¿Hay crisis de votantes?

A principios del siglo XX, en la ciudad sudafricana de Durban, un miembro de la Sociedad de la Tierra Plana organizó una votación para ver cuántos apoyos tenían sus ideas. Dirigía el otro bando un capitán de barco que, al haber recorrido la Tierra, confirmaba su redondez. Sin embargo, el terraplanista obtuvo dos tercios de los votos.

A principios del siglo XX España estaba deprimida por el Desastre del 98: para Joaquín Costa los españoles éramos “eunucos”; Unamuno criticaría nuestro “adanismo”. Sin embargo, la Junta para la Ampliación de Estudios capitaneó un proyecto que llenaría las universidades de inquietudes científicas.

En 1928, volviendo de Nueva York en un barco, a Moreno Villa le conmovía pensar en Ortega preparando su clase de filosofía; Menéndez Pidal escribiendo La España del Cid; Machado “conversando” con Juan de Mairena; Azorín “desmenuzando la carne de un clásico”; Juan Ramón “atrincherándose en el silencio”; Cajal estudiando; Lorca leyendo sus últimos versos… “Así vale la pena vivir. Un centenar de personas de primer orden trabajando con la ilusión máxima, a alta presión. ¿Qué más puede pedir un país?”.

Aquella generación que hizo que valiera la pena vivir acabaría matándose en la Guerra Civil. La cultura no fue suficiente.

En Confesiones de un burgués, Sándor Márai describe la devoción de los borrachos de un tugurio de Berlín al escuchar a Bach: “Se ponían firmes incluso los que apenas podían tenerse en pie, dejaban de toquetear a las muchachas que tenían sobre las rodillas y empezaban a llorar a lágrima viva por la emoción”. Son los años 20 del siglo XX: “Los laboratorios estaban abarrotados de científicos rusos y noruegos, todo el mundo estaba siempre fundando algo y los alemanes prestaban su dinero para fundarlo”.

En marzo de 1925 Stefan Zweig escribía a su primera mujer: “Por lo que hace a instrucción, la gente de Alemania son algo formidable, le conoce a uno hasta el portero del hotel”.

De la generación de Márai y de Zweig —dos suicidas— brotó el nazismo; aquella generación votó al nazismo. La cultura tampoco fue suficiente. (El campo de concentración de Buchenwald estaba en una colina cercana a Weimar, la ciudad donde crearon Bach, Listz y Goethe).

Todo es más frágil de lo que parece: una cerilla encendida puede destruir una catedral milenaria; Lee Harvey Oswald mató al hombre más poderoso del mundo con un rifle comprado por catálogo que le costó menos de veinte dólares… ¿Quién iba a imaginar que alguien como Trump sería el más poderoso hoy? ¿Quién que otro demagogo como Boris Johnson fuera el primer ministro del Reino Unido?

En Un largo sábado cuenta George Steiner que antes había en Inglaterra una élite con formación sólida: “Los mejores de cada promoción de Oxford y Cambridge iban al Parlamento, trataban de entrar en el Gobierno —esa era su principal ambición—. Desde hace treinta o cuarenta años, la gente se parte de risa con esas ideas. Lo que cuenta ahora es la banca y los instrumentos financieros de inversión”.

De igual modo que la crisis de la literatura puede atribuirse a los lectores —no tanto a los escritores—, ¿puede culparse a los votantes —y no a los políticos— de la crisis de la política? ¿Por qué recorre la Tierra una gigantesca ola de populismo? Trump, Johnson, Bolsonaro, Maduro, Salvini, López Obrador, Pedro Sánchez… ¿Cómo puede ganar elecciones un mentiroso como Sánchez, alguien que ha copiado sin rubor su tesis doctoral? Quizá porque, desde la novela picaresca, en España son vistos con simpatía esos comportamientos.

Sánchez Dragó defiende que su voto no puede valer igual que el de Belén Esteban. Es la misma postura de Flaubert: “Esta señora que viene a lavarme aquí va a tener el mismo valor que yo para el voto…”. Es obvio que son pensamientos antidemocráticos, pero los resultados de algunas elecciones invitan a reflexionar: ¿por qué ganaba el corrupto PP en Madrid y Valencia? ¿Por qué el PSOE de los ERE en Andalucía? Cuando se presentaron al Senado, por UPyD, Fernando Savater y Andrés Trapiello sacaron menos votos en Madrid que el Partido Animalista.

Y en otra dimensión de miseria moral: ¿por qué miles de vascos y navarros votan a un partido que no condena a ETA?

Los venezolanos votaron cinco veces a Hugo Chávez en elecciones libres; en otras elecciones libres (1991), Argelia votó mayoritariamente al Frente Islámico de Salvación; los argentinos casi siempre votan peronismo… Cada país es él y sus circunstancias, mas suele haber nexos comunes: xenofobia, fanatismo religioso, fanatismo nacionalista contra un mundo globalizado, demagogia favorecida por las nuevas tecnologías.

Decía Ortega que los demagogos han sido “los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante”. Tantos siglos después, tanta ciencia y tanta técnica después, los demagogos siguen removiendo prejuicios en vez de potenciar inteligencias. Siempre había pensado que la mejor medicina era la cultura; hoy tengo dudas. Una mañana, Wagner tocaba el piano en el segundo piso de su casa; cuando baja para almorzar, le dice a su familia: “¡Hay que quemar vivos a los judíos!”.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga nos ayuda a comprender: “No cambiaremos en lo esencial; solo en lo accidental. Por ejemplo, el problema del fanatismo nos va a acompañar siempre y contra él tendremos que luchar porque tenemos una mente simbólica. Una parte de nuestra mente es mágica o irracional. Afortunadamente no somos solo razón, lo que nos convertiría en máquinas”.

Alguien tan lúcido como Savater se equivocó gravemente al apostrofar de modo arbitrario a los votantes de Pablo Iglesias: “Podemos tuvo cinco millones de votos. No creía yo que hubiera tantos tontos en España”, a pesar de que el hijo del filósofo —el Amador de los libros— vota o ha votado morado.

Algo similar le ocurre a otro gran filósofo, Antonio Escohotado, quien, antes de documentarse para su trilogía Los enemigos del comercio, era comunista. No obstante, como él mismo dice, se dejó sorprender, poniendo el juicio en el espacio que antes ocupaba el prejuicio. Quien no ha cambiado es su hijo menor, que también vota o ha votado morado.

Savater y Escohotado son hoy liberales que votan o han votado a Ciudadanos, el gran derrotado de las elecciones de noviembre. Para uno de los fundadores del partido, Félix de Azúa, “el mayor problema de Ciudadanos consiste en acabar de explicar un partido bastante más inteligente que la gente que vota en este país”. Dicha reflexión entronca con la que hiciera en el siglo XIX Juan Valera: “La escuela liberal, esto es, la gente sensata e ilustrada, está condenada a no gobernar largo tiempo a los pueblos que no son ilustrados ni sensatos”. (Para Pedro Sánchez, que confundió a Fray Luis de León con San Juan de la Cruz, Soria es la ciudad natal de Antonio Machado)…

En Finlandia —el país con más lectores del mundo y mejor educación—, en unas elecciones que hubo antes del verano, tan solo 6.000 votos separaron al partido xenófobo Los Verdaderos Finlandeses de la victoria. (Esa parte de nuestra mente que, según Arsuaga, es irracional debe de ser la culpable de que en los diccionarios aparezca la palabra "xenofobia", mas no "xenofilia").

Tanto tiempo dando importancia a la cultura para ver cómo tantas personas votan a demagogos; ver cómo las noticias sobre sexo, violencia y deportes son las más leídas en los periódicos; ver a generaciones muy informadas, pero poco formadas. A pesar de todo, cualquier voto —excepto el que apoye la violencia— debe ser igualmente respetado.

Gregorio Marañón, que fue académico de cinco de las ocho Reales Academias de España, legó a sus nietos la enseñanza de que la bondad prevalece sobre la inteligencia. Él mismo, en el París ocupado donde los nazis obligaban a los judíos a llevar la estrella de David, cada vez que se cruzaba con ellos se quitaba el sombrero mostrando respeto.

Tanto tiempo dando importancia a la cultura… ¿Y si fuera más importante la bondad?

José Blasco del Álamo es escritor y periodista.

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