crédito del MEDE, reaseguro europeo de desempleo… Veremos qué acuerdan los gobiernos esta semana.

La UE no es perfecta. No resolverá todos nuestros problemas, como tampoco lo hacen los Estados miembros, ni sus regiones, ni sus ayuntamientos… Nuestros socios no serán siempre generosos cuando sus intereses estén en juego. Los líderes de la Unión no serán siempre los más capaces. Tampoco en España podemos presumir de solidaridad interterritorial y... ¡qué decir de los líderes españoles! Pero no olvidemos que, en la UE, con todas sus fortalezas y sus limitaciones, España ha vivido los mejores años de su historia reciente. La Unión es aún, de lejos, la mejor alternativa para el futuro de una Europa cuya demografía y economía pierden, sin prisa, pero sin pausa, peso relativo en la escena global.

España debe jugar sus cartas y reclamar que, más allá de un gran mercado, la Unión es un espacio de valores comunes y solidaridad. Pero juzgar y condenar setenta años de integración, como hacen algunos, por la resistencia neerlandesa a emitir eurobonos es una simplificación, así como un grave error. Alentar el euroescepticismo, trasladando a Bruselas culpas que no le corresponden, o planteando que una Unión sin eurobonos es insolidaria o inútil es una irresponsabilidad que el Gobierno de España no se puede permitir.

Belén Becerril es profesora de Derecho de la Unión Europea de la Universidad CEU San Pablo.

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