Hacia una seguridad europea efectiva

Con motivo de la cumbre de Bratislava, se han puesto sobre la mesa varias propuestas para avanzar en la política de seguridad europea. Al contrario de lo que algunos piensan, considero que es un gran acierto. Es urgente atender los problemas de seguridad en Europa y es hora de proponer iniciativas integradoras tras un tiempo de parálisis del proyecto europeo. Los ciudadanos lo consideran un asunto prioritario donde les gustaría ver más liderazgo de la Unión y nuestros amigos y aliados también lo esperan.

Actualmente para poder ofrecer seguridad a los ciudadanos dentro de las fronteras es necesaria la estabilidad en el exterior. Si hubiera duda, los acontecimientos de los últimos meses lo han puesto de manifiesto con total claridad. Resulta obvio afirmar que el problema de los refugiados sería mucho más manejable si la situación en Siria fuera distinta. Siendo así que la seguridad interior y la exterior están íntimamente relacionadas, sería un gran error que la Unión Europea compartimentara sus políticas. Afortunadamente, la Estrategia Global, presentada hace unos meses por la Alta Representante, abunda en esta idea.

Así como la realidad no distingue entre el interior y el exterior, las respuestas –para ser adecuadas– no deben hacerlo. Tradicionalmente, los Estados se han defendido del exterior con medios militares, mientras que organizaban su funcionamiento interior con una panoplia de normas para proteger los derechos de los ciudadanos. A día de hoy, la actuación militar sigue siendo necesaria pero ya no es suficiente. Hace falta incluir una perspectiva civil en la actuación exterior. Todos los activos necesarios para lograr la seguridad deben adecuarse a la realidad de las amenazas y de los conflictos actuales; esto supone, adaptar las capacidades militares a las necesidades de hoy e incorporar capacidades civiles (cuerpos de policía, inteligencia, jueces, médicos e incluso organizaciones no gubernamentales).

Esta capacidad de respuesta, cívico-militar, debe estar integrada entre los Estados miembros. En el pasado fuimos capaces de avanzar en esta dirección y la Unión desplegó operaciones en Europa y otros continentes, que combinaban además elementos militares y civiles (como jueces y policía). Siempre fuimos conscientes de que aún quedaba camino por recorrer y, de hecho, el Tratado de la Unión contempla muchas medidas que todavía no se han desarrollado. La crisis económica nos ha distraído de nuestras responsabilidades hacia el exterior, pero tenemos un gran potencial. Ahora el problema de los refugiados nos lleva a plantear las cuestiones humanitarias y de seguridad desde una perspectiva europea. Por otro lado, la Unión Europea no solo se define por cómo protege a sus ciudadanos sino por cómo se comporta en el exterior. Por eso, nuestra actuación debe regirse siempre por la legalidad internacional e incluso, debemos ir más allá, planteando un debate a escala global sobre la inadecuación de algunas normas a la realidad de los conflictos actuales.

Considerar que la división interior-exterior no es válida en la provisión de seguridad tiene también consecuencias en el uso de los recursos. Muchas de las capacidades con las que cuentan los Estados miembros para sus políticas internas sirven para las acciones de defensa. Se está demostrando evidente que, por ejemplo, aumentar la cooperación en inteligencia es imprescindible para nuestra seguridad. Si queremos llegar más lejos en nuestras políticas de seguridad harán falta recursos pero, sobre todo, tendremos que utilizarlos mejor, logrando sinergias. La cantidad de recursos, incluidos los económicos, que podrían optimizarse si hubiera una política común lo hace más evidente. El Tratado de Lisboa nos proporciona el marco legal para hacerlo, la preocupación de los ciudadanos nos lo pide y nuestros amigos y aliados nos apremian a hacerlo.

La creación de un cuartel general estratégico para las operaciones de la UE es de vital importancia. No podemos continuar con un modelo en el que hay que organizar el centro de operaciones para cada operación. Además, hay que reforzar el Plan de Desarrollo de Capacidades, elaborado por la Agencia Europea de Defensa, para dotarnos de los medios necesarios para lograr nuestros objetivos. Para lograr la autonomía estratégica, necesitamos una industria de defensa europea competitiva así como aumentar la inversión en investigación tecnológica para la defensa, lo que requiere un esfuerzo común.

El Tratado de Lisboa ofrece una herramienta que será fundamental para la seguridad europea, el mecanismo de cooperación estructurada permanente, por el cual aquellos Estados que así lo deseen, refuercen su cooperación militar y puedan desplegar misiones rápidamente, entre otras cosas. Este mecanismo, defendido durante mucho tiempo por algunos, ha estado presente en las discusiones del Consejo y parece la opción más viable para avanzar con hechos en la integración de la defensa. Estas y otras medidas están a nuestro alcance y generarían sinergias, también a nivel económico.

Una Unión de seguridad y defensa, como la descrita, supondría un mayor peso de Europa en el mundo. Podría desplegar de manera integrada capacidades militares, cooperación en inteligencia, cooperación policial, humanitaria, judicial, etc. ofreciendo así una respuesta adecuada a las necesidades de seguridad de hoy. Habrá quienes piensen equivocadamente, como ya ocurrió hace años, que una mayor integración en este dominio puede debilitar otras instituciones, a las que también pertenecen los países europeos. Al contrario, la capacidad de poder dar respuestas efectivas sería bienvenida, tanto por la OTAN –que contaría con elementos de los que ahora carece– como por Naciones Unidas. Una Unión Europea integrada facilitaría el funcionamiento de la Alianza, siendo posible, por ejemplo, que el grupo que integrara un futuro mecanismo de cooperación estructurada permanente pudiera expresarse en el Consejo Nacional Atlántico como una sola entidad.

Incluso en este tiempo en que abunda el euroescepticismo, los ciudadanos quieren ver una Unión Europea más decidida en política exterior y de seguridad. Avanzar en esta política es necesario, beneficioso para los miembros y parte de nuestra responsabilidad. Nuestras acciones nos definen y entre los bienes públicos que la Unión Europea debe proveer, se encuentran la paz y la seguridad, dentro y fuera de sus fronteras.

Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.

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