Hay quienes aún se disfrazan de indígenas en América Latina

"La India María", un personaje de la televisión mexicana de la actriz María Elena Velasco, es parte de una larga historia de burla hacia los indígenas en América Latina
"La India María", un personaje de la televisión mexicana de la actriz María Elena Velasco, es parte de una larga historia de burla hacia los indígenas en América Latina

La tarde del último Halloween, la excongresista peruana Tania Pariona salió junto a su hermana a caminar por las calles del barrio de Magdalena, en Lima, donde vive, mientras veía con curiosidad las oleadas de personas disfrazadas de zombies, princesas de cuentos de hadas e infinidad de superhéroes que le costaba reconocer. La gente parecía divertirse. Ella, que nunca ha celebrado Halloween, tomó su celular para pasear un momento por las redes sociales.

Pariona es una política joven, indígena, muy popular en el Perú, y suele vestir sombreros adornados con flores y faldas andinas de colores vivos. La vestimenta de las mujeres andinas, en Lima, es una presencia llamativa, cargada de contenidos y capaz de sacar lo peor de muchas personas. Una mujer andina, vestida con traje andino, recibe insultos y no siempre puede entrar con normalidad a lugares (centros comerciales, restaurantes, oficinas) donde otras mujeres sí.

La primera vez que Tania Pariona fue al Parlamento a trabajar, los vigilantes no creyeron que era congresista y no la dejaron entrar. Era la época en que aún le gritaban desde los autobuses ahí va una cholita, india, serrana. Conforme se hizo más conocida por su trabajo, la gente comenzó a reconocerla e identificarla, y los insultos disminuyeron. El problema de millones de personas andinas es que no tienen ese nivel de notoriedad y viven a merced de los prejuicios en el Perú, un país sumido en la contradictoria celebración del pasado inca y la indiferencia sobre las vidas de millones de ciudadanos indígenas.

En Twitter, Pariona se topó con un mensaje de Halloween que la horrorizó. Tuvo que entrar a un café para tomar asiento un momento y procesar lo que veía. El Tenis Country Club de la Planicie, institución típica de las clases altas, había organizado un concurso de atuendos de Halloween. Algunas participantes se habían disfrazado de La Paisana Jacinta, un personaje de la televisión interpretado por el cómico Jorge Benavides y que concentra estereotipos brutales sobre la mujer indígena andina. La Paisana apesta, tiene los dientes podridos, camina con las piernas abiertas y orina en cualquier lugar, como un perro. Oficinas del Estado, organizaciones sociales y hasta la ONU han rechazado la imitación de Benavides por racista, pero el cómico suele ampararse en la popularidad de su personaje para mantenerlo vigente. Las mujeres del Country Club habían copiado con detalle obsesivo el atuendo del personaje: las faldas de ala ancha, trenzas postizas, dientes ennegrecidos y brochazos de pintura marrón para replicar el color del rostro indígena. Sonreían a las cámaras. Y hasta jugaron una partida de tenis.

Afuera del café, los zombis y superhéroes desfilaban con una tranquilidad surreal. Pariona revisó las fotos de aquellas socias del club y tuiteó: “Nuestros trajes no son disfraces. Esto es discriminación y racismo contra las mujeres andinas”. Su tuit generó una ola de mensajes de solidaridad pero también otra de ataques y burlas. “Desde ese punto de vista, no me puedo disfrazar de árabe, gitano, indio, etc., porque según tú los discrimino”, comentó un caballero. “Si quiero me disfrazo de paisana Jacinta o de congresista Tania Pariona, y nadie puede estar denunciando, si no ahorita se levantan Napoleón, el Quijote y el mismo diablo a demandar a todo el mundo”, añadió una mujer que se presentaba como defensora de los animales. “No se puede ser más ridículo que esto. La gente tiene derecho a disfrazarse de lo que le dé la gana”, agregó una persona que, en su perfil, se identificaba como católica.

Las respuestas expresan un punto de vista recurrente cuando discutimos sobre racismo y discriminación en América Latina. La idea de que estos asuntos existen esencialmente en la mente de quienes los denuncian, como una especie de complejo que les genera visiones distorsionadas o malas interpretaciones de la realidad. Bajo esa lógica, cuando las señoras del Country Club se disfrazan de la parodia de una mujer indígena y este acto “inocente” ofende a personas como Tania Pariona, es Tania quien tiene que hacerse cargo de sus sentimientos, porque un disfraz es un disfraz y el racismo es una idea maliciosa en la mente de quien se victimiza. Esta aparente “inocencia” de las señoras es convenientemente pragmática y de ninguna manera minoritaria: sobre ella se levantan la industria de la publicidad, los programas de televisión, los comentarios en radio, los debates políticos, las decisiones de Estado y, entre muchas cosas más, gran parte de las discusiones en las redes sociales.

El problema de esta “inocencia” es precisamente lo que decide ignorar: la historia de nuestros propios países, el contexto en que vivimos, las relaciones de poder, el origen de la desigualdad y todos los detalles que explican por qué el mundo es como es y no de otra manera. ¿Por qué existen indígenas, mestizos, negros, blancos? ¿Por qué para unas las cosas son más sencillas que para otras? ¿Por qué hubo esclavitud, quiénes fueron los esclavizados, qué significa que fueran esclavizados? ¿Por qué los indígenas en el Perú no tenían plenos derechos hasta hace medio siglo? ¿Por qué incluso ahora hay indígenas que no tienen derecho a la propiedad del espacio donde viven a lo largo de América? Las preguntas no son sencillas de plantear y mucho menos de responder. Pero existen. Incluso cuando no somos capaces de formularlas.

América Latina es en buena cuenta un conjunto de preguntas enormes que brotan de las maneras más inesperadas. En Halloween, por ejemplo. Dos días después de aquel incidente, y una decena de países al norte del Perú, en México, una mujer de piel clara compartió en Instagram una “inocente” selfie donde lleva la cara pintada de negro brea, los labios maquillados como salchichas en tono rojo pasión y, como sombrero, un racimo de uvas en la cabeza. “Azúuuucaaaaar!!!”, gritaba la leyenda de la imagen que ahora se puede ver en la cuenta de Twitter CosasDeWhitexicans. No importa con cuánta ingenuidad sonrías en una foto, el blackface es lo más opuesto a inocente, un símbolo del genocidio negro, como la esvástica lo es del genocidio judío. El blackface surge en las cortes europeas, cuatro siglos atrás, cuando los nobles se pintaban el cuerpo para representar teatralmente a las personas que empezaban a esclavizar y que pronto iban a llevar, en calidad de animales, a América. El blackface es el ser humano blanco disfrazándose de su esclavo.

Disfrazarte de indígena, o de afrodescendiente (sea un personaje de ficción o real), cuando no eres parte de estas comunidades no es un acto “inocente” y puramente “divertido”. Todo lo contrario. Puede ser una manifestación brutal de poder, de ignorancia, de desconexión con la realidad. Las ropas que te pones como disfraz para hacer reír son las mismas que otras personas no pueden llevar en paz en la calle.

Por eso, cuando le preguntas a Tania Pariona sobre qué piensa que debemos hacer para eliminar ese racismo que vivimos a diario en América, su respuesta es el único antídoto posible: “Necesitamos educación”, me dijo a través del teléfono. “Necesitamos educarnos todos”. Quizá con esa receta, en un futuro no tan lejano, cuando Halloween llegue, podremos hablar más de la estética de los zombies que de la fealdad de los seres humanos.

Marco Avilés escribe sobre racismo en América Latina. Es autor de ‘No soy tu cholo’ y ‘De dónde venimos los cholos’. Actualmente estudia un doctorado en la Universidad de Pennsylvania.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *