Hace un año, la decisiva victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales francesas y el subsiguiente éxito de su partido en las legislativas hicieron que muchos respiraran aliviados. Parecía que la marea de extremismo populista en Occidente estaba finalmente retrocediendo, pero resultó no ser así. De todos modos, el impresionante surgimiento de un gobierno de mayoría populista en Italia, miembro fundador de la Unión Europea, no necesariamente anuncia un desastre.
Es cierto que la creciente fuerza de los populistas amenaza a los partidos de centroderecha y centroizquierda y dificulta mucho la gobernanza a nivel de UE en su forma actual. Pero, ¿qué pasaría si la continuidad de los éxitos electorales de los movimientos populistas fuera generando una reestructuración política más amplia que acabe por fortalecer la democracia europea?
Esta interpretación se refuerza por la experiencia de Macron mismo. Nunca antes había tenido un cargo electo y creó un nuevo partido centrado en su persona, con apoyo de votantes de centroderecha y centroizquierda. En el proceso, parece haber reestructurado la política francesa.
Las elecciones del próximo año del Parlamento Europeo probablemente revelen más sobre el potencial de esta reestructuración política. Esta instancia nunca ha generado el mismo nivel de interés como otras instituciones europeas, tales como la Comisión, el Consejo o incluso el Tribunal de Justicia. Es raro que los debates parlamentarios europeos trasciendan Bruselas o Estrasburgo, y la participación electoral para llenar los escaños ha sido tradicionalmente baja. Son hechos que se han citado mucho como evidencia del déficit democrático de la UE y de que sus ciudadanos no se involucran adecuadamente en la gobernanza de la UE.
Sin embargo, a medida que una serie de crisis han afectado a la UE, en especial a Grecia, Irlanda, España e Italia, esta dinámica ha comenzado a cambiar. Lejos están los días cuando los europeos aceptaban en silencio la UE, más allá de algunas quejas puntuales. Hoy la UE está en el vórtice de debates políticos internos, que cada vez más incluyen cuestiones existenciales acerca de la supervivencia de la eurozona y de todo el proyecto europeo.
Esto implica que difícilmente los candidatos se centren solo en problemas internos en las elecciones del año próximo. Si bien puede que algo de eso haya, probablemente también se debata ampliamente -y por primera vez- el futuro y las políticas de Europa, especialmente en áreas como la migración, defensa y seguridad, energía y clima, y las relaciones con grandes potencias como Estados Unidos y Rusia. Después de todo, a pesar de sus diferencias, prácticamente cada país de la UE se está planteando cuánta Europa quiere, cuán abierto y optimista debería ser su actitud hacia las nuevas formas de globalización habilitada por la tecnología, y cuánta solidaridad social corresponde tener.
Es improbable que estos debates (y, por ende, el Parlamento Europeo que surja el año venidero) sigan las líneas partidarias tradicionales. Después de todo, hoy en día es muy difícil adherir a las agrupaciones políticas tradicionales, como lo ejemplifica La République En Marche!, el partido de Macron, que no se ajusta claramente a categorías ideológicas habituales hasta ahora. Macron ha manifestado intenciones de crear un partido paneuropeo. Si bien la política supranacional en Europa es territorio inexplorado, tiene sentido que uno de sus pioneros sea un político con fuertes ideas pro-UE.
Con todo lo nacionalistas y antieuropeos que puedan ser, los populistas de derechas también parecen muy interesados en apoyarse entre sí a nivel europeo, aprovechando sus plataformas comunes en la mayoría de los temas, especialmente la inmigración, la identidad cultural y el comercio. Será más difícil para la extrema izquierda, al menos en Francia, en que se combinan visiones tradicionalmente liberales sobre la inmigración con políticas económicas proteccionistas que se parecen mucho a las que blande la derecha populista.
Por supuesto, los partidos tradicionales de centroderecha y centroizquierda -que han perdido una gran proporción del electorado en los últimos años, especialmente en España, Italia y Francia y, en menor medida, Alemania- intentarán recuperar terreno. El problema es que a muchos votantes jóvenes estos partidos les resultan anacrónicos, con independencia de la edad de sus dirigentes. Para tener éxito, deberán ofrecer una plataforma nueva e inspiradora que aborde de manera convincente los problemas de hoy, al tiempo que compiten con nuevas fuerzas políticas.
Sin embargo, es posible que estas nuevas fuerzas absorban en algunos casos a partidos de centroderecha y centroizquierda. Por ejemplo, en Francia el partido de Macron podría hacerlo con Les Republicains, de centroderecha, o podría desplazarse más hacia la izquierda con un programa de solidaridad social que acompañe las medidas de libre mercado que ya ha adoptado. La pregunta es si los líderes del partido piensan que pueden lograr una victoria simultánea contra Les Republicains y los socialistas de centroizquierda.
Aunque no haya claridad sobre los detalles, hay en camino una profunda reestructuración de la escena política europea, en gran parte definida por las actitudes hacia Europa. Si las elecciones del Parlamento Europeo el año próximo ayudan a avanzar en ella, puede acabar siendo un gran paso para la democracia en Europa.
Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is Senior Fellow at the Brookings Institution. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.