Hacia el fin de la dictadura siria

Bashar el Asad es un presidente que no lucha por su reelección. No. Lucha para no morir. No es de esas personas que reconocen sus errores y ceden el poder a un sistema democrático. El poder. Lo heredó de su padre Hafez, un dictador tranquilo que reinó durante más de tres decenios convirtiendo a Siria en un estado policial, asesinando a unas 20.000 personas en Hama (2 de febrero de 1982). Bashar y uno de sus hermanos matan cada día a ciudadanos desarmados que salen a las calles a manifestarse pidiendo lo que los ciudadanos tunecinos y egipcios reclamaron antes que ellos: dignidad, libertad, justicia, todo ello bajo el vocablo de la democracia.

Pero la familia El Asad no está acostumbrada a que se la critique y aún menos a que se pida su salida del poder. Aquellos que intentaron oponerse a esta familia y a sus agentes están o muertos, asesinados, o encarcelados, o desaparecidos o exiliados. Hoy en día la situación ha variado. El miedo está a punto de cambiar de bando. No creo que el doctor Bashar (es médico) duerma tranquilamente. Seguramente debe tomar alguna pastilla y aumentar el nivel de la seguridad, su seguridad... Ya ha visto cómo acabó Gadafi. Esas atroces imágenes le han afectado especialmente. Dentro de sí, él sabe que su posición es insostenible. Sabe que no es querido, que no es popular, sabe que debería dejar su cargo y marcharse a ejercer su oficio a un país en que se le necesite. Pero no se irá. Matará cada día a tantos ciudadanos como haga falta. Sus oídos están cerrados. Su espíritu está bloqueado. La situación geoestratégica de su país le ayuda. Eso es lo que le ha permitido amenazar al mundo con un “segundo Afganistán” en la región si se llegara a producir una intervención extranjera. Es vecino de Israel, que sigue ocupando el Golán, es vecino de Iraq, donde el terrorismo actúa con frecuencia, es vecino de Turquía, que ha acogido a decenas de miles de refugiados sirios y ha dejado de exportarle petróleo; es vecino de Jordania, que no quiere formar parte de esta historia, y finalmente es vecino de Líbano, que vive la situación siria con el corazón encogido, pues todo es posible, incluido el regreso del ejército sirio a Líbano, de donde tuvo que salir en el año 2005.

No es posible una intervención exterior. No se puede venir a ayudar a un pueblo en peligro de muerte. Bashar lo sabe y se aprovecha de esa impunidad.

El país está dividido en varias minorías: los alauíes (10% de la población), que gobiernan Siria desde hace 40 años; los chiíes, los suníes y los cristianos, que son alrededor de un millón. Por temor a lo desconocido, los cristianos han dado su apoyo a Bashar el Asad entendiendo que si el país estalla ellos serían los primeros en pagar la factura. Tanto más cuanto que Irán sigue financiando el movimiento islamista Hizbulah, implantado en Líbano y en Siria.

Lo que podría suceder en los días o semanas próximos es un golpe de Estado militar que derrocara a El Asad e impusiera un sistema transitorio hasta que la oposición siria en el extranjero se organice algo más, ya que está dividida en varios puntos. El pasado 15 de noviembre celebró una reunión en El Cairo para discutir el futuro de Siria. De entrada pide a la opinión mundial que la Coalición Nacional Siria, que agrupa a gran parte de la oposición, sea reconocida como el “representante legítimo del pueblo sirio y de la revolución”.

Se organizaría una salida forzada de la familia El Asad para poner fin a una situación que atenta gravemente no sólo contra los derechos humanos sino también a la imagen de un Estado que acaba de ser suspendido de la Liga Árabe tras haber sido condenado por Estados Unidos, Europa y la mayoría de países miembros de las Naciones Unidas, a excepción de China y de Rusia, que quieren salvaguardar sus intereses en esta región. Dieciocho de los veintidós miembros de la Liga Árabe han decidido no sólo excluir a Siria de la organización sino que han votado también sanciones económicas. Según la Organización de las Naciones Unidas, ha habido ya 3.500 muertos en ocho meses, lo que ha llevado a la organización Human Rights Watch a acusar a Damasco de “crímenes contra la humanidad”.

El régimen de la familia El Asad se ha acabado. Lo constata todo el mundo. Queda por saber cuándo y cómo se hará efectivo ese final. ¿Será sangriento o diplomático? En cualquier caso, los hermanos El Asad saben que su destino llega a su fin y que serán perseguidos por la justicia siria y la del Tribunal Penal Internacional. No se puede matar impunemente a miles de ciudadanos inocentes y desarmados y pasar página como hizo su padre tras la masacre de Hama. Recordemos que Henry Kissinger sentía una gran admiración por este dictador, fino estratega, que acabó sus días en la cama.

Por Tahar Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt.

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