Hacia la salida del túnel

Ayer, 19 de febrero del 2008, Fidel Castro anunció su retirada. Tras 50 años de actividad, Fidel renuncia a sus cargos en la política cubana. Ni siquiera por el hecho de que 50 años son muchos años sabemos que lo suyo no fue un hobby, o una afición ocasional. No estuvo todo este tiempo en el poder como quien no quiere la cosa.

De estos 50 años pocos recordarán hoy sus fotos de 1959 posando delicadamente en Central Park, los misiles soviéticos apuntando desde Cuba a Estados Unidos, apenas unos años después, listos para destruir dos tercios de las ciudades norteamericanas, la invasión cubana a Somalia en 1979 y la cesión del espacio aéreo cubano a los narcotraficantes colombianos en los ochenta.
Estos episodios dispares de su vida tal vez parezcan incongruentes con su defensa de las causas del tercer mundo, con su insistencia en que este mundo debe ser repartido con más igualdad, y la mayoría de los lectores recordarán que Fidel, al analizar los tiempos que corren, suele decir cosas ciertas. Sin embargo, lo que creo que importa recordar hoy es que Fidel ha postergado el compromiso de Cuba con la modernidad. Nuestra generación escuchó una y otra vez en las universidades de la isla que las críticas contemporáneas al socialismo eran frivolidades de filósofos burgueses ajenos a las auténticas fuerzas de la historia. Cuba no es un ejemplo de actividad antiglobalizadora, de gestión ecológica de los recursos, de consolidación de los derechos individuales o de creación de nuevos modelos productivos.

En la Cuba de Castro la historia oficial dividía el tiempo entre lo que había pasado en el mundo antes del advenimiento de Marx y después de su canonización, y se nos decía que tarde o temprano nuestra revolución se extendería por el mundo hasta llegar al corazón de Estados Unidos. A estos efectos, se extinguieron la actividad editorial, la prensa de izquierda, la actividad de sindicatos arraigados en las clases trabajadoras y se apostó por modelos maximalistas de producción económica, mientras el exilio se convertía en la primera fuente de ingresos nacional. Millones de cubanos abandonaron la isla supuestamente hipnotizados por las bondades del consumo. Y la isla fue separada inexorablemente de los males que según Fidel contaminarían a todos los cubanos. En realidad la revolución cubana sublimó su discurso hasta el punto de hacerlo intangible y frágil a todo lo externo y hasta el punto de asfixiarlo en una retórica premoderna. El Estado cubano no es laico, está fundado en un culto que el propio Fidel se ocupó de no proyectar como un culto a su personalidad. Tal vez por eso el día en que la URSS se hundió y dejó de subvencionar a Cuba fue relativamente fácil aferrarse a Martí, a los héroes nacionales, para ocupar el lugar de Marx.

Sé que es difícil describir con precisión a qué me estoy refiriendo porque, en definitiva hablo de una espiral de irracionalidad del discurso político, del hecho de que ese discurso lanzado al vacío se convierte en algo supuestamente sublime, no contaminado por las mezquindades de la vida cotidiana pero igualmente ineficaz para afrontar el presente más inmediato. De manera que Fidel nos deja un extraño legado: sus empresas familiares y las de los altos oficiales de sus servicios secretos se extienden por el mundo alimentando a la nueva oligarquía nacional, mientras su discurso planea como una nube azul, límpida y pura sobre todos los casos de corrupción y nepotismo que aparecen en la prensa internacional.

Billones de dólares en bancos suizos que no son, según parece, patrimonio de su familia porque figuran en las cuentas del Estado cubano que él y lo suyos controlan y que, esperamos, sean invertidos con prontitud y de manera racional. Un Ejército mastodóntico en número pero equipado con armamento obsoleto... Demasiadas contradicciones y demasiado tiempo en el poder hacen que no podamos ser ingenuos. El poder sigue siendo el poder y el dinero sigue siendo el dinero por más que los manuales de marxismo en sus días --y en el presente los héroes nacionales-- digan lo contrario.

Hoy empieza un nuevo episodio en la historia de Cuba. Aún no hemos salido del túnel, pero el de hoy es al menos un paso más hacia la salida.

Radamés Molina