¿Hacia dónde va la revolución egipcia?

La revolución de Egipto derrocó a un dictador en febrero, pero el futuro del país como democracia estable y efectiva sigue siendo incierto. Naturalmente, Occidente está limitado en su capacidad para modelar el proceso de transición. No obstante, siguen siendo considerables las posibilidades de ejercer una influencia, por lo que debería mostrarse receptivo a quienes en Egipto son partidarios de ideas liberales, instituciones democráticas y una amplia distribución de los beneficios del desarrollo económico.

Las próximas elecciones parlamentarias son una simple fase temprana en una larga lucha (tal vez durante decenios) para crear el nuevo Egipto. ¿Gravitará éste hacia la teocracia islámica o adoptará un gobierno secular que respete los derechos de las minorías? ¿Qué políticas económicas –estatista, liberal o alguna combinación de las dos– garantizará mejor la justicia social y una amplia distribución de la prosperidad? ¿Se puede establecer el control civil del ejército? ¿Sobrevivirá la estructura de seguridad regional constituida en torno a los Estados Unidos, Egipto e Israel?

Las elecciones de noviembre no resolverán esas cuestiones fundamentales y no es seguro que se cree un marco constitucional viable. Es probable que surja un sistema parlamentario de gobierno, incluido un primer ministro y un consejo de ministros, y es muy posible que la presidencia quede eclipsada, en particular si se aplazan las elecciones presidenciales. La incógnita fundamental es la composición de la coalición gobernante.

No parece probable que surja un solo partido de las elecciones con suficientes escaños parlamentarios para gobernar por sí solo. Así, pues, será necesario un gobierno de coalición. El brazo político de los Hermanos Musulmanes (el partido Justicia y Libertad) es actualmente el mejor organizado y puede estar en las mejores condiciones para formar una coalición mayoritaria, incluidos elementos salafistas.

En cambio, los partidos liberales seculares aún no han desarrollado organizaciones eficaces ni han proyectado concepciones convincentes para el futuro. Aunque abunda la opinión en pro de un Estado secular, será difícil reunir una coalición que pueda hacer de opción substitutiva o contrapeso de los Hermanos Musulmanes. A corto plazo, el contrapeso más probable podría ser una coalición liberal con un importante componente de ex miembros del Partido Democrático Nacional (PDN) del depuesto Presidente Hosni Mubarak, es decir, los que no hayan quedado desacreditados por su asociación con él.

La normativa electoral favorece a los que estaban organizados antes de la revolución. Una tercera parte, aproximadamente, del nuevo Parlamento estará compuesta de candidatos sin partido. Las redes establecidas y basadas en la familia, las lealtades locales y las afiliaciones tribales serán factores decisivos en la votación. Esas circunstancias pueden favorecer a los candidatos sin partido asociados con los Hermanos Musulmanes y al antiguo PDN, en particular en el Egipto rural.

Los cambios posteriores a las elecciones en la composición de las coaliciones podrían complicar la situación y dificultar aún más la gobernabilidad. El reparto del poder entre los socios de la coalición será un asunto complicado, incluidos los pactos entre bastidores con el ejército, que insistirá en la adopción de medidas para salvaguardar sus intereses.

La atmósfera política de Egipto sigue siendo inestable. Las esperanzas de un mejoramiento económica son enormes. El primer gobierno elegido democráticamente puede pagar un temprano precio político, en caso de que fracase.

El punto de partida para Occidente a la hora de intentar contribuir a la transición de Egipto debe ser el reconocimiento de que será necesario un compromiso paciente y a largo plazo. La eficacia de dicho compromiso dependerá primordialmente de la persuasividad de las prescripciones normativas de Occidente y no del volumen de ayuda financiera.

Los países del G-8 ya han prometido su apoyo al Egipto posterior a Mubarak, incluidos el alivio de la deuda, la ayuda económica y garantías de préstamos. Esos pasos son importantes, aunque su aplicación será larga y sus probables repercusiones modestas, al menos a corto plazo. Egipto ya ha declinado el apoyo del Fondo Monetario Internacional.

Pero, aparte de un programa de reformas respaldado por el FMI, si el marco normativo del gobierno egipcio es apropiado, afluirán recursos del sector privado, incluida inversión extranjera que contribuya a la creación de empleo y al desarrollo económico. Ése es el mensaje que Egipto necesita captar y hacer suyo. Los gobiernos del G-8 deben mantener urgente y reiteradamente contactos discretos, estructurados y coherentes con sus homólogos egipcios sobre las reformas económicas necesarias para crear prosperidad.

Es demasiado pronto para juzgar la magnitud de las fuerzas internas que promueven políticas económicas liberales. La necesidad de desarrollo económico podría inclinar intrínsecamente a las autoridades hacia políticas económicas orientadas al mercado (sensibles para con las consideraciones de “justicia social”) y un ambiente abierto en materia de inversiones.

Las fuerzas poderosas dentro de la comunidad empresarial egipcia permanecen silenciosas de momento, pero con el tiempo se reafirmarán. Muchos intereses empresariales con capacidad para la creación de empleo desean la continuación de las reformas orientadas al mercado iniciadas hace un decenio (que produjeron tasas de crecimiento impresionantes), pero son partidarias de la ampliación de la prosperidad y de la erradicación de la corrupción. Además, unos medios de comunicación independientes podrían reforzar la opinión democrática y promercado.

De hecho, los gobiernos occidentales deben seguir utilizando sus cauces de comunicación con el ejército egipcio y los futuros dirigentes civiles para alentarlos a que cumplan con el Estado de derecho, actúen con contención y respeten la libertad de expresión, También será necesario que se mantengan cuidadosamente los acuerdos regionales sobre seguridad.

Por último, los países que respalden un Egipto democrático deben centrarse en alentar los pilares institucionales y sociales del proceso democrático y la reformas del mercado, cosa que depende del desarrollo de una sociedad civil sólida, tolerante con el debate abierto, y partidos políticos liberales fuertes, además de una participación activa de las mujeres y los medios de comunicación independientes.

Hará falta tiempo para conseguir un amplio apoyo público. Las organizaciones privadas sin ánimo de lucro y la empresa privada, en lugar de los gobiernos directamente, son las mejor equipadas para impartir esa clase de capacitación y conocimientos técnicos sobre desarrollo de la capacidad de dirección y la creación de infraestructura. La tarea de los gobiernos democráticos es la de facilitar recursos que hagan posible la prestación de esa ayuda.

Por Olin Wethington, ex Secretario Adjunto del Tesoro para Asuntos Internacionales de los Estados Unidos y presidente de una empresa de asesoramiento empresarial centrada en los mercados en ascenso. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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