Hacia una nueva era geopolítica

El pasado 23 de abril, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, aseguraba en el programa El Gran Juego de la televisión pública que existe peligro real de una tercera guerra mundial. «El peligro es grave, es real, no se puede subestimar», dijo, comparando la actual situación internacional con la vivida durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962, uno de los momentos más tensos en las relaciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos durante la Guerra Fría.

Unos días antes, el 20 de abril, el presidente ruso Vladimir Putin amenazaba a Occidente con el lanzamiento de prueba del misil balístico intercontinental RS-28 SARMAT -también conocido como Satán 2 y con un alcance de 10.000 kilómetros- desde el cosmódromo de Plesetsk, a unos 800 kilómetros al norte de Moscú, que impactó en el polígono de Kura, situado en la península de Kamchatka, bañada por el océano Pacífico, a unos 6.000 kilómetros de distancia.

En palabras de Putin, el misil «hará que se lo piensen dos veces quienes amenazan a nuestro país con su retórica desenfrenada y agresiva». Con independencia de que este nuevo misil tiene capacidad nuclear y está diseñado para eludir los sistemas de defensa antimisiles, hay que tener en cuenta que este lanzamiento es uno más de un programa de pruebas que comenzó en el año 2018. El misil estará listo para su empleo solo cuando finalice el mencionado programa.

Hacia una nueva era geopolíticaEste tipo de declaraciones con rasgos amenazantes y de intimidación estratégica ha sido una constante durante los más de dos meses que lleva ya la guerra desencadenada tras la invasión rusa de Ucrania. A los tres días de que se iniciara esta contienda, el 24 de febrero de 2022, Rusia anunciaba, de forma sorprendente, que ponía las armas nucleares en estado de alerta cuando las operaciones que se estaban realizando se hallaban claramente en el ámbito convencional. Previamente, antes del inicio de la guerra, el 19 de febrero, Putin y el presidente bielorruso Alexander Lukhasenko habían protagonizado una demostración de fuerza conjunta, con el lanzamiento de misiles desde tierra, mar y aire, algunos de ellos supersónicos y todos ellos con capacidad nuclear.

La amenaza rusa, en este caso el pasado 14 de abril, de desplegar armas nucleares en el mar Báltico en caso de que Suecia y Finlandia ingresen en la OTAN cuando Moscú ya tiene desplegados misiles Iskander -capaces de llevar ojivas nucleares- en el enclave ruso de Kaliningrado, emparedado entre dos miembros de la Alianza Atlántica como son Lituania y Polonia, no parece ni lógica ni razonable en este contexto

Coincidía esa declaración de Rusia con el hundimiento, en el mar Negro, del crucero lanzamisiles Moskva, impactado por dos misiles Neptuno ucranianos. Era el buque insignia de la flota rusa del mar Negro, con un desplazamiento de 12.400 toneladas, medio millar de tripulantes y armado con 16 lanzadores de misiles. Sin duda, ha supuesto un fuerte revés para la marina rusa en un momento en que tenía la alternativa de atacar la ciudad ucraniana de Odesa.

Todas estas amenazas son muestra, cuanto menos, de una reacción inquietante y alarmante del Kremlin ante los malos resultados del desarrollo de las operaciones militares en el país invadido. Se percibe una falta de seguridad, de confianza y de rigurosidad en los planteamientos estratégicos y operacionales de la guerra.

Decía Sun Tzu, 2.500 años antes de Cristo: «Si el objetivo principal de la guerra, la victoria, tarda demasiado en llegar es posible que la moral decaiga y que los recursos se agoten. Así que, de nada sirve que una campaña se alargue demasiado en el tiempo». Es muy posible que a Putin le esté ocurriendo algo similar. Según todos los indicadores de que ahora disponemos, la guerra en Ucrania se había planeado en un tiempo mucho más corto que en el que se está desarrollando. Y conforme más larga sea la guerra más debilitada se encontrará Rusia.

No hay duda de que la guerra no solo afecta a Rusia y a Ucrania sino también a la Unión Europea, a la OTAN y, en realidad, a toda la comunidad internacional. De hecho, ha saltado en pedazos el equilibrio estratégico de seguridad internacional en el que actualmente existe una competencia geoestratégica entre potencias de primer orden y entre aquellas de segundo orden

En efecto, en el panorama geopolítico mundial que se avecina se pueden establecer dos grandes niveles de países en la más alta jerarquía de poder. En el horizonte principal se hallan Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea. Serían los niveles de primer orden por el peso específico que tienen en el establecimiento y definición del orden internacional. En un nivel inmediatamente debajo se encuentran los países de segundo orden en el que podemos considerar, a su vez, dos categorías. La primera incluye a India, Japón y Brasil; y la segunda la componen Bangladesh, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, Indonesia, Irán, México, Nigeria, Pakistán, Turquía y Vietnam -los señalados por Jim O`Neill como el Grupo de los 11, en su obra The Growth Map, en 2011- que están cerca o pasan claramente de los 100 millones de habitantes.

Por otra parte, tampoco hay muchas dudas de que cuando estamos entrando en una nueva era caracterizada, entre otras cosas, por el ascenso de China, el previsible declive de Rusia, el mundo cibernético, el escenario del ciberespacio, la computación cuántica, la revolución energética, el cambio climático o el protagonismo de las empresas digitales, parece lógico que aparezca una nueva configuración geopolítica que se distinga por responder a unos innovadores factores geopolíticos mezclados con otros tradicionales.

En los últimos años se está hablando a través de la mayor parte de los medios de comunicación de la actual y previsible rivalidad y enfrentamiento entre el bloque de países democráticos y el bloque de países autoritarios. Pero a este planteamiento hay que vestirle de algunos matices. Uno de los más importantes consiste en distinguir no solo el grado de democracia de algunas naciones sino también el grado de autoritarismo de otras. Por ejemplo, no es lo mismo la democracia en Estados Unidos que la democracia en Nigeria. Y no es igual el autoritarismo de Pekín que el de Cuba.

En todo caso, el resultado de la guerra en Ucrania va a acelerar e influir poderosamente en la configuración de la cambiante era geopolítica que se avecina, en la que los nuevos equilibrios de poder van a variar sustancialmente. Hasta ahora se ha considerado la rivalidad entre la asociación estratégica de China y Rusia, representantes del modelo autocrático, frente al vínculo transatlántico de Estados Unidos y la Unión Europea, representantes del modelo democrático. Pero ahora hay que preguntarse si esto va seguir así, en qué condiciones en su caso, y dónde se situará el resto de países mundiales, especialmente los que están integrados en el horizonte del segundo orden de poder.

En definitiva, con mucha probabilidad la guerra en Ucrania no va a tener muchos beneficios para Rusia; más bien al contrario, le causará graves perjuicios, ya que su duración y los previsibles resultados no responden a lo esperado por las autoridades del Kremlin. En cualquier caso, Moscú quedará debilitada perdiendo un fuerte protagonismo internacional que repercutirá considerablemente en la nueva era geopolítica que marcará las normas de un naciente orden mundial, aún por definir.

Jesús Argumosa Pila es general de División en la Reserva y ha sido jefe de la Escuela de Altos Estudios de la Defensa.

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