Hace ochenta años que apareció un famoso libro del hispanista Gerald Brenan. A esa criatura literaria, el autor le puso el nombre que mejor podía reflejar los acontecimientos políticos y sociales españoles del primer tercio del siglo XX y de la dolorosa Guerra Civil que estalló en 1936: «The Spanish labyrinth» (1943).
Los españoles de mi generación, la generación de la Transición, hemos creído hasta hoy que habíamos aprendido el triste balance que ocasionan los desencuentros ideológicos y políticos cuando se producen en el solar hispánico. También hemos confiado en que la magna operación político-constitucional de finales de la década de los setenta, de pasar de una dictadura a una democracia fundando una Monarquía parlamentaria y un loable -y loado- sistema de libertades y garantías, constituiría un «nunca más», un seguro que evitaría caer en los pecados capitales que el español comete en política: incultura, intolerancia, sectarismo y negación del interés general.
Sin embargo, con harto dolor y angustia, a la vista de los resultados de los últimos comicios generales decididos por el pueblo español, de los tejemanejes y tretas de los partidos políticos, de las inasumibles declaraciones de los líderes políticos y del bochornoso comportamiento de los ¿representantes? del pueblo español en la constitución de las Cortes de la XVª Legislatura, el antedicho calificativo de laberinto no sólo es el adecuado hoy, sino incluso muy merecido.
España ha vuelto a su laberinto político de antaño: polarización ideológica, revitalización de los nacionalismos, políticos vendepatrias, irresponsables, una izquierda echada en brazos de los particularismos periféricos, ayuna de pensamiento socialdemócrata, populista, y una derecha partida, mal avenida y bastante torpe, que no convence a la sociedad ni rebate con inteligencia las supercherías del otro tablero ideológico. Sí, España vuelve a su laberinto político.
Son varios los factores responsables de este dramático cuadro político. El principal es que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones que anhela comandar otra Legislatura, ha decidido que la gobernación del Estado dependa de una camarilla de comunistas de salón que aceptan, como «solución», la autodeterminación de los que ellos llaman «los pueblos de España». Por lo visto, sojuzgados. También necesita Sánchez el voto de los de Otegui, ex terrorista confeso y condenado. Así mismo, del apoyo del desleal PNV. Y, finalmente, de los secesionistas catalanes comandados por un huido de la Justicia y reclamado por la Sala 2ª del Tribunal Supremo. ¿Qué puede salir mal?
Para Sánchez -como repetidamente anticipó Iglesias Turrión en el Congreso-, la derecha no debe gobernar, por lo menos en muchos años. Sánchez siente repulsión por la derecha democrática y constitucional de este país. De ahí los contundentes portazos dados a cuantos pactos le han ofrecido dirigentes del Partido Popular como Casado y Feijóo. No se trata de una deriva lenta y reflexiva, que le haya llevado a esa posición, no. La weltanschauung, la cosmovisión de Sánchez es así. Antes que formalizar pactos de Estado con el otro gran partido de la derecha, prefiere aliarse con un abanico de partidos minoritarios anticonstitucionales que pretenden cambiar el régimen político y la secesión territorial.
Por eso España, desde el punto de vista político, ha vuelto a su malhadado laberinto. La ceguera ideológica y la irresponsabilidad de Sánchez ha colocado el tablero político español en un grandioso embrollo en el que se ve salpicada hasta la jefatura del Estado, algo que debería evitarse a todo trance tratándose de una Monarquía parlamentaria cuyo titular carece de potestades.
Otros países han tenido -y tienen- líderes que no sólo son gobernantes: son responsables que alcanzan la talla de estadistas, y lo han demostrado en las difíciles horas de encontrar el camino de la mejor gobernación para su patria. En cambio, con la trayectoria de Sánchez vuelve a tener plena vigencia la frase de Sagasta cuando, hace ya muchos años, afirmó: «Yo no sé adónde vamos, pero sí sé que doquiera que vayamos, perderemos nuestro camino». Para emprender el camino acertado para España -que por donde transita Sánchez no lo va a encontrar- sería menester, es preciso, que Sánchez renunciara a circular por el laberinto que ha escogido y volviera a la claridad, al orden, al sentido común y a la sensatez. En definitiva, al orden constitucional. A enfrentar la tarea de las grandes y numerosas reformas que nuestro país necesita urgente e imprescindiblemente.
Con la gran coalición gubernamental del PSOE y el PP se lograría salir del laberinto en el que la mala y equivocada política del sanchismo ha hundido a todos los españoles. Se le pueden dar muchas vueltas al asunto, y gastar mucha saliva, pero, insisto, la salida de esta dramática y colapsada hora política de España es la de una gran coalición.
José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor Titular de Derecho Administrativo y presidente del Foro para la Concordia Civil.