Haciendo que la migración funcione

Haciendo que la migración funcione

Existen cuatro pilares de la globalización y de la independencia económica: el comercio, la inversión, la migración y el flujo de información, ya sean datos o conocimiento. Pero sólo dos -el comercio y la inversión- están cimentados en estructuras relativamente efectivas, apuntaladas por el consenso doméstico y los acuerdos internacionales. Los otros dos -la migración y la información- necesitan desesperadamente marcos similares.

Ambos representan desafíos apremiantes, aunque la migración puede ser la cuestión más urgente, dada la explosión de los últimos años que ha superado los marcos existentes. Y, por cierto, hay en marcha esfuerzos para producir un nuevo marco compartido a fin de gestionar el flujo transfronterizo de personas.

En septiembre de 2016, Naciones Unidas lanzó un proceso de dos años para producir el Pacto Global sobre Migración para fines de 2018. "No será un tratado formal", dice el secretario general de la ONU, António Guterres, "ni le exigirá ninguna obligación vinculante a los estados". Es, sostiene, "una oportunidad sin precedentes para que los líderes contrarresten los mitos perniciosos que rodean a los migrantes, y establezcan una visión común de cómo hacer que la migración funcione para todas nuestras naciones".

Pero no todos estuvieron de acuerdo con esta estrategia. El pasado mes de diciembre, la administración del presidente Donald Trump retiró a Estados Unidos del proceso del Pacto Global. Según Nikki Haley, embajador de Estados Unidos ante Naciones Unidas, la estrategia de declaración "simplemente no es compatible con la soberanía estadounidense". Los norteamericanos, y sólo los norteamericanos, "decidirán la mejor manera de controlar nuestras fronteras y a quién se le permitirá entrar a nuestro país".

Los europeos, en cambio, no tienen esa opción. Aun si la Unión Europea se retirara del proceso del Pacto Global, sus miembros de todas maneras tendrían que lidiar con el hecho de que el movimiento libre de personas dentro del mercado único -más allá de las diferencias, digamos, de idioma o licencia y acreditaciones- es un requerimiento fundamental para ser miembro de la UE. El choque percibido entre esa regla y la soberanía nacional fue una cuestión saliente en el voto por el Brexit.

Las cláusulas de movilidad laboral de la UE no se implementaron para facilitar la migración per se; más bien, apuntaban a impulsar la economía de la UE respaldando la integración, expandiendo el mercado laboral y fortaleciendo los mecanismos de ajuste económico. Pero, si inmigrantes documentados pueden establecerse en cualquier parte en la UE, supuestamente es necesario estipular algún proceso colectivo bien definido para decidir sobre los números y la gama de los migrantes.

Actualmente, existen cuotas para los países individuales, aunque algunos, como Italia, las superaron en exceso, ya que refugiados desesperados siguen cruzando sus fronteras, mientras que otros, como Hungría, se han negado directamente a aceptar refugiados. En cualquier caso, una cuota es una medida demasiado categórica como para caracterizar la capacidad de asimilación de un país. También importa la composición de los inmigrantes, junto con su probable destino final.

Consideremos la migración desde una perspectiva económica. Sin duda, siempre existe un exceso de demanda de parte de los trabajadores de países con menores ingresos para migrar a países con ingresos elevados o ingresos medios dinámicos. Y si bien elementos de las políticas de inmigración de algunos países funcionan como precios (la riqueza o los requerimientos de inversión, por ejemplo), ningún país, hasta donde yo sé, permite que sólo el "precio" equilibre la oferta y la demanda.

Esto es por una buena razón: utilizar la riqueza como el principal criterio para la ciudadanía rebate los valores de, prácticamente, cualquier sociedad. Como resultado de ello, la inmigración es, en alguna medida, racionada, y está basada en cierta combinación de tiempo de espera, vínculos familiares, educación y capacidades, y hasta loterías.

El problema del exceso de demanda se vuelve más serio -y éticamente desafiante- cuando involucra a refugiados y crece repentinamente, debido a factores que van de los desastres naturales a la guerra civil. En particular, si el aumento de la demanda no está correspondido por una respuesta de lado de la oferta, la migración ilegal y muchas veces riesgosa tenderá a crecer.

Por ésta y otras razones, Naciones Unidas hace bien en subrayar los beneficios de una cooperación internacional amplia en materia de migración. También está en lo cierto al defender medidas que, con el tiempo, podrían reducir el exceso de demanda al mejorar las condiciones en los principales países de origen. Estas medidas exigirán una cooperación internacional y una inversión en desarrollo, mantenimiento de la paz, asistencia humanitaria y gestión de la migración.

Pero existen límites respecto de este tipo de cooperación -o más bien, el grado hasta el cual se pueden aplicar reglas comunes-. Sean cuales fueran los méritos de la posición de Estados Unidos frente al proceso del Pacto Global, el principio de soberanía nacional sigue siendo crítico para cualquier política monetaria políticamente factible.

La mejor manera de construir un cimiento sólido para la cooperación internacional es instar a los países a desarrollar políticas coherentes y adaptables para la migración que garanticen la admisión de una gama equilibrada de migrantes cada año. Con ese objetivo, los países tendrían que llevar a cabo evaluaciones multidimensionales de los costos y beneficios económicos (inclusive fiscales) y sociales, así como de los impactos distributivos domésticos, de la migración. Sin estos cimientos, los vientos en contra y las tormentas políticas anti-inmigrantes seguirán impidiendo la cooperación internacional.

Es crucial que cada país diseñe sus propias políticas, dependiendo de un conjunto de factores específicos de cada país. Estos incluyen la demografía, las condiciones fiscales, las políticas sociales que afectan la distribución de ingresos, el acceso a los servicios públicos, el alcance de la movilidad ascendente, los casos pendientes de la inmigración extra-legal pasada, la composición étnica del país y los valores que definen la identidad nacional. Por cierto, no existe una solución que se pueda aplicar a todos por igual.

El problema del exceso de demanda no se puede eliminar del todo. Aun si un amplio rango de países de destino implementara un conjunto coherente de políticas de inmigración, las posibilidades de que la oferta total aumente lo suficiente como para satisfacer la demanda total son altamente improbables. La única manera de lograrlo sería aumentando el precio de admisión o ignorando la soberanía nacional para aumentar la cantidad total de vacantes -ambas opciones políticamente insostenibles.

Pero el lado de la oferta puede estar mucho mejor gestionado en muchos países, sin violar la soberanía nacional. El resultado sería una base más sólida para la cooperación internacional destinada a reducir abusos y sufrimiento, administrar la migración económica, proteger a los refugiados y, llegado el caso, reducir el exceso de demanda estimulando el desarrollo y el crecimiento en los países de origen.

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Advisory Board Co-Chair of the Asia Global Institute in Hong Kong, and Chair of the World Economic Forum Global Agenda Council on New Growth Models.

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