En mi primer artículo, publicado el pasado lunes, expuse las razones por las que creo probable un ataque estadounidense contra Irán. En este segundo artículo me referiré a los preparativos al efecto.
La primera medida estriba en la necesaria preparación de la opinión pública, medida en parte adoptada al proclamar la estrategia de defensa nacional que declaró que "Estados Unidos es un país en guerra" y advirtió de que "bajo la dirección del presidente, derrotaremos a nuestro adversario cuando, donde y como elijamos hacerlo...".
La segunda medida consiste en mostrar que los métodos alternativos para afrontar las amenazas proferidas contra Estados Unidos no han funcionado. A este propósito, Estados Unidos se ha dirigido al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y a sus países miembros en particular, al objeto de indagar su grado de disposición a la adopción de alguna iniciativa; la respuesta ha sido tibia.
Los europeos han hablado de sanciones, pero cualquier iniciativa en este sentido topará con la actitud de China y Rusia, frontalmente opuestos a cualquier pérdida o merma de su acceso al petróleo, como ya sucedió en los casos de Turquía y Jordania en el decenio de los años noventa. En cualquier caso, resulta dudoso siquiera que sanciones de carácter draconiano disuadieran al Gobierno iraní de la adopción de determinadas iniciativas si así lo juzgara menester para su supervivencia. En consecuencia, los consejeros neoconservadores propugnan el ataque militar.
Recientemente, los líderes mundiales se han pronunciado de modo terminante contra la idea de un ataque militar: la canciller alemana, Angela Merkel, declaró el pasado 6 de septiembre en el Bundestag que "la opción militar no es una opción". Durante su discurso, el ministro de Asuntos Exteriores chino señaló a su vez que "China propugna que esta cuestión se resuelva a través de la negociación y el diálogo y de forma pacífica. Nuestra posición sigue sin variar al respecto". El ministro de Asuntos Exteriores francés dijo el pasado 5 de septiembre que Francia no respalda una acción militar. Según las noticias periodísticas, el Gobierno británico ha comunicado a la Administración Bush que no tomará parte en ninguna acción armada contra Irán. Seguramente el único defensor de la acción militar es Israel.
La acción militar se ha venido planeando desde las guerras de Afganistán e Iraq y podría adoptar una de las siguientes tres modalidades o una combinación de varias de ellas: un ataque estadounidense de carácter exclusivamente aéreo, una invasión terrestre a la manera de los ataques de 1991 y el 2003 contra Iraq o un estímulo a un ataque israelí.
La acción preventiva en el marco de los principios de la doctrina sobre seguridad nacional contempla, sobre todo, la opción de un bombardeo aéreo. Se trata de una posibilidad seductora, porque Estados Unidos no dispone de suficientes tropas de combate para llevar a cabo una invasión terrestre. Además, según parece, los generales de la Fuerza Aérea estadounidense son de la opinión de que incluso por sí solo un ataque aéreo podría borrar del mapa (destruir) la totalidad de las instalaciones nucleares iraníes sospechosas y arrasar de tal modo Irán que podría acarrear la caída del régimen.
¿Qué comportaría un ataque aéreo de tal naturaleza? Lo que conllevó en Iraq proporciona al menos una pista inicial: en el curso de unas 37.000 salidas, la Fuerza Aérea estadounidense lanzó 13.000 municiones de racimo que esparcieron un total de dos millones de bombas y disparó
23.000 misiles. La Marina de guerra lanzó 750 misiles de crucero que arrojaron un total de 680 toneladas de explosivo. En la actualidad, se dispone de armamento más potente. El general de la Fuerza Aérea Thomas McInerney facilitó al semanario Weekly Standard,de orientación neoconservadora, el pasado mes de abril un inventario de armas mejoradas.Incluyen bombas antibúnker mucho más potentes y de mayor precisión. McInerney señaló que un bombardero B-2 puede lanzar 40 toneladas de explosivos dirigidos de manera independiente a distintos objetivos. Realmente, este tipo de bombardeo aéreo podría eclipsar la política de "aterrar y sobrecoger" del 2003 y sería mucho más destructivo que la campaña militar de 1991 o las asoladoras operaciones aéreas contra Vietnam. Sin embargo, ¿daría resultado?
Se ha señalado que el bombardeo israelí de Líbano puede considerarse como la realización de una prueba. Seymour Hersh ha dado cuenta en The New Yorker de conversaciones mantenidas con mandos militares estadounidenses en activo y en la reserva y con expertos en servicios de inteligencia, quienes le comentaron que se había considerado como "el preludio de un eventual ataque preventivo estadounidense para destruir las instalaciones nucleares de Irán".
Las operaciones causaron daños terribles y mataron a mucha gente, pero no lograron alcanzar su misión. Como afirmó el vicesecretario de Estado estadounidense, Richard Armitage, "si la principal fuerza militar de la región - las fuerzas armadas israelíes- no pueden aquietar un panorama como el de Líbano, con una población de cuatro millones, con mayor razón habría que sopesar detenidamente la idea de aplicar un esquema similar en el caso de Irán, de honda dimensión estratégica y poseedor de una población de 70 millones de habitantes... Lo único que los bombardeos han conseguido hasta ahora es cohesionar a la población libanesa frente a los israelíes".
Los planes de la Fuerza Aérea han topado en efecto con la oposición de los generales veteranos del Ejército de Tierra y la Marina. En escasísimas intervenciones en público, aunque con frecuencia en privado, han llegado a afirmar que se trata de planes viciados de origen y que incluso en el caso de una operación bélica que comenzara con un ataque aéreo sería inevitable el recurso a la fuerza terrestre.
Ahora bien, pese a los temores y recelos de los militares profesionales, el experto en seguridad nacional y cuestiones nucleares Joseph Cincirione manifestó en el número de marzo de la revista Foreign Policy que durante sus conversaciones mantenidas con altos funcionarios del Pentágono y la Casa Blanca le habían persuadido de que la decisión en favor de la guerra ya se había adoptado.
Por su parte, el diario The Washington Post ha informado de que al menos desde el mes de marzo de este año nutridos equipos del Pentágono y distintos servicios de inteligencia han estado trabajando en el diseño de planes de invasión de Irán; además, la sección de Irán del Departamento de Estado se ha reforzado, de modo que se ha constituido en grupo de trabajo específico que informa directamente a Elizabeth Cheney, hija del vicepresidente estadounidense y vicesecretaria de Estado para Oriente Próximo. El Pentágono ha hecho lo propio, creando un grupo de trabajo a las órdenes del neoconservador Abram Shulsky. Asimismo, se ha enviado una avanzadilla a Dubai con el cometido de coordinar los planes al efecto. El pasado día 2 de octubre salió con destino al golfo Pérsico una potente flota de apoyo al portaaviones USSD wight D. Eisenhower, cuya llegada está prevista para una semana antes de las elecciones al Congreso, en noviembre, y que deberá reunirse con la flota homóloga del portaaviones Enterprise. Entre tanto, la Fuerza Aérea de Estados Unidos se prepara oportunamente en bases al efecto en torno a Irán y lugares más distantes. Tales fuerzas podrían llevar a cabo ataques capaces de empequeñecer las operaciones aéreas contra Iraq.
Los líderes de Irán - así se me ha dicho de fuente solvente y de confianza- están convencidos de que todo esto no es más que un farol. En mi próximo artículo analizaré lo que sucederá si están equivocados.
William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado en la presidencia de John F. Kennedy. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.