¿Hay que excluir a China de los DEG?

La semana pasada, el gobierno chino reforzó el control sobre el tipo de cambio del yuan. Al hacerlo, China incumple una promesa que hizo hace dieciocho meses, cuando presionó para ingresar en la canasta de monedas que determina el valor del activo de reserva artificial del Fondo Monetario Internacional, los “derechos especiales de giro” (DEG).

Esta decisión de China no ayudará a fortalecer la confianza en su moneda. Como algunos ya advertimos en su momento, la entrada del yuan a la canasta de los DEG fue una decisión en gran medida política, que podía traer consecuencias negativas a largo plazo. Hasta entonces, la canasta estaba integrada por el dólar estadounidense, el euro, la libra británica y el yen japonés, monedas de primer nivel que cumplen los dos criterios de inclusión del FMI: ser emitidas por alguna de las economías exportadoras más importantes y ser una moneda “de libre uso”, es decir, que se la comercie ampliamente en todo el mundo.

Pero al momento de ser incluido en los DEG, el yuan sólo cumplía el primer criterio. Si bien China ya era el mayor exportador del mundo, sus mercados financieros eran primitivos, y su moneda distaba de ser de libre uso. En 2015, el yuan era la séptima moneda de reserva mundial, octava en emisión internacional de bonos y undécima en comercio internacional de divisas; y seguía siendo no convertible para la mayoría de las transacciones de cuenta de capital.

Aun así, el yuan fue admitido. China había dejado muy claro que no aceptaría una decisión negativa, y nadie quería enojar al dragón. En vez de defender los criterios estándar, el FMI y sus miembros principales se conformaron con la vaga promesa de China de hacer el yuan más utilizable en algún momento futuro.

Históricamente, el Banco Popular de China (BPC) había seguido una política de fijar el tipo de cambio del yuan día a día, sin tener en cuenta el sentimiento del mercado, y sólo permitía las transacciones con yuanes dentro de límites muy estrechos. Pero incluso antes de la decisión del FMI de incluir el yuan en los DEG, el gobierno chino anunció una flexibilización del control de la moneda, a partir de la cual, el cálculo diario de su valor comenzaría a tomar en consideración las señales de los mercados. También prometió una liberalización gradual del control de capitales, lo que reforzaría el atractivo del yuan para los inversores.

Pero la más reciente decisión de las autoridades chinas indica que no tienen intención de jugar según las reglas. En vez de seguir aflojando el control del tipo de cambio, el BPC lo reafirma y reduce el papel del mercado en su toma de decisiones.

Los datos hablan por sí solos: es evidente que hoy la libertad de uso del yuan es menor que hace dieciocho meses. Desde mediados de 2016, China ha agregado estrictos controles de capitales para evitar la conversión de yuanes a dólares y su salida del país; también estableció nuevos límites a la inversión extranjera directa de las corporaciones chinas, y otras transacciones transfronterizas están bajo la lupa.

La razón por la que China incumplió sus promesas es fácil de entender. En los últimos dos años, los nuevos ricos chinos han buscado modos de llevar su patrimonio al extranjero, lo cual aumentó la presión a la baja sobre el yuan y obligó al BPC a gastar más de un billón de dólares de sus reservas para sostener el tipo de cambio. Pero eso no bastó para evitar que este mes, Moody rebajara la calificación crediticia de China, lo que puso a las autoridades a la defensiva.

Tal vez los problemas actuales de China sólo sean un breve desvío en un largo camino hacia una mayor apertura. O no. Para abrir realmente el mercado de capitales, el gobierno tendría que implementar reformas que alcanzarán el núcleo del modelo de gestión política y económica del Partido Comunista de China. Un sector financiero eficiente y abierto podría erosionar seriamente la autoridad del PCC, sobre todo porque la represión financiera es un componente clave de la maquinaria de autocracia política china.

En el mejor de los casos, la exigencia china de incluir el yuan en los DEG sólo habrá sido una decisión apresurada. En el peor de los casos, habrá sentado un lamentable precedente que podría alentar a otras grandes economías emergentes, como India o Rusia, a demandar que sus monedas reciban el mismo trato, independientemente de los criterios del FMI. Si a pesar de sus políticas arbitrarias China puede entrar a un club tan prestigioso y exclusivo, ¿por qué ellos no? ¿Qué importa si la autoridad del FMI queda seriamente dañada?

A futuro, hay una sola solución: excluir el yuan de los DEG, a menos que China pueda ofrecer un compromiso creíble de implementar una liberalización financiera seria y permanente. El criterio de libre uso de las monedas incluidas en la canasta es una garantía de estabilidad para el sistema monetario internacional. La credibilidad de la garantía depende del criterio.

Benjamin J. Cohen is Professor of International Political Economy at the University of California, Santa Barbara, and is the author of Currency Power: Understanding Monetary Rivalry. Traducción: Esteban Flamini.

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