Hay que redefinir el conflicto sirio

El acuerdo alcanzado por Estados Unidos y Rusia para la eliminación del arsenal de armas químicas de Siria vincula el proceso de desarme con un proceso paralelo de negociaciones para poner fin a la guerra civil. Es ciertamente una idea razonable; pero por desgracia, subsisten dos problemas que frustrarán el logro de los objetivos de la conferencia de Ginebra. Sin embargo, con algunos cambios, las negociaciones pueden tener éxito.

El primer problema de la solución propuesta por Estados Unidos y Rusia es que no reconoce los límites dentro de los que se mueven las partes en conflicto. El régimen actual (que lleva más de 40 años de ser un único actor omnipresente) tiene poco margen para ofrecer concesiones: no existen dictaduras a tiempo parcial. Pero para llegar a un acuerdo político con la oposición es necesario traspasar al menos una parte de los recursos políticos, policiales y económicos previamente controlados por la familia del presidente Bashar Al Assad y su círculo íntimo.

Es sumamente improbable que un régimen que tiene una enorme deuda con sus defensores acepte una solución semejante, ya que con ello se reduciría su capacidad de recompensar (y, más aún, de proteger) a sus partidarios dentro y fuera del país. Por ejemplo, si al terminar la guerra la oposición quedara en control de una parte sustancial del aparato estatal, difícilmente podría Siria mantener una relación fluida con Irán y el Hizbulá.

La oposición está en una situación similar, pero por la razón contraria. Al no ser ni remotamente un actor único, sino una colección de grupos muy diversos escasamente cohesionados, es probable que experimente una dinámica similar a la del gobierno, ya que cualquier fórmula de coparticipación del poder (por más transitoria que sea) dejaría a cada uno de los grupos que se oponen a Al Assad con menos recursos que los que tendrían si controlaran la totalidad del aparato estatal. Esto por sí solo bastaría para intensificar el conflicto y el divisionismo dentro de la oposición, lo que puede llevar a que muchos de sus cuadros rechacen cualquier acuerdo de paz y a que el conflicto se prolongue.

El segundo problema de la propuesta de paz ruso-estadounidense está en que define dos partes en este conflicto: el régimen de Al Assad, por un lado, y la oposición, por el otro. Sin embargo, hay sectores de la sociedad siria, especialmente minorías religiosas, que siguen apoyando al régimen solamente por temor a lo desconocido, pero no confían en él para la salvaguardia de sus intereses. Esto se aplica especialmente a los cristianos y a los drusos, pero también a elementos seculares de la mayoría sunita.

Este modo de ver el conflicto debe cambiar. Lo cierto es que tanto el régimen como la oposición incluyen un amplio espectro de grupos que se han alineado a uno u otro lado por una variedad de razones que son propias de cada uno.

Hasta ahora, la comunidad internacional solamente le ha reconocido esta diversidad a la oposición. Esto permitió al régimen atribuirse cierta legitimidad y al mismo tiempo acalló las voces de otros grupos que están atemorizados. Pero en vez de insistir con la idea de un proceso de paz entre el régimen y la oposición, el plan de paz en Siria debe sentar a la mesa de negociaciones a todos los sectores de la sociedad siria, independientemente del lado del conflicto en que se encuentren.

A Ginebra tienen que ir representantes de los alahuitas, los cristianos, los drusos, los kurdos y los sunitas, así como de grupos no religiosos y otras minorías más pequeñas, para tratar de crear un nuevo contrato político para una nueva Siria. Sin duda, elegir representantes de cada comunidad no será fácil. Pero ya que el objetivo de las conversaciones es alcanzar un amplio acuerdo nacional (que incluya cuestiones como la libertad de expresión y de religión) y sentar las bases de un período de transición con un gobierno de unidad, basta elegir como delegados al proceso de paz a un grupo de hombres y mujeres con reconocido prestigio dentro de sus comunidades.

Esta propuesta resolvería el problema de la elección de los representantes del régimen y de la oposición, un obstáculo con el que tropezó hasta ahora la realización de las conversaciones de Ginebra. Componer los equipos negociadores según líneas ideológicas, étnicas y sectarias ayudaría a trascender la dicotomía entre régimen y oposición. Grupos a los que el régimen dice representar podrían representarse a sí mismos, y esto tal vez les serviría de incentivo para salir de su actual postura de apoyo al régimen.

Sin embargo, pasar de un proceso de negociación bipartito a otro multisectorial supone también algunos inconvenientes. Las negociaciones multisectoriales tienden a ser más complejas, y existe el riesgo de que se prolonguen indefinidamente. Pero también son más democráticas y más representativas, y muchos de los problemas se pueden reducir con un buen trabajo de coordinación y diseño de las negociaciones.

Por eso es importante limitar estrictamente la agenda. Las partes deberían darse por satisfechas con lograr un acuerdo sobre, por decir algo, el compromiso de formar un estado multiconfesional, secular y democrático. Para el período de transición se puede tomar el ejemplo de otros países que ya lo hicieron con éxito, como Sudáfrica y, más recientemente, Yemen. El equipo coordinador de las Naciones Unidas puede ayudar a las partes involucradas a lograr acuerdos para un gobierno de transición y una hoja de ruta hacia el dictado de una nueva constitución, la realización de un referendo y el llamado a elecciones.

¿Y qué ocurrirá hasta que se inicien las conversaciones y durante su transcurso? Es aquí donde se necesita involucrar a todo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (especialmente, China y Rusia) para que apoye en forma conjunta un plan de diálogo entre todos los sectores sirios. El Consejo de Seguridad tiene atribuciones que le permitirían recurrir a la fuerza militar para evitar violaciones de un alto el fuego, sin importar su origen. Estados Unidos y Rusia pueden dar un paso más: crear un centro de operaciones conjunto encargado de controlar el alto el fuego y evitar que entren al país más armas o militantes.

La comunidad internacional (especialmente Estados Unidos, la Unión Europea, China y Rusia, junto con Turquía, Arabia Saudita e Irán) no tiene nada que hacer dentro del diálogo multisectorial sirio. Pero su apoyo externo es fundamental, ya que estos actores pueden servir de garantes del acuerdo que surja de las negociaciones y rechazar cualquier resultado que suponga la desintegración del país. Sin un compromiso de preservar la unidad territorial, habrá muy pocos en Siria que estén dispuestos a negociar. Y sin negociaciones que incluyan a todas las partes, la guerra continuará.

Sami Mahroum is Academic Director of Innovation and Policy at INSEAD. Traducción: Esteban Flamini.

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