Hamás y el pragmatismo

Que el sucesor del jeque Yassín y actual líder de Hamás, el doctor Mahmud Al-Zahar, no carece del todo de pragmatismo es algo que se infiere de su misma decisión de concurrir a las elecciones palestinas para ganarlas, aun cuando esto implicaba una tácita asunción de los Acuerdos de Oslo y, por tanto, una cierta renuncia a la pureza ideológica. Lo que, sin embargo, no está nada claro es que esta dosis de pragmatismo sea la suficiente como para que pueda dar los frutos apetecidos por el Cuarteto, que, desde que dio el visto bueno a la participación de Hamás en los comicios, parece haberlo apostado todo a la incierta posibilidad de que, una vez instalados en el gobierno, sus dirigentes no tengan más remedio que ceder en sus posiciones, renunciando a la violencia y reconociendo a Israel. Lamentablemente, y a despecho de las expectativas occidentales, los próximos gobernantes palestinos llevan años militando en una organización muy ideologizada, que no ha dado demasiadas muestras de querer ni saber adaptarse a las circunstancias y sí muchas, en cambio, de estar dispuesta a defender con firmeza inquebrantable sus principios políticos y sus valores religiosos. Desde que en su Carta Fundacional de 1988 Hamás se definiera como un movimiento palestino que «debe lealtad a Alá, halla su modo de vida en el Islam y aspira a levantar el estandarte de Alá en cada palmo de la tierra de Palestina», la organización no ha cedido un ápice ni en lo que respecta a su proyecto de establecer un Estado islámico ni, menos aún, en lo que se refiere a su determinación de que éste abarque también el territorio del actual Israel.

No es preciso, con todo, remontarse a su Carta Fundacional para detectar cuáles van a ser las principales dificultades con que los pragmáticos líderes del mundo occidental pueden tropezar cuando traten de hacer entrar en razón a los dirigentes del partido ganador en las elecciones palestinas. Basta atender a algunas de las declaraciones que éstos han realizado después de su éxito electoral para darse cuenta del abismo existente entre lo que se dice y se espera de ellos en Occidente y lo que ellos piensan y dicen de sí mismos. Así, mientras que muchos de nuestros analistas insisten en que el motivo principal del vuelco político en los territorios palestinos habría sido la corrupción e ineficacia de Al Fatah, la número tres de la lista de Hamás, Jamila Abdala Al Shanti, se muestra, en cambio, completamente convencida de que la popularidad de su partido entre los votantes palestinos se debería principalmente a su política de lucha contra la «ocupación» israelí o, lo que es lo mismo, a su férrea oposición a los Acuerdos de Oslo. Idéntica opinión ha sido la expresada por otro de los miembros de la cúpula de Hamás, Jalil Nofal, quien también ha declarado que el programa de Hamás estaba muy claro, que la gente sabe perfectamente a quién ha votado y que, por consiguiente, no tiene ningún sentido que se les demande ahora un cambio en lo que a su «resistencia» a Israel se refiere, dado que esto supondría, precisamente, traicionar a quienes les han apoyado con su voto.

En la misma línea iban las declaraciones del propio Mahmud Al-Zahar en la entrevista que este mismo periódico publicaba en vísperas de las elecciones y en la que, con escaso o nulo sentido de la diplomacia, el líder de Hamás arremetía contra la Unión Europea por su apoyo a Al Fatah, calificaba de corrupta y enferma a la sociedad occidental, negaba que pensara reconocer alguna vez a Israel y condicionaba toda «tregua» (que no paz) a una completa retirada a las fronteras de 1967. No hay, pues, síntoma alguno de que se hayan dado cambios sustanciales en el ideario de Hamás, como tampoco ninguna razón de peso para creer que sus líderes estén dispuestos a negociar este ideario con la comunidad internacional. Y, aunque naturalmente no puede descartarse que la presión internacional acabe obrando milagros, obligando al nuevo gobierno palestino a modificar algunas de sus intransigentes posiciones, está por ver si la tan invocada presión se mantiene el tiempo suficiente como para dar resultados o si, por el contrario, será una vez más la comunidad internacional la que ceda a las presiones de Hamás y se pliegue a sus condiciones y exigencias. Por lo pronto, ya empiezan a oírse voces que, como la del secretario general de la Liga Árabe, Amer Musa, instan a la Unión Europea para que saque a Hamás de su lista de organizaciones terroristas, antes incluso de que sus líderes hayan hecho el más mínimo gesto en el sentido de la moderación que se les exige. Algo parecido, pues, a lo que ya ocurrió este pasado verano, cuando, contra el parecer del Gobierno israelí, el Cuarteto accedió a que esta organización radical concurriese a las elecciones sin exigirle previamente el abandono de las armas ni la renuncia al terrorismo, y casi al mismo tiempo que Mohamed Deif, el jefe del brazo armado de Hamás, amenazaba a la Autoridad Palestina con una revuelta popular si, tal como demandaba Israel, se empeñaba en desarmarles.

Que al menos hasta este instante Hamás ha ganado todos y cada uno de los pulsos que le ha echado a la Autoridad Palestina y, a través de ella, a la comunidad internacional, es innegable. Que esto mismo le ha dado a Hamás una imagen de fuerza y de impunidad que ha acabado favoreciéndole en las elecciones frente a Al Fatah, también. Y, puesto que todo esto ha desembocado en la insólita e inédita circunstancia de que una organización terrorista haya llegado al poder en unas elecciones democráticas, quizás lo más urgente no sea tanto que Hamás aprenda a ser pragmática como que la Unión Europea aprenda un poco de Hamás y se muestre algo más firme y consecuente a la hora de sostener sus propios principios y valores políticos.

Sultana Wahnón, catedrática de Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada. ABC