Hambre, agricultura y hábitos alimentarios

La vista de quienes ¿planifican? la alimentación de la humanidad está puesta en el año 2050 desde que la FAO hiciera sus preocupantes previsiones para ese momento, en el que la población mundial habrá aumentado más de un 30% y la demanda de alimentos un 70%.

Es un problema, sí, pero no tan importante si tenemos en cuenta que la propia humanidad tiene sus mecanismos de autorregulación: la mortalidad infantil y el descenso de la esperanza de vida.

¿Humor negro, cinismo? Claro, pero no para hacer reír u ofender; tan solo dar un aldabonazo que me procure dos o tres minutos más de atención en los que pretendo contar cosas de esas que se escuchan habitualmente como quien oye llover.

Ahora mismo 800 millones de personas pasan hambre, pero fijamos la atención en 2050. Desde un punto de vista científico puede ser correcto, pero desde una perspectiva puramente humana se puede discutir, porque aunque tal horizonte no esté muy lejos, es como pasar el problema a otra generación.

Cáritas Internacional lo tiene muy claro en este sentido: en el año 2025 el hambre podría estar erradicado si hubiera una clara voluntad de cambiar las estructuras que lo generan. Entre ellas, las que provocan el grandioso desperdicio alimentario que realizamos, cifrado en 1,3 billones de toneladas por el Worldwatch Institute. Esta ONG, que se dedica a defender criterios de sostenibilidad mediante la realización de investigaciones científicas, señala que europeos y norteamericanos tiramos 100 kg de comida al año. Pero no solo es Cáritas quien defiende una actuación inmediata y determinante contra los factores que provocan la desnutrición de una de cada nueve personas. Greenaccord convoca todos los años en Italia a muchos otros organismos, instituciones y profesionales que comparten esta perspectiva en un foro al que acuden un centenar de periodistas de unos cincuenta países diferentes.

La última cita acaba de clausurarse en Nápoles y se ha centrado en la agricultura. La premisa es evidente: las necesidades alimentarias aumentan mientras la tierra cultivable ya prácticamente no crece e incluso da muestras de cansancio, el agua escasea y el clima se torna cada vez más amenazante.

No cabe duda de que es preciso un aumento de la productividad, pero el reto no está en ello, sino en conseguirlo sin agotar los recursos disponibles y provocar un colapso. Por lo tanto, la deforestación, la sobreexplotación de los acuíferos o la aplicación indiscriminada de fertilizantes y pesticidas, no sirve.

A la agricultura se le está pidiendo que también sea capaz de reinventarse o, incluso, de reencontrarse consigo misma, porque tras muchas décadas de desarrollo agrario parece haber perdido algunas de sus esencias y estar amenazando otras. ¿Cómo si no interpretar cuestiones como las siguientes?:

--El desperdicio de alimentos señalado. Digamos que los que se desechan en buen estado (unos 222 millones de toneladas) casi equivalen a la producción alimentaria del África subsahariana (230 millones).

--La pérdida de la biodiversidad. De 300.000 especies posibles, el mundo ha seleccionado 7.000, pero abastece el 70% de sus necesidades con 12 tipos agrícolas y 5 ganaderos. Estados Unidos en el último siglo ha dejado de utilizar el 93% de las variedades de semillas que usaba.

--Los cultivos energéticos. El 40% del grano estadounidense, el 50% de la remolacha azucarera de Brasil y el 80% del girasol europeo no se destinan a la alimentación humana, sino a producir biocombustibles.

--Las largas cadenas de suministro. Con flotas de decenas de miles de vehículos, aviones y barcos suministrando a un mercado internacional enloquecido en su consumo.

Evidentemente la agricultura no es la culpable de todos los desatinos que tienen lugar en el gran entramado agroalimentario, ni mucho menos los agricultores y ganaderos, que apenas tienen más opciones que las que el propio sistema pone ante ellos. Pero de la agricultura ha de salir en gran medida la solución al problema de la alimentación de las personas y la preservación del medio ambiente en el que estas viven.

Eso sí, para que los profesionales de la alimentación puedan implementar aquellos sistemas de producción que sirvan a ambos objetivos, el resto de los ciudadanos habremos de hacer un gran esfuerzo para cambiar nuestros hábitos, pues mucho de lo que nos amenaza ha surgido precisamente para satisfacer nuestro gusto por el consumo desproporcionado e irracional.

¿Estamos dispuestos o dejaremos que los mecanismos de autorregulación cumplan su cometido?

Miguel Ángel Mainar, vicepresidente de la Asociación de Periodistas Agroalimentarios de España.

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