Con el fin de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, los japoneses, llenos de profundo remordimiento, iniciamos un camino de reconstrucción y renovación de nuestro país. Las acciones de nuestros predecesores causaron un gran sufrimiento a los pueblos de Asia, y es algo que jamás debemos olvidar. En este sentido, sostengo los puntos de vista que expresaron otros primeros ministros de Japón antes que yo.
En virtud de nuestro remordimiento y de la admisión de nuestras acciones, los japoneses hemos creído por décadas que debemos hacer todo lo que podamos para contribuir al desarrollo de Asia y trabajar sin escatimar esfuerzos en pos de la paz y la prosperidad de la región.
Estoy orgulloso del camino que tomamos, pero no lo hemos recorrido solos. Hace setenta años, cuando Japón quedó reducido a cenizas, no pasó un mes sin que ciudadanos de los Estados Unidos enviaran o trajeran obsequios como leche para nuestros niños, abrigos e incluso cabras. Sí, en los primeros años después de la guerra, llegaron a Japón 2036 cabras estadounidenses. Los antiguos enemigos se convirtieron en íntimos amigos.
Y Japón fue el primero en beneficiarse con el sistema internacional de posguerra que promovió Estados Unidos, al abrir su propio mercado y abogar por una economía mundial liberal. Luego, a partir de los años ochenta, vimos el ascenso de la República de Corea, Taiwán, los países del grupo ASEAN y, no mucho después, China; países todos que emprendieron la ruta de desarrollo económico que el orden mundial abierto creado por Estados Unidos hizo posible.
Japón no fue un mero testigo, sino que aportó capital y tecnologías para colaborar con el crecimiento de estos países. Estados Unidos y Japón promovieron la prosperidad regional, punto de partida de la paz. Hoy, ambos países saben que deben seguir liderando la promoción de un orden económico internacional basado en reglas (justo, dinámico y sostenible) en el cual todos los países puedan prosperar, sin sujeción a las arbitrariedades de ningún gobierno nacional.
No podemos ignorar la existencia de talleres esclavos y serios problemas ambientales en el mayor centro de crecimiento del mundo (el mercado del Pacífico). Tampoco podemos permitir que algunos aprovechadores atenten impunemente contra la propiedad intelectual. Por el contrario, debemos difundir y cultivar nuestros valores compartidos: el Estado de Derecho, la democracia y la libertad.
Tal es exactamente el propósito del Acuerdo Transpacífico. El valor estratégico del ATP es mucho más que los beneficios económicos que promete, ya que también busca convertir un área que equivale al 40% de la economía mundial y un tercio del comercio internacional en una región de paz y prosperidad duradera para las generaciones futuras. Las negociaciones entre Estados Unidos y Japón ya están cerca de alcanzar el objetivo. Debemos usar nuestro liderazgo conjunto para llevar el ATP a buen puerto.
Sé lo difícil que ha sido este camino. Hace veinte años, yo mismo me opuse a abrir el mercado agrícola de Japón, e incluso me manifesté con representantes de los agricultores frente a la Dieta Nacional.
Pero el sector agrícola japonés lleva dos décadas de caída. La edad promedio de nuestros agricultores aumentó diez años, a más de 66. Para garantizar la supervivencia de nuestra agricultura debemos hacer amplias reformas, entre ellas a las cooperativas agrícolas, que siguen iguales desde hace 60 años.
También son tiempos de cambio para las empresas japonesas. Hemos reforzado la gobernanza corporativa en Japón, y ahora es totalmente coherente con las normas internacionales. Y estoy promoviendo una remodelación normativa en sectores como la medicina y la energía.
Además, estoy decidido a hacer cuanto sea necesario para revertir la contracción de la fuerza laboral japonesa. A tal fin estamos cambiando algunos viejos hábitos y, en particular, empoderando a la mujer japonesa para una participación más plena en todas las áreas de la vida.
En síntesis, Japón atraviesa una amplia transición hacia un futuro más abierto, y estamos decididos a continuar con las reformas estructurales necesarias para el éxito.
Pero esto depende de que se mantenga el estado de paz y seguridad que nos legó el liderazgo de Estados Unidos. En los años cincuenta, mi abuelo, Nobusuke Kishi, era primer ministro de Japón, y eligió el camino de la democracia y la alianza con Estados Unidos. Junto con ellos y con otras democracias de ideas similares ganamos la Guerra Fría. Estoy decidido a continuar ese camino, que de hecho, es el único viable.
Japón y Estados Unidos deben hacer todo lo posible por fortalecer sus vínculos. Por eso apoyo el “rebalanceo” estratégico de Estados Unidos, que mejorará la paz y la seguridad en la región de Asia y el Pacífico. Nuestro país acompañará esta iniciativa con todo y ante todo.
Para ello, estamos profundizando nuestras relaciones estratégicas con Australia y la India, y mejorando la cooperación con los países del ASEAN y la República de Corea. Sumar estos socios al núcleo de la alianza entre Estados Unidos y Japón fortalecerá la estabilidad en toda la región. Y aportaremos hasta 2800 millones de dólares para colaborar con la mejora de las bases estadounidenses en Guam, cuya importancia estratégica será cada vez mayor en el futuro.
En relación con las actuales disputas marítimas en Asia, quiero recalcar los tres principios básicos de mi gobierno. En primer lugar, los reclamos territoriales de todos los estados deben regirse por el derecho internacional. En segundo lugar, ningún estado puede usar la fuerza o la coerción para hacer valer sus reclamos. Y en tercer lugar, todas las disputas se deben resolver por medios pacíficos.
Debemos asegurar que los vastos mares que se extienden entre el Pacífico y el Océano Índico sean una zona de paz y libertad, donde todos respeten el derecho internacional. Y también por eso tenemos el deber de reforzar la alianza entre Estados Unidos y Japón.
Tal es el motivo de nuestros esfuerzos para mejorar los fundamentos jurídicos de nuestra seguridad. Esta mejora apunta a fortalecer aún más la cooperación entre el ejército estadounidense y las Fuerzas de Autodefensa japonesas, reafirmar nuestra alianza y crear así un poder de disuasión creíble al servicio de la paz en la región. La puesta en vigor de estos cambios legislativos (los mayores en la historia de Japón desde el final de la guerra), a mediados de este año, mejorará sustancialmente la capacidad de Japón para responder ante cualquier nivel de crisis.
Al mismo fin apuntan las nuevas pautas de cooperación militar entre Estados Unidos y Japón, que ayudarán a garantizar la paz en la región por muchos años.
Por último, Japón está más dispuesto que nunca a asumir su cuota de responsabilidad global. A inicios de los noventa, las Fuerzas de Autodefensa japonesas trabajaron en la eliminación de minas en el Golfo Pérsico. En el Océano Índico, apoyamos durante diez años las operaciones estadounidenses para detener el flujo de terroristas y armas. En Camboya, las Alturas del Golán, Irak, Haití y Sudán del Sur, miembros de nuestras Fuerzas de Autodefensa brindaron ayuda humanitaria y actuaron en operaciones de mantenimiento de paz. Hasta ahora, han participado en estas actividades unos 50 000 hombres y mujeres en servicio.
La agenda de Japón es muy sencilla: reformas internas y contribuciones proactivas a la paz mundial según el principio de cooperación internacional. Y promete llevar a nuestro país (y al continente asiático) a un futuro más estable y próspero.
Shinzo Abe is Prime Minister of Japan.Traducción: Esteban Flamini.