La famosa novela de George Orwell Rebelión en la granja nos habla de unos animales de campo que acaban sublevándose contra el cruel amo y establecen que «todos los animales son iguales». Después, aquel sistema se corrompe y alguien añade a la ley: «Todos los animales son iguales, pero hay animales más iguales que otros». El hombre es, en este sentido, un animal como cualquier otro, pero debe estar muy agradecido a otros animales y seres vivos que habitan este planeta. Para la investigación biomédica, muchos de ellos son esenciales y son desconocidos por la mayoría de la sociedad.
Podemos empezar por el más pequeñito: la levadura. Tenemos referencias del mismo porque nos ayuda a hacer la cerveza, el pan y el yogur. Pero nos presta muchos más servicios. Existen dos grandes especies de levaduras usadas en investigación: Saccharomyces cerevisiae y Saccharomyces pombe. Como se reproducen rápidamente, podemos hacer experimentos que en células de mamíferos tardarían años. Podemos eliminar, uno por uno, todos los genes de su genoma para saber cuál es su función. La investigación con estos bichitos les puede parecer algo totalmente abstracto, pero... ¿y si les digo que ha sido clave para comprender un subtipo de cáncer de colon? He aquí la historia: se descubrió que unos tumores de colon presentaban un defecto en la reparación de su ADN, pero se desconocían los genes implicados en este proceso. Sin embargo, sí había sido caracterizado con detalle quién hacía este trabajo a la levadura. Entonces se buscaron sus genes equivalentes en humanos (¡gracias, evolución!) y se encontraron los genes responsables de una forma de cáncer familiar, el cáncer de colon hereditario no polipoide o síndrome de Lynch. Benditas pequeñas criaturas.
Otro ser vivo un poco más grande: un gusano. No es el que sale cuando llueve y nos ensucia nuestras magníficas botas de ciudad, ni se trata del simpático «gusano-bola», que diría mi hijo. Se trata de alguien más anónimo para el gran público: se llama Caenorhabditis elegans, C. elegans para los amigos, como si fuera un rapero. Este gusanillo nos ha explicado muchas historias en biología, pero yo destacaría una. Nos ha ayudado a arrojar un poco de luz al genoma oscuro, el que no origina los típicos genes de Gregor Mendel. En este animalito es donde se descubrió el mecanismo del ARN de interferencia, una forma que tienen las células de controlar la actividad del genoma y una herramienta muy usada en los laboratorios para estudiar genes posibles candidatos a producir una enfermedad. Este descubrimiento valió el Nobel a unos jóvenes científicos y hoy centenares de grupos de investigación lo estudian, lo que ha generado nuevos conocimientos a partir del mismo.
¡Cuidado con este, porque vuela! Pueden conocer estos laboratorios porque de vez en cuando se encuentran con una de sus mosquitas en los labios. Sí, una mosca. No la mosca molesta de la tele, ni la fea de algunas viñetas de El Jueves. Una mosquita más pequeña llamada Drosophila melanogaster o mosca del vinagre (le encanta este condimento). La Drosophila fue clave para entender la genética molecular moderna a partir de las observaciones de Morgan y otros. Son tantas las aportaciones que este minúsculo ser ha efectuado, que no acabaríamos en un día. A mí me gusta esta: nos ha explicado por qué tenemos dos brazos y no tres, por qué tenemos la nariz en mitad de la cara y no nos cuelga de la oreja o por qué el culo está detrás y no delante. Todas ellas, cosas importantes en la vida. Esto es así porque en la Drosophila fue donde se estudiaron, por primera vez y con gran detalle, los genes Homeobox responsables de las formas de nuestras extremidades y la localización de nuestros órganos. Gracias, pues.
Como ven, el abanico de seres vivos que nos dan cobijo para ayudar a entender las células y mejorar finalmente la salud es inmenso. A quienes ya estén pensando en cambiarse a un artículo más fino sobre decoración vintage o sobre el chill out les diré que también tenemos un pececito, el Zebrafish. Y podría seguir hablando de plantas como el maíz (Zea mays) o la Arabidopsis, que han sido muy importantes para entender mecanismos básicos de biología molecular, la rana Xenopus laevis y sus maravillosos huevos; saltar al cerdo, que posee una estructura vascular que lo hace idóneo para la experimentación en cirugía cardiaca, o acercarme a nuestros primos primates no humanos que nos permiten estudiar la enfermedad de Parkinson. Como ven, hay vida más allá de los clásicos cobayas, ratas y ratones de laboratorio. Demos gracias a todos ellos y a los investigadores que, desde el anonimato de no trabajar directamente con células humanas, nos enseñan desde la levadura (doctor Francesc Posas, Universitat Pompeu Fabra), el gusano (doctor Julio Cerón, Institut d'Investigació Biomèdica de Bellvitge, IDIBELL), la mosca (doctor Ferran Azorín y doctor Cayetano Gonzalez, Parc Científic de Barcelona) o el ratón (doctora Fàtima Bosch, Universitat Autònoma de Barcelona) a entender mejor al Homo sapiens.
Por Manel Esteller, médico. Institut d'Investigació Biomèdica de Bellvitge.