Hace 25 años denunciamos los abusos de los Legionarios de Cristo. Hoy seguimos exigiendo justicia

En esta foto de archivo del 30 de noviembre de 2004, el Papa Juan Pablo II da su bendición al padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, durante una audiencia especial en el Vaticano. (AP Photo/Plinio Lepri, File)
En esta foto de archivo del 30 de noviembre de 2004, el Papa Juan Pablo II da su bendición al padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, durante una audiencia especial en el Vaticano. (AP Photo/Plinio Lepri, File)

Escribo con mi pensamiento en las ocho personas que hemos sido víctimas de diversos delitos muy graves por parte de miembros de los Legionarios de Cristo, así llamados sacrílegamente por su depravado fundador, Marcial Maciel Degollado. La congregación es sostenida y encubierta aún por la jerarquía del Vaticano, a pesar de las muchas evidencias presentadas en su contra por las ocho víctimas que hemos sido revictimizadas desde que, en 1997, hablamos frente los medios internacionales y ante a la inseparable trinidad Iglesia-Santa Sede-Estado Vaticano.

Hace un cuarto de siglo, el 23 de febrero de 1997, The Hartford Courant —un pequeño pero digno y valiente diario histórico de Connecticut, Estados Unidos— se atrevió a presentar nuestras graves revelaciones sobre los abusos sexuales y la vida satánica de Maciel, gran amigo del entonces Papa Juan Pablo II. Hoy, los sobrevivientes queremos reiterar nuestro testimonio en recuerdo de los tres compañeros que han fallecido en este tiempo mientras esperaban justicia, la cual todos exigimos.

Nuestros testimonios ante The Harford Courant fueron anteriores a la publicación del reportaje de The Boston Globe, en 2002, sobre los abusos cometidos a niños por parte de curas en Estados Unidos —que después se contaron en la película Spotlight—. Y del “rescate” por parte del Vaticano del cardenal Bernard Law, máxima autoridad de la Arquidiócesis de Boston cuando sucedieron estas agresiones.

Tras nuestras declaraciones, fuimos atacados inmisericordemente por Maciel y por los directivos de los Legionarios de Cristo mediante falsos testimonios notariados de cuatro antiguos compañeros —Armando Arias Sánchez, Jorge Luis González Limón, Juan Manuel Correa y Valente Velázquez Camarena—, quienes fueron instigados para acusarnos de haber urdido supuestamente una conspiración contra el fundador de la congregación. También mediante dos cartas falsas publicadas en The Hartford Courant que, alevosamente, atribuyeron al entonces muy gravemente enfermo obispo belga-chileno monseñor Polidoro Van Vlierberghe, quien años después, en Santiago de Chile, nos declaró al doctor Arturo Jurado Guzmán y a mí que Maciel y los directivos de la Legión de Cristo habían falsificado su firma.

Las ocho víctimas revictimizadas presentamos después, el 17 de octubre de 1998, ante Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una demanda canónica perfectamente fundamentada contra el fundador de los Legionarios, la cual hasta la fecha no ha tenido respuesta canónica. Las ocho víctimas tampoco hemos recibido jamás ninguna contestación a la carta abierta que, en la revista Milenio, dirigimos a Juan Pablo II el 8 de diciembre de 1997 y que entregamos en original, el 13 de enero de 1998, al entonces nuncio apostólico en México, Justo Mullor García, quien prometió entregarla en las manos del Papa y no lo cumplió.

En diciembre de 1999, recibimos de nuestra canonista y abogada ante el Vaticano, la doctora austriaca Martha Wegan, la jurídicamente absurda respuesta a nuestras exigencias —la cual probablemente escuchó de instancias superiores en la Santa Sede— de que “es mejor que ocho hombres inocentes sufran injusticia y no que miles de católicos pierdan la fe”. Pero la reciente historia social y religiosa, tanto en Europa como en América, demuestra que es precisamente por tales injusticias y encubrimientos que la deserción de la Iglesia católica es cada día mayor.

El espíritu de la cláusula locus regit actum del derecho internacional privado señala que un acto delictivo está sometido a las condiciones legales del país o estado donde fue cometido. Si la adaptamos al ámbito de los medios, será necesario que la Legión de Cristo reconozca su culpa y pida perdón por el doble engaño que hicieron, en febrero de 1997, a The Hartford Courant, en sus mismas páginas. Cinco de las ocho víctimas que inicialmente hablamos públicamente dimos oportunidad a directivos del más alto nivel de la Legión a hacerlo, pero se han negado.

Hay obligaciones morales de justicia y dignidad humanas que no prescriben jamás, pero los altos directivos de la Legión de Cristo, totalmente al margen del espíritu del Evangelio y de la más elemental digna conducta humana, se han negado a reconocer estos engaños contra los medios y contra sus propias víctimas, los hombres que dijimos la verdad hace un cuarto de siglo. Marcial Maciel Degollado y los superiores de la Legión de Cristo son los auténticos conspiradores contra sus acusadores.

Nosotros tenemos un sincero reconocimiento y agradecimiento para The Hartford Courant y para el periodista Gerald Renner —a cuyo funeral acudimos a Connecticut en 2007— por habernos acompañado hace un cuarto de siglo en nuestra denuncia. Atendieron la causa de ocho hombres atacados injustamente por el poder y ante el engaño de quienes más deberían practicar la verdad y la justicia.

Siempre he admirado el periodismo que trasciende la cotidianeidad. Me atraen los autores que luchan contra el olvido. Ernest Dimnet, en The Art of Thinking, hablaba sobre la responsabilidad de los periódicos y nos invitaba a considerarlos como lo que realmente son: páginas de la historia. El autor resentía que los lectores de admoniciones previas a la Primera Guerra Mundial no hubiesen prevenido los desastres ya próximos. Muy parecidas a las actuales llamadas de atención a la Iglesia católica sobre las deserciones masivas de fieles escandalizados por las depredaciones infligidas a sus miembros más inocentes y encubiertas por la alta clerecía.

Quieran Dios y la sociedad abierta que The Hartford Courant, con la misma dignidad de antaño y con un actual sentido de profesionalismo, retome nuestra causa que, con responsabilidad histórica, es también causa suya.

Hoy pedimos también a la sociedad que nos apoye en nuestra exigencia de un desagravio moral y legal ante las mismas fuentes editoriales internacionales en las que fuimos falsamente acusados de un crimen que nunca cometimos. Y una reparación económica conforme a los estándares legales de donde se publica el diario en el que fuimos atacados falsamente. Hay que recordar que cada vez que se comete una injusticia impunemente, se subraya la libertad del opresor para que siga oprimiendo.

José Barba-Martín es doctor en Filosofía y Letras. Excatedrático numerario en el ITAM, en México. Fue uno de los primeros denunciantes contra Marcial Maciel y comandatario legal del caso ante el Vaticano.

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