Haití y Dios en la red

En el desfile cotidiano de imágenes que las televisiones nos ofrecen sobre los mil rostros de la tragedia de Haití, apareció una señora a la que presentaron como Janet, pastora de la Iglesia de Cristo, a la que siguen 3.000 fieles en el este de Puerto Príncipe. Su iglesia se derrumbó y bajo los escombros quedaron seis feligreses. Afirmaba con toda naturalidad que, a las pocas horas del seísmo, el Señor le habló para pedirle que siguiera con los servicios de alabanza, y por eso estaba allí con su comunidad rogando al Señor para que restaurara a su nación para mostrar la luz de Cristo. En otro plano, una religiosa católica enseñaba un crucifijo que había resultado indemne después de haber quedado entre los escombros de su iglesia, un evidente milagro, proclamó, antes de añadir: «Ahora nosotros debemos dar testimonio de la misericordia de Dios ayudando a quienes sufren y rezando por los muertos». Impecable.

Abrí la revista francesa Le Nouvel Observateur y me encontré con un artículo de su prestigioso y casi mítico director, Jean Daniel, dedicado a Haití con el título de La seule excuse de Dieu (La única excusa de Dios). En él cuenta cómo un amigo, no creyente, le preguntó por qué Dios se encarnizaba con los más débiles. Y seguía: este encarnizamiento en forma de catástrofes naturales sobre poblaciones como Haití, tan desheredadas y tan poco preparadas para la autodefensa, incita a creer en el diablo. Después de varias reflexiones sobre el mismo tema, termina con la famosa frase de Stendhal: «La única excusa de Dios es que no existe». Terrible.
Después de estas reflexiones tan dispares decidí entrar en el buscador Google con las palabras Dios y Haití. Mi sorpresa fue enorme al ver miles y miles de entradas con las ideas más contradictorias, los argumentos más peregrinos y el incendio de apasionadas iras del signo más diverso que despertaban esas dos palabras juntas. Para unos era el silencio de Dios, para otros era el vigoroso músculo de la ira del Señor. Las páginas de internet eran un verdadero incendio de fanatismos, fundamentalismos ardientes y también reflexiones sabias y serenas. Aparecían, en ese bosque animado, las voces más diversas, desde el teólogo de la liberación Leonardo Boff hasta el famoso predicador evangelista estadounidense Pat Robertson pasando por el cardenal arzobispo de Santo Domingo, monseñor López Rodríguez. Los comentarios del predicador Robertson son despiadados y provocadores. Sostiene Robertson que el terremoto es la consecuencia de un pacto que los haitianos hicieron con Satanás para que los liberara de los franceses y desde entonces llevan dos siglos amancebados con Satanás, y que por eso Dios les ha castigado con huracanes, tormentas y ahora con el devastador terremoto. Las declaraciones levantaron la ardiente indignación de muchos internautas, pero también recogieron cerrados aplausos.
Prestigiosos pastores baptistas las rechazaron de plano, entre ellos el conocido teólogo Robert Mohler, pero después del rechazo se preguntó si juzgará Dios a Haití por su «oscuridad espiritual». Se contestó que por supuesto que sí, pero que los seres humanos no podemos comprender el juicio de Dios. El arzobispo de Santo Domingo, el cardenal López Rodríguez, negó rotundamente que el seísmo fuera un castigo de Dios, aunque añadió que este tipo de males, como el tsunami que afectó a Indonesia, también tienen su origen en el pecado del ser humano. Y siguió: «¿Cómo va a ser que Dios se pueda complacer con que mueran muchos? Lo rechazo de plano. Además, teológicamente no se puede explicar». El arzobispo y teólogo Fernando Sebastián abría el párrafo de un artículo con la lacerante pregunta: ¿estaba Dios en Haití? Por supuesto que sí, responde. Estaba recogiendo, dice, las almas de sus hijos atropellados por las fuerzas ciegas de la naturaleza por culpa de un mundo egoísta e inhumano. Otro teólogo adventista de Tejas iba más lejos al afirmar que nuestro paso por la Tierra es efímero y lo que importa es la vida eterna, y que por eso los haitianos son afortunados porque están mucho más cerca de Dios. El griterío de quienes declaran justo el castigo se basa en que los haitianos se habían hundido en la lujuria, la brujería y ciencias ocultas como el vudú. En apoyo de esta tesis despliegan un arsenal de versículos bíblicos donde Yavé hace una verdadera exhibición de cólera y venganza contra los pecadores, ahí están el diluvio y Sodoma y Gomorra, entre otros ejemplos. Leonardo Boff se resigna al escribir: «Por encima de la razón que quiere explicaciones, está el misterio que pide silencio y reverencia. Él esconde el secreto de todos los eventos, también de los trágicos».

La verdad es que los razonamientos filosóficos y teológicos se estrellan contra las formulaciones lógicas y terminan desembocando en el misterio, el consolador refugio de los creyentes. Dios no puede tener una cuenta con números rojos. Los no creyentes solo disculpan a Dios porque no existe. Pero unos y otros se solidarizan con el dolor de Haití, menos quienes sostienen que los haitianos merecían el castigo.

Alfonso S. Palomares, periodista.