Los líderes mundiales que se han reunido en París para la Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Mundial han prometido movilizar recursos para ayudar a los países en desarrollo a hacer frente a las crisis de deuda y empoderar al Sur Global para asumir un papel más importante en la gobernanza global. Si bien estos son objetivos meritorios, este tipo de cumbres de alto perfil muchas veces ofrecen poco más que fotos grupales y promesas vacías.
Aun así, la reunión de París es relevante porque preparó el escenario para una serie de cumbres de líderes en septiembre: la reunión del G20 en Nueva Delhi, el encuentro Finanzas en Común en Colombia y la Cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas en Nueva York.
La eficacia de estas cumbres se torna aún más importante si consideramos lo que está en juego. El aumento de la extrema pobreza en los últimos tres años, junto con la creciente frecuencia de los desastres humanitarios y naturales, muchos de ellos causados por el cambio climático, subraya la necesidad de que los países construyan resiliencia.
Pero la cooperación internacional está menguando justo cuando más se la necesita. Los países en desarrollo se sienten excluidos del proceso de toma de decisiones que antepone las necesidades de los países adinerados, ya sea en el contexto de la pandemia del COVID-19 o priorizando la seguridad de Ucrania, por sobre la de ellos. Claramente, catalizar una cooperación efectiva exige un esfuerzo más concertado.
Esto no quiere decir que las cumbres internacionales no puedan generar un cambio significativo. Las cumbres del G20 realizadas en Washington en noviembre de 2008 y en Londres en abril de 2009, por ejemplo, evitaron una crisis económica global y reformularon el sistema financiero. Y la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas en Bretton Woods, New Hampshire, en 1944, que comenzó y concluyó con cumbres de un día entre los líderes, sentó los cimientos para la gobernanza económica internacional tal como la conocemos.
Sin embargo, hay varios elementos centrales que son cruciales para el éxito de las cumbres internacionales. El equilibrio de poder en la sala -específicamente, la alineación entre lo que los asistentes en verdad pueden implementar y aquello en lo que pueden acordar- es fundamental.
Otro elemento importante es la participación. Los líderes de muchos países en desarrollo asistieron a la reunión de París, entre ellos Níger, Egipto, Sudáfrica, Colombia, Túnez, Sri Lanka, Nigeria, Barbados, Arabia Saudita y Pakistán. También participaron los líderes de instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo e importantes ONG. En cambio, muchos líderes del G20 estuvieron notablemente ausentes.
Para los líderes de los países en desarrollo, la cumbre de París fue una oportunidad única para comunicar sus necesidades a sus contrapartes de los países más ricos y a las autoridades de las organizaciones internacionales. El Banco Mundial, por ejemplo, podría acelerar la implementación de su plan para aumentar su capacidad de préstamo en 50.000 millones de dólares en los próximos diez años. El FMI podría proponer maneras más ambiciosas de aumentar los fondos disponibles para los países en desarrollo. El Fondo también podría propugnar mejores métodos de reestructurar o condonar la deuda soberana, basándose en sus propios esfuerzos y en los de otros para suspender pagos en caso de un desastre climático o una pandemia. Asimismo, al mejorar la eficiencia y fomentar la cooperación, las instituciones multilaterales podrían maximizar su impacto.
Ahora bien, para incrementar los recursos y las herramientas de los prestadores multilaterales, o para implementar ideas de financiamiento innovadoras como un impuesto internacional a las emisiones de carbono a partir del transporte, los países del G20 deben forjar un consenso. Imponer un impuesto al transporte, por ejemplo, exige alcanzar un acuerdo sobre su implementación y la asignación de los ingresos proyectados. En la actualidad, existen varios reclamos contrapuestos.
El problema es que los líderes de algunos gobiernos accionistas importantes están ausentes. El presidente estadounidense, Joe Biden, y el primer ministro indio, Narendra Modi, por ejemplo, no asistieron a la cumbre de París y, en cambio, se reunieron en Washington. Ahora que Estados Unidos se acerca a un año electoral y los republicanos denuncian la postura en contra de los combustibles fósiles de las instituciones internacionales, la administración Biden está focalizada en otras cuestiones. Modi también está centrado en una elección el año próximo y ya ha aprovechado la presidencia de India del G20 para lanzar la Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana con el FMI y el Banco Mundial, así como un grupo de expertos para fortalecer los bancos de desarrollo multilaterales.
En términos más amplios, los primeros ministros y presidentes se empujan unos a otros para ocupar la escena central cuando se trata de cooperación global. Vimos un poco de esto la semana pasada cuando el Reino Unido y Ucrania competían por participantes en su Conferencia sobre la Recuperación de Ucrania, que se superpuso con la cumbre de París.
Además de la ausencia de líderes del G20, la cumbre de París y otros encuentros han carecido de una preparación adecuada, lo cual reduce la probabilidad de alcanzar acuerdos viables sobre objetivos y políticas. Como observó el politólogo Robert Putnam en su estudio pionero del encuentro del G7 de 1978 en Bonn, la preparación puede hacer que una cumbre sea un éxito o un fracaso. Un proceso de preparación dinámico puede ayudar a los líderes políticos a reunir apoyo para acuerdos internacionales al ampliar el rango de políticas que los grupos de intereses domésticos encontrarían aceptables (su “mentalidad ganadora”).
Durante la cumbre del G7 de 1978, por ejemplo, el gobierno alemán enfrentaba presiones del Bundesbank, del Ministerio de Finanzas, de la comunidad empresarial y bancaria y del Partido Democrático Libre, un miembro clave de la coalición de gobierno, para oponerse a un paquete de estímulo económico global. Solo un pequeño grupo de funcionarios de la Cancillería y del Ministerio de Economía, junto con los demócrata-sociales y los sindicatos, defendía una política económica más expansionista. Pero las negociaciones del G7 generaron una oportunidad para que los expansionistas presentaran su argumento y, en definitiva, se garantizaran una victoria modesta.
Las próximas cumbres deben sentar las bases para una futura cooperación global. Si no se genera activamente respaldo público en los países participantes de las promesas realizadas por sus líderes, el surgimiento de objetivos ganadores superpuestos y potencialmente transformadores es sumamente improbable.
Una caricatura satírica una vez mostraba una cumbre del G7 en la que un líder decía: “Si no tenemos que hacer lo que prometemos, acordemos erradicar toda la pobreza”. Ese cinismo es un lujo que ya no nos podemos permitir. En el mundo de rápida fragmentación de hoy, los líderes deben reunirse, participar en una discusión significativa y emprender acciones decisivas destinadas a fomentar una cooperación efectiva. Las cumbres cuidadosamente preparadas y con un buen nivel de asistencia serían un buen lugar para empezar.
Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government at the University of Oxford.