Hay que recordar la pandemia

Hay que recordar la pandemia
Leon Neal/Getty Images

La administración del presidente Joe Biden ha puesto fin oficialmente a la emergencia sanitaria nacional en Estados Unidos, y dio la autorización para que las demás restricciones pandémicas expiren el 11 de mayo. Otros países ya han tomado medidas similares y se espera que más países hagan lo mismo. La Organización Mundial de la Salud ya no considera al COVID-19 una emergencia sanitaria global, lo que da a pensar que el virus y la gigantesca cantidad de muertos que provocó pronto desaparecerán de la memoria, junto con las máscaras N95 y los test PCR. Pero este olvido colectivo pone en peligro los esfuerzos por garantizar un financiamiento consistente para la salud pública.

Nuestra capacidad para olvidar algo tan catastrófico como una pandemia es, en parte, un mecanismo de asimilación, que refleja el sistema inmunológico emocional que nos permite continuar con nuestra vida cotidiana. Por más devastador que haya sido el impacto social y económico de la pandemia, ha dejado una marca indeleble solo en un subconjunto relativamente pequeño de la población, que incluye a los sobrevivientes de los seres queridos perdidos, a los profesionales de la salud y otros trabajadores de primera línea, a los inmunodeprimidos y a quienes padecen COVID largo u otros trastornos médicos relacionados.

Si bien los acontecimientos trágicos muchas veces nos inspiran a hacer cambios, nuestra voluntad de actuar suele ser de corto aliento, lo que hace difícil que genere un cambio duradero. Este patrón se torna particularmente evidente en la cobertura noticiosa y en las tendencias de búsquedas en Google posteriores a tragedias como tiroteos masivos, tsunamis y terremotos, que normalmente muestran un aumento inicial del interés que se desvanece poco a poco con el tiempo.

Para crear y retener recuerdos, el cerebro humano atraviesa un proceso complejo que implica múltiples etapas interrelacionadas, como la codificación, la consolidación y la recuperación. Cuando recibe información nueva, nuestro cerebro la procesa modificando neuronas en el hipocampo, un centro crítico para la memoria, junto con otras regiones como la amígdala, que maneja los recuerdos emocionales. En conjunto, estas neuronas forman una representación física del recuerdo llamada engrama.

Una parte importante de la información que recibimos se puede perder a menos que pase por el proceso de consolidación del recuerdo, que frecuentemente ocurre  durante el sueño y ayuda a estabilizar y retener los recuerdos en el largo plazo. Durante este proceso, lo que hace el hipocampo es “volver a ejecutar” el recuerdo, que luego se envía a las neuronas corticales para un almacenamiento prolongado. Durante la etapa final, la recuperación del recuerdo, se reactivan las neuronas de rastreo dentro del hipocampo y de la corteza.

Todos los días, recibimos una cantidad abrumadora de información que nuestro cerebro se esfuerza por retener. Como olvidar y recordar son dos acciones que están intrínsecamente conectadas, esta “infodemia” agrava aún más nuestra tendencia a olvidar. Asimismo, el proceso por el cual nuestro cerebro evalúa el riesgo es profundamente personal y está influenciado no solo por datos sino también por nuestros propios prejuicios y necesidades.

El hecho de que el COVID-19 vaya desapareciendo de nuestra conciencia colectiva nos recuerda por qué tanta gente estaba ansiosa por olvidar la pandemia de gripe de 1918 y por abrazar los placeres y los riesgos de los locos años 20. Pero la amnesia colectiva amenaza con dejarnos muy mal preparados para futuros brotes de enfermedades de trasmisión aérea, lo que nos obliga a volver a aprender lecciones fundamentales sobre la importancia de usar máscaras faciales, de la ventilación y de realizar actividades al aire libre para evitar la transmisión.

La pandemia de 1918 infectó a un tercio de la población mundial y se cobró más de 50 millones de vidas, superando las bajas militares combinadas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a pesar de la cantidad enorme de pérdidas humanas, no hay monumentos o días conmemorativos permanentes para sus víctimas. Antes de 2020, si uno le pedía a la gente que nombrara el evento más letal del siglo XX, muy pocos habrían mencionado el virus. Solo recientemente, historiadores como Guy Beiner han comenzado a explorar este patrón de olvido. Sin rituales de recordación para conmemorar los millones de vidas perdidas a manos del COVID-19, corremos el riesgo de perpetuar el ciclo.

Muchas veces, la gente tiene una visión más positiva del futuro que del pasado como una manera de construir resiliencia psicológica. Este  sesgo de positividad orientado hacia el futuro surge porque, a diferencia del pasado inmodificable, el futuro ofrece infinitas posibilidades. Pero nuestra tendencia a mirar hacia adelante también impide el progreso en cuestiones como la preparación para pandemias, ya que nos lleva a creer que estamos mejor equipados de lo que realmente estamos.

Numerosos organismos académicos, grupos de expertos, organizaciones de salud pública y gobiernos han publicado recomendaciones detalladas sobre cómo mejorar la preparación para pandemias, pero no ha habido un esfuerzo coordinado e integral para llevarlas a cabo. Tres años después del inicio de la pandemia, todavía carecemos de explicaciones claras sobre por qué nuestras agencias de salud pública no tienen ni el personal ni los fondos suficientes, por qué fallaron las cadenas de suministro, por qué se permitió que la mala información sobre el COVID-19 se propagara en las plataformas de redes sociales y en los canales de noticias por cable, y por qué nuestras respuestas de salud pública siguen siendo reactivas y no proactivas.

Para garantizar que estamos mejor preparados para futuras pandemias, figuras médicas y científicas prominentes de Estados Unidos han propuesto crear un Grupo Operativo Nacional para la Pandemia del COVID-19, modelado en base a la Comisión del 11/S, pero las propuestas han languidecido en el Congreso. Frente a otras crisis, da la impresión de que muchos preferirían olvidar la destrucción que la pandemia y el retorno a la “normalidad” les han provocado a nuestras sociedades.

Pero, por más difícil que pueda resultar romper el ciclo de normalización que nos permite olvidar tragedias como los tiroteos masivos y las pandemias, es necesario que lo hagamos. Debemos reconocer de qué manera nuestros prejuicios ponen en peligro nuestras vidas y las de las generaciones futuras. Hay hojas de ruta de políticas claras y basadas en evidencia que podrían ayudarnos a reducir la violencia con armas de fuego y mejorar la preparación para pandemias, salvando, potencialmente, innumerables vidas e impidiendo un sufrimiento inconmensurable. Sin embargo, para implementar estas medidas de manera exitosa, debemos evitar la trampa de la división y la distracción.

A Irlanda le ha llevado más de 150 años construir monumentos y museos que conmemoren el impacto de la Gran Hambruna de los años 1840. No podemos permitirnos que pase lo mismo con el COVID-19. Para garantizar que aprendimos las lecciones de la pandemia, debemos conmemorar sus efectos en curso, decretar días de recordación, actualizar los programas escolares y universitarios, establecer exhibiciones permanentes en los museos y construir monumentos. Solo nuestra capacidad para recordar el pasado podría influir en miles de millones de vidas en el futuro.

William A. Haseltine, a scientist, biotech entrepreneur, and infectious disease expert, is Chair of the global health think tank ACCESS Health International.

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