Hacia una empresa más humanista

La crisis del sistema de gobernanza global ocupó buena parte de los debates en la última edición del Foro de Davos organizado por el World Economic Forum. Una crisis caracterizada por la complejidad de la situación mundial, la velocidad de los cambios, un desfasado mecanismo de gobernanza global y una ola de descontento popular generalizado.

También en España atravesamos una fase de pérdida de confianza y de desilusión. A las incertidumbres y retos globales se suman problemas específicos como la inestabilidad política, el elevado desempleo, las limitaciones del sistema educativo, la desconfianza en nuestras instituciones o las amenazas a la integridad territorial.

La respuesta a estos desafíos debe contemplar diversas facetas y herramientas. Por un lado, debe abordarse desde un enfoque colaborativo de gobernanza global que tenga en cuenta la diversidad en busca de objetivos compartidos, en los que los gobiernos involucren a la sociedad civil en la búsqueda de soluciones.

Debemos tender a un sistema más sostenible desde el punto de vista medioambiental, pero también más inclusivo y equilibrado a nivel de género, y que asegure la preservación de la primacía de las personas y sus intereses en el proceso de creciente transformación digital. También es imprescindible recuperar los valores éticos y morales, combatiendo decididamente los casos de corrupción y otros excesos, reforzando la calidad de nuestras instituciones, con el fin de recuperar la confianza perdida de los ciudadanos en el sistema.

Los gobiernos deben jugar un papel relevante para afrontar los enormes desafíos que tenemos por delante. Los ciudadanos debemos cooperar también, con las acciones de nuestro día a día, a conseguir objetivos compartidos. Pero la sociedad mira cada vez más a las empresas para ver cómo afrontan estos retos y les exige un compromiso, en un momento de elevada vulnerabilidad debida a los nuevos factores políticos, económicos y sociales a los que deben adaptarse.

En el ámbito de la empresa, cada vez hay más consenso en que debemos evolucionar desde conceptos tradicionales basados en la maximización del retorno a los inversores a corto plazo, hacia otros que contemplen el impacto de las acciones y estrategias en ámbitos más amplios, en una transición desde una visión mecanicista de la empresa a otra más humanista.

Esto no es nuevo. Ya dijo Aristóteles hace 2.000 años que la maximización de la riqueza como un fin en sí mismo socavaría la sociedad y debería reorientarse hacia un propósito superior relacionado con el bienestar general. Él distinguía entre dos tipos de economías. La "crematística", basada en la maximización del beneficio como un fin en sí mismo y la "oikonomía" o arte de gestionar el hogar (de oikos, casa y nomos, regla), que subordina las consideraciones financieras al bienestar superior de la familia. Aristóteles lo explicó así: «El arte de gestionar el hogar debe permitir ofrecer, o proveer directamente, las cosas necesarias para la vida y útiles para la comunidad de la familia o del Estado».

La denominada "humanización" de las empresas, de la que hemos estado hablando en los últimos días en el World Law Congress celebrado en Madrid, persigue generar beneficios tanto para el negocio como para la sociedad a través de una priorización de la visión de largo plazo y la adecuada consideración de los efectos secundarios o inducidos por su actividad.

Estudios recientes del Boston Consulting Group muestran que las empresas que persiguen esos objetivos superiores logran mayores niveles de crecimiento, de implicación de sus empleados y mejores resultados financieros. También esto es crecientemente relevante para la atracción del talento, ya que un reciente estudio de Manpower muestra que la principal prioridad para la carrera profesional del 40% de los millennials no es maximizar su retribución sino realizar una contribución positiva a la sociedad o trabajar con grandes personas. Otra encuesta reciente de Deloitte concluye que el 63% de los millennials cree que es más importante "mejorar la sociedad" que "generar beneficios".

Trabajar sobre los ámbitos medioambientales, sociales y de gobernanza, así como sobre la responsabilidad social corporativa no siempre es suficiente si el foco se dirige solo a limitar los efectos negativos de su actividad en el corto plazo. El nuevo contrato social de las empresas debe basarse en una combinación de equilibrio entre la persecución del beneficio a corto plazo y las implicaciones a largo plazo de las decisiones actuales, definiendo un propósito alineado con fines humanos y objetivos inclusivos.

La transición hacia este modelo más ambicioso requiere avanzar en diferentes ámbitos. Por un lado, es preciso redefinir el "propósito" de la empresa, su objetivo superior, y adoptar métricas que permitan capturar el bienestar en el entorno. El propósito de una empresa, como decía recientemente Larry Fink, CEO de BlackRock, a los responsables de las compañías en que invierte, «no es la sola búsqueda del beneficio sino la fuerza motivadora para conseguirlo». Las empresas deben demostrar su compromiso con los países, regiones y comunidades en que operan, especialmente en las cuestiones relevantes para la prosperidad futura. Solas no pueden resolver todos los problemas, pero algunos no pueden resolverse sin el liderazgo empresarial.

Hay que poner más énfasis en el futuro e invertir en tecnologías que fomenten la productividad. Y reeducar a empleados y ciudadanos para afrontar los cambios tecnológicos, repensando el futuro del trabajo en un mundo en transformación, robotizado y enfocado hacia el big data, internet de las cosas, inteligencia artificial, blockchain, machine learning e informática cuántica. Un nuevo mundo para el que contamos con poca gente cualificada pues, según un estudio del IESE, el 72 por ciento de las grandes empresas españolas encuentran dificultades para cubrir los puestos de trabajo que ofrecen.

Pero quizá lo más importante sea elaborar y difundir una nueva narrativa sobre la globalización, la tecnología y los negocios que inspire confianza a los ciudadanos e ilusión sobre el futuro. El Círculo de Empresarios siempre estará enfocado a la tarea de contribuir a lograr un crecimiento más sostenible e integrador, basado en el consenso, la cooperación, la solidaridad, el cambio y la apertura, que nos permita continuar avanzando en la libertad, modernización, progreso y cohesión social.

John de Zulueta es presidente del Círculo de Empresarios.

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