Hacia una reducción sensata de armas nucleares

Hace poco ha entrado en vigor un nuevo tratado START, que restablece el proceso de control del armamento nuclear. Unido a la reducción del gasto de defensa, hará que el número total de armas nucleares en Estados Unidos alcance su nivel más bajo desde los años cincuenta del siglo pasado. Se dice que el Gobierno de Obama está pensando en entablar negociaciones para realizar nuevas reducciones de armamento nuclear, con el fin de hacer descender los máximos hasta las 300 cabezas nucleares. Antes de que esta idea cobre impulso, nos sentimos obligados a subrayar nuestra convicción de que el objetivo de cualquier negociación futura debe ser la estabilidad estratégica y que la disminución del número de armas debe ser consecuencia de un análisis estratégico, no un empeño abstracto y preconcebido.

Independientemente de lo que cada uno piense sobre el futuro de las armas nucleares, el propósito fundamental de la política nuclear actual de Estados Unidos debe ser garantizar que nunca se utilicen las armas nucleares. Y la estabilidad estratégica no es algo intrínsecamente unido a la disminución del número de armas; es más, un número demasiado bajo puede muy bien derivar en una situación en la que sea posible llevar a cabo ataques por sorpresa.

Nosotros hemos apoyado la ratificación del tratado START. Estamos a favor de que se verifiquen las reducciones acordadas y de todos los procedimientos para mejorar la previsibilidad y la transparencia. Uno de nosotros (Kissinger) ha defendido la necesidad de trabajar para conseguir la eliminación de las armas nucleares, aunque con la condición de que haya una serie de pasos intermedios comprobables que mantengan la estabilidad antes de llegar a esa meta y que cada etapa del proceso sea totalmente transparente y verificable.

El requisito previo para cualquier esfuerzo de este tipo tiene que ser que Estados Unidos emprenda una política de armamento nuclear destinada a mejorar y consagrar la estabilidad estratégica que ha conservado la paz mundial y ha impedido el uso de armas nucleares desde hace dos generaciones.

Dicha política debe basarse en el reconocimiento de ocho factores fundamentales.

Primero. La estabilidad estratégica exige mantener unas fuerzas estratégicas de dimensión y composición suficientes como para que un primer ataque no pueda reducir las represalias a un nivel aceptable para el agresor.

Segundo. Al valorar el nivel de daños que resulta inaceptable, Estados Unidos no puede suponer que un posible enemigo va a regirse por unos valores o unos cálculos idénticos a los nuestros. Necesitamos tener un número de armas capaz de representar una amenaza contra lo que los posibles agresores valoren en cualquier circunstancia imaginable. Debemos evitar hacer análisis estratégicos en función de nuestro propio reflejo.

Tercero. La composición de nuestras fuerzas estratégicas no puede definirse solo de forma cuantitativa. Depende también del tipo de dispositivos de lanzamiento y sus combinaciones. Si la composición de la fuerza de disuasión estadounidense se ve modificada como consecuencia de reducciones, acuerdos u otros motivos, es necesario conservar una variedad suficiente, además de un sólido sistema de mando y control, para garantizar el fracaso de cualquier ataque preventivo.

Cuarto. Al tomar decisiones sobre los niveles de fuerza y las reducciones en número, la comprobación es crucial. Es especialmente importante determinar qué grado de incertidumbre es una amenaza para el cálculo de la estabilidad. En la actualidad, la incertidumbre está dentro de lo que los sistemas de verificación existentes son capaces de controlar. Debemos asegurarnos de que los niveles previstos mantengan —y, cuando sea posible, refuercen— esa confianza.

Quinto. El régimen de no proliferación nuclear se ha debilitado hasta el punto de que se dice que algunos de los países que sí proliferan poseen arsenales de más de 100 armas. Y esos arsenales están aumentando. ¿A qué nivel tendría que reducirse el número de armas de Estados Unidos para que esos arsenales constituyan una amenaza estratégica? ¿Qué repercusiones estratégicas habrá si la disuasión fracasa en la relación estratégica en general? ¿Contribuye esta perspectiva a hacer posible el peligro de alianzas hostiles entre países cuyas respectivas fuerzas, por si solas, no son suficientes para desafiar la estabilidad estratégica pero, sumadas, podrían desbaratar la ecuación nuclear?

Sexto. Esto indica que, por debajo de un nivel todavía no establecido, las reducciones nucleares no pueden llevarlas a cabo solo Rusia y Estados Unidos. Al ser los países con los dos mayores arsenales nucleares, tienen una responsabilidad especial, pero es preciso incluir a otras naciones en el debate internacional sobre posibles reducciones sustanciales respecto a los niveles actuales de START.

Séptimo. En la estabilidad estratégica influirán otros factores como las defensas antimisiles y las funciones y el volumen de las armas nucleares tácticas, que hoy no están sujetas a ningunos límites negociados. Otro problema para la estabilidad son las cabezas convencionales de precisión y de gran tamaño en dispositivos de lanzamiento de largo alcance. En las futuras negociaciones habrá que tener en cuenta las relaciones entre todos estos elementos.

Octavo. Debemos garantizar que los países que han confiado en la protección nuclear de Estados Unidos sigan teniendo fe en su capacidad de disuasión. Si esa fe se tambalea, pueden sentirse tentados de hacer sitio a sus adversarios o a instalaciones nucleares independientes.

Las armas nucleares seguirán influyendo en el panorama internacional como parte de la estrategia y como una dimensión de las negociaciones. Las lecciones aprendidas durante 70 años deben seguir guiándonos en el futuro.

Henry A. Kissinger fue secretario de Estado norteamericano. Brent Scowcroft fue consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos con Gerald Ford y George Bush. © 2012 TRIBUNE MEDIA SERVICES, INCORPORATED. Traducción de Mª Luisa Rguez. Tapia

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