Por Príncipe El Hassan bin Talal, moderador de la Conferencia Mundial sobre Religión y Paz; presidente del Club de Roma y presidente del Foro de Pensamiento Árabe (EL PAIS, 26/03/03):
Las buenas noticias no venden periódicos. Ni, al parecer, lo hace la idea del respeto por la dignidad humana. Los debates acalorados sobre cómo se desarrollarían los acontecimientos en Irak han hecho hincapié casi exclusivamente en las cuestiones técnicas: la seguridad política y económica. La llamativa omisión en todas las discusiones es el tema menos del agrado de los medios de cómo el ejercicio del poder debe comprometerse con los valores humanos. Aunque la incertidumbre atenaza prácticamente todas las partes de este frágil planeta, miles de familias iraquíes cuyos antepasados representaron el primer brote de la civilización humana han vivido durante décadas en condiciones de deterioro progresivo bajo una sentencia de muerte arbitraria.
La tierra de Irak se considera justamente la cuna de la civilización. Dio a la humanidad algunos de sus mayores logros en ciencias, derecho, literatura y artes. Los arqueólogos son profundamente conscientes de la deuda que tenemos con Mesopotamia: el Libro de Job, el "virtuoso sufriente", se transcribió por vez primera en cuneiforme sumerio. No creo que haya que buscar un diálogo entre mi civilización y su civilización; somos "un mundo y cien mil culturas".
Irak tiene el potencial humano para ser un catalizador de la sociedad civil y la reconstrucción económica basadas en la equidad y la justicia en el mundo árabe y musulmán. Ahora que nos enfrentamos a la perspectiva de la guerra, sin duda debemos, en nombre de la Humanidad, aceptar que el mundo de posguerra no será mejor si no es capaz de ganar la paz. Se debería devolver a Irak la civilización, y se debería devolver la dignidad cívica a su pueblo capaz. Ello no puede hacerse creando el caos y traumatizando más a unos jóvenes que en el futuro tomarán las riendas del poder.
El proyecto de reconstrucción en Irak tendrá que ser una reconstrucción no sólo de la infraestructura, sino también de los corazones y las mentes. Después de años de sufrimiento seguidos de guerra en nuestra región de Oriente Próximo, tiene que haber una reconstrucción de las actitudes.
La cuestión que debe estar en el primer plano de la política es qué se puede hacer para garantizar que Irak no se fracture en una "democracia militarizada". Sin duda, la cuestión política central para la gente es conseguir la soberanía para los ciudadanos de Irak respetando su riqueza y diversidad. La pluralidad de Irak -integrada por cristianos, kurdos, turcomanos, suníes, shiíes- no se ha tenido en cuenta plenamente. Un plan Marshall debería incluir un fondo benéfico musulmán e internacional que permita a los pobres construir una cultura de paz a través de una cultura de participación. Se nos ha dicho que hacerle la guerra a Irak traerá la estabilidad a Oriente Próximo y contribuirá a un orden mundial más pacífico. Independientemente de la suerte de Sadam, no podemos pasar por alto el hecho de que el mundo continuará teniendo frente a sí el problema de qué hacer con los sentimientos masivos de exclusión, con la marginación del Otro, y con la guerra privatizada que constituye el terrorismo. Mientras los políticos vean su programa en términos exclusivamente materiales, no podrá haber un verdadero diálogo sobre nuestros valores compartidos ni paz para nadie en este planeta. Pero si realmente estamos hablando de la seguridad humana, ¿por qué no establecer un código regional de conducta sobre las armas de destrucción masiva en todo el mundo?
Los recientes debates técnicos en el Consejo de Seguridad se centraron en la seguridad en sentido material. Los derechos y responsabilidades de su población autóctona en el ejercicio de la libertad y la dignidad humana tan sólo incitarán a más violencia y contraviolencia. Sin embargo, el arma de destrucción masiva que más debería preocuparnos es la ausencia de un discurso civilizador sobre la reconstrucción y el desarrollo en la posguerra de nuestros valores humanos compartidos en todo el mundo. Como musulmán, creo en el haq el hurriya y en el haq el karama, el derecho a la libertad y el derecho a la dignidad humana. Los políticos se han desviado del bien público hacia consideraciones más estrechas de miras. Sin embargo, en palabras de mi amigo Rabbi Magonet citando el Jalel: "Para salir de esta estrechez, apelé a Dios. Dios me respondió con una visión más amplia. Demos gracias al eterno que es bueno, ya que el amor de Dios es la-olam: para el mundo entero". Por último, en palabras de Su Santidad el Papa: "Dios no se inmiscuye en los asuntos del hombre; Dios es juez y árbitro". Creo que ha llegado la hora en nuestro mundo interconectado de enseñar no sólo la verdad, sino la virtud y el fin común para salvar nuestra humanidad compartida.