Hacer a Estados Unidos global otra vez

Al Drago/Pool/Getty Images
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El orden internacional liberal sigue atrapado en el siglo veinte. Mientras autocracias como China y Rusia amplían sus esferas de cooperación, Estados Unidos responde fortaleciendo agrupamientos regionales propios, como la OTAN y el «Quad» (el cuadrilátero del Indo‑Pacífico formado por Estados Unidos, Japón, Australia y la India). En vez de eso, Estados Unidos necesita una mirada global centrada en valores e ideas, no en países.

Las variantes autocráticas emergentes plantean nuevos desafíos a las aspiraciones democráticas, de Crimea a Taiwán. En Europa oriental y en el este de Asia, el creciente uso de tácticas semibélicas pone en peligro la integridad territorial de los países, el mantenimiento de sistemas comerciales abiertos, las elecciones democráticas, las cadenas de suministro tecnológicas y el Estado de Derecho. Estas amenazas iliberales ya no son cuestiones que afecten exclusivamente a Europa, Estados Unidos o Asia. Atentan contra todas las sociedades abiertas, contra la vigencia internacional de los derechos humanos y contra la democracia misma.

Por desgracia, los marcos internacionales que promovió Estados Unidos después de 1945 no son adecuados para fomentar un diálogo entre las sociedades liberales. El G7, la OTAN, la Unión Europea y el Quad son agrupamientos regionales demasiado distintos para poder dar una respuesta mundial firme.

Tomemos por ejemplo la cuestión de los semiconductores. Los más avanzados son fundamentales en tecnologías emergentes como la biotecnología, la computación cuántica y la inteligencia artificial, y los producen casi exclusivamente Estados Unidos, la UE y sus aliados asiáticos. Pero los fabricantes de semiconductores dependen de un sistema global de comercio y personal capacitado en el que China está muy integrada. No hay en la actualidad ningún foro democrático donde consensuar criterios respecto de estándares internacionales, controles a las exportaciones o la cooperación industrial.

Estados Unidos, la UE y sus aliados democráticos en Asia (dotados de economías tecnológicamente avanzadas y altos niveles de vida) representan en conjunto alrededor de la mitad del PIB global. Pero para proteger y renovar sus cimientos económicos y relacionarse con las autocracias desde una posición de fuerza, Estados Unidos necesita una estrategia que no puede ser meramente transpacífica o transatlántica; tiene que incluir a todo el mundo democrático.

El gobierno del presidente Joe Biden tiene (o al menos, tenía) una visión de cooperación democrática global, pero centrada en países más que en temas. El secretario de Estado Antony Blinken y el ensayista y analista Robert Kagan pidieron en 2019 la creación de una «liga de democracias». Y durante la transición presidencial, Biden anunció que tenía intención de convocar a una «cumbre de democracias» en su primer año de mandato. Pero el gobierno tropezó con la misma piedra contra la que chocan todas esas iniciativas: la dificultad de definir la pertenencia al club democrático liberal. Por eso rebautizó la reunión como «cumbre para la democracia», y al parecer la pospuso hasta el año entrante.

El acento de la cumbre no debería estar puesto en la democracia en sí misma, sino en los valores básicos que todas las democracias liberales atesoran: la sociedad abierta, el Estado de Derecho, el sistema de gobierno representativo, las oportunidades económicas, la privacidad, la seguridad, la libertad de expresión, la justicia y la igualdad.

Para ello, Estados Unidos debe hallar una forma de cooperar con estados más pequeños, con el objetivo de congregar a una variedad de países en el apoyo a normas y estándares democráticos concretos en temas importantes. Jared Cohen, del Council on Foreign Relations, y Richard Fontaine, director ejecutivo del Center for a New American Security, sostienen que esta clase de «microlateralismo», una combinación de «liderazgo de los países pequeños y participación de los estados grandes» puede ser un «componente clave del instrumental de acción colectiva de los Estados Unidos».

Un buen punto de partida podría ser elaborar un código de prácticas recomendadas para la respuesta de sociedades abiertas a la pandemia. Por ejemplo, el desempeño de Taiwán frente a la COVID‑19 ha sido uno de los mejores, a pesar de su proximidad con el territorio continental chino y la falta de vacunas. El asesor de seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan, elogió el manejo taiwanés de la pandemia y señaló que Estados Unidos tiene «mucho que aprender» de la capacidad del país para combatir la desinformación y enfrentar los desafíos de una sociedad democrática interconectada. Estados Unidos podría pedir a Nueva Zelanda que presida o copresida un foro de estados dispuestos a elaborar una serie de principios o un código de conducta para la respuesta a las pandemias, al que se podría bautizar con el nombre de la ciudad anfitriona (como el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático).

Pero la participación en ámbitos de esta naturaleza no debería ser solamente gubernamental. La sociedad civil, las universidades, la industria, las entidades benéficas y las organizaciones religiosas son multiplicadores de fuerza del dinamismo democrático. Durante la pandemia de COVID‑19, instituciones como la Universidad Johns Hopkins y desarrolladores de vacunas como Pfizer‑BioNTech han cumplido un valioso papel inmunizando a la sociedad contra la desinformación y contra el virus, respectivamente. El dinamismo de estos actores no gubernamentales es una de las fortalezas exclusivas de las democracias liberales en comparación con los sistemas autoritarios.

Además, foros de esta naturaleza pueden ayudar a difundir prácticas democráticas para el combate a la desinformación. Estonia, que tras una serie de ciberataques paralizantes en 2007 elaboró una estrategia digital multifacética para el refuerzo de sus instituciones democráticas, es un excelente ejemplo del modo en que la tecnología cívica puede aumentar la resiliencia contra la hostilidad autocrática. Su visa para «nómades digitales» (que permite a ciudadanos de muy diversos países teletrabajar desde Estonia) promueve la integración de nuevas experiencias en el sector privado y el fortalecimiento de lazos culturales con otras sociedades abiertas. Estos ejemplos de ingenio e innovación realzan el valor de la libertad y muestran cómo la creación de normas democráticas y su difusión pueden servir de base a un modelo multicéntrico de gobernanza para el siglo veintiuno.

El gobierno del presidente Biden se prepara para las próximas reuniones del G7 y de la OTAN, pero importantes democracias como Australia, Nueva Zelanda, la India, Sudáfrica, Taiwán y Corea del Sur no participarán de ellas (aunque el RU sumó a algunos de esos países como invitados en la reunión del G7). Un mecanismo eficaz que permita a los estados democráticos liberales la elaboración conjunta de estrategias puede ayudar a Estados Unidos a poner en orden sus asuntos internos y proveer un liderazgo basado en valores, en temas como los derechos humanos, la seguridad, la gobernanza tecnológica, las cadenas de suministro e incluso la fiscalidad corporativa internacional. Las democracias emergentes o que están en riesgo, viendo una oportunidad en vez de una elección forzada, tomarán nota.

La estrategia estadounidense para hacer frente a los desafíos de las autocracias debe ser global en vez de regional; plural en vez de unitaria; y centrada en temas en vez de países. Hace más de un siglo, tras la pandemia anterior, Estados Unidos fue el motor de la creación de un nuevo orden internacional. Hoy debe liderar desde el centro, no desde el frente, codo a codo con muchos otros países, para aprovechar una oportunidad única de actualizar el modelo de una sociedad global más interconectada, inclusiva y democrática.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-11), is CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Unfinished Business: Women Men Work Family. Kazumi Hoshino-Macdonald is Senior Associate at WestExec Advisors. Traducción: Esteban Flamini.

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