¿Hacia una sociedad meritocrática? De la inercia al cambio

Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, decía la letra de la canción. En el contexto de la actual crisis, si hay una pregunta obligada es precisamente esta última: ¿sabemos adónde vamos? ¿Hemos pasado, tal como se propone El Cercle d´Economia con sus jornadas "Hablemos de recuperación", del estadio de diagnóstico a la fase propositiva? Se trata ciertamente de un interrogante económico, sociológico e institucional sobre el cual algo podemos decir ya. Y aquí tenemos dos respuestas: la que nos viene dada por la inercia y la que parte del replanteamiento de nuestras bases económicas e institucionales. Exploremos el camino.

Si algo nos ha enseñado la actual crisis es que no es lo mismo el crecimiento aportado por el sector biotecnológico o el logístico que el generado en el sector financiero, la especulación inmobiliaria o, en el extremo, en Second Life. La mejor y más conocida muestra: el deshielo de los polos financieros y el impacto económico de los cadáveres empresariales de Manhattan, la City o Reikiavik. En esta tesitura, el acento de la recuperación parece haberse puesto en la llamada economía productiva, pero ¿qué sabemos de ella? Sabemos que se enmarca en una economía definitivamente postindustrial. Una economía cada vez más centrada en el ámbito de los llamados bienes intangibles; terreno abonado para la innovación y los emprendedores, pero también para la profusión de los profesionales de la generación de expectativas y la especulación. Precisamente, nos encontramos ahí donde Galbraith y Shiller sitúan nuestra natural tendencia a la generación de burbujas.

¿Cómo impacta todo ello en el papel que tendrá el Estado? En la esfera de la gestión de lo económico, pocos dudan de ello, el gran beneficiado de la crisis es el mismo Estado. Utilizando la frase de Octavio Paz: la principal urgencia del momento parecería ser terminar de curarnos de la intoxicación de las ideologías simplistas y simplificadoras. Nociones como la de que el Estado es el problema y el mercado la solución han sucumbido escondidas en sentencias de Adam Smith y camufladas bajo montañas de fórmulas matemáticas etiquetadas como gestión de riesgos. Con todo, la legitimación del papel del Estado sólo podrá darse sobre la base de un profundo replanteamiento de nuestro modelo de mercado. Un modelo liberal que deberá repensar sus dos ejes centrales: el social y el meritocrático. El primero, el más complejo, obligará a medio plazo a repensar la repartición de los costes de las futuras crisis no sólo sobre la pequeña y mediana empresa y los trabajadores, sino también sobre las grandes corporaciones. El segundo, pasa ya por potenciar la hibridación de nuestro modelo social de mercado con el capitalismo competitivo y emprendedor de factura estadounidense.

En este sentido, en los próximos meses veremos cómo el ilustrado discurso de los derechos y los deberes se disuelve enterrado por el imperativo del déficit presupuestario. El ejercicio de realismo será el despertar del sueño de Morfeo: no hay posibilidad de redistribuir riqueza sin crearla. Aquí sufrirán un grave déficit de legitimidad dos tipos de políticas. Las asistenciales que sean arbitrarias, estigmatizadoras, que inciten a vivir de forma permanente del subsidio y que se traduzcan en el fomento de la economía sumergida (véase el plan de empleo rural). Y por otro lado, las que refuercen la generación de dos modelos económicos diferenciados: el edificado bajo el manto de la protección pública y el que tiene lugar a la intemperie. En otras palabras: el hiperprotegido y el hiperexpuesto. Ahí la necesidad de actuación será urgente.

Entre los hiperexpuestos, encontraremos al grueso de las pymes, los sectores tradicionales y los no subvencionados. Entre los hiperprotegidos, veremos a los quasimonopolios, los prestadores de servicios públicos privatizados y el sector financiero. En este grupo destacará por encima del resto el propio sector público: paradigma del abismo retributivo, de las diferencias de productividad y condiciones de trabajo que se levantan en los dos extremos del modelo. Un abismo de legitimidad que reclama ya reformas urgentes y prioritarias.

Bajo estas tensiones macroeconómicas e institucionales veremos progresar el capitalismo retratado por Sennet: la creciente tendencia de la sociedad a responsabilizar a sus miembros de su propio futuro. Un despertarse de la meritocracia que, en lo que a legitimidad se refiere, debiera contar con el acento sociolaboral de la flexiseguridad y con una gruesa capa de protección para las capas sociales más vulnerables. Los principales beneficiarios de la crisis serán aquellos países que sepan entender que hay momentos de cambio estructural que no pueden desaprovechar; que no son tiempos para esconderse detrás de discursos prefabricados ni trucos de prestidigitador. Recordando la canción, habrá que pensar que para ir a algún sitio antes deberemos saber hacia dónde queremos ir.

David Murillo Bonvehí, profesor de Ciencias Sociales de Esade.