Hemos ganado. Hemos perdido. ¿Y ahora qué?

La frase pertenece a las últimas escenas de «El candidato», película protagonizada por Robert Redford en 1972. Tras haber conseguido la victoria electoral en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se planta junto a su director de campaña y le espeta: «¿Y ahora qué?». Lo mismo podría aplicarse al perdedor de los comicios.

La cuestión es si el reelegido presidente del Ejecutivo español gobernará en función de su último año de la ya pasada Legislatura, o si lo hará siguiendo el rebufo de sus tres primeros años en la Moncloa, porque claramente y lo reconocen ellos mismos, aunque eso sí, en voz baja, hubo dos estrategias radicalmente opuestas en un mismo mandato.

La España con la que se ha de encontrar Rodríguez Zapatero en los próximos años no va a ser fácil. Más allá de las culpas sobre los problemas, las grandes cuestiones que el nuevo Gobierno deberá afrontar no son sencillas. Ni lo son para el PSOE, ni por supuesto, lo hubieran sido para el PP en el caso de haber ganado anteayer.

Y todos son problemas que apenas se han tratado en la campaña, en los mal llamados debates electorales o en los mítines.

A saber: Zapatero y su ministro de Economía deberán luchar a brazo partido contra una crisis económica que ha sido ocultada, escondida o disimulada por la propia campaña. Todo indica que va a ocurrir algo parecido a lo que aconteció en aquel verano de 1992, cuando de la noche a la mañana, nada más apagarse la antorcha olímpica y en cuanto se cerró el último pabellón de la Expo de Sevilla... ¡Zas!: Estalló la crisis. Si como aseguran los que saben de esto y publicó este diario el pasado jueves, el sector inmobiliario se cobrará en lo que queda de año cerca de un millón de parados, no le arriendo las ganancias al ministro de Trabajo. Más vale que Trichet nos eche un cable y que Angela Merkel siga tirando de la locomotora porque si no, nos vamos a enterar de lo que vale un peine.

En clave internacional, el panorama no podría estar más complicado. El Oriente Medio puede quedar en una broma si lo comparamos con la que se avecina en las montañas que forman la frontera entre Pakistán y Afganistán. Y es que la cordillera del Hindu Kush y el Karakórum se van a convertir en la franja capital del orden mundial. Y no olvidemos que allí trabajan y se juegan la vida centenares de soldados españoles, algunos de los cuales, reconozcámoslo, volverán en ataúdes. Y ello a la vez que Hispanoamérica se enfrentará a la locura bolivariana a modo de esperpento, eso sí, con nuestras multinacionales temblando por cada estornudo de sus protagonistas.

Por no hablar de la Unión Europea. El reelegido presidente del Gobierno se dará de bruces con una UE hecha pedazos, con unos Estados Unidos que se recompondrán pase lo que pase tras el mes de noviembre y un Magreb del que cada vez costará más sacar un gramo de gas.

Y desde ahí nos vamos al terrorismo islámico. Ni una sola palabra, salvo para referirse al 11-M, surgió de los candidatos respecto al gran capítulo que supone y supondrá el terrorismo yihadista. Nadie dijo ni «mu» sobre el verdadero conflicto de civilizaciones que no ha hecho más que empezar, más allá de alianzas y otros poemas. Me cuentan los que saben de Inteligencia y Fuerzas de Seguridad que se sobrecogen cuando no escuchan a los líderes hablar de estos asuntos, porque la principal preocupación de los expertos es precisamente la que parecen ignorar los que mandan o hubieran mandado.

En cuanto al terrorismo doméstico, tampoco me gustaría estar, personalmente, en el puesto de quien ostente la cartera del Ministerio del Interior porque en este Departamento es donde más se aprecian las dos legislaturas distintas de la Legislatura anterior, y es que ante una perspectiva de terrorismo cobarde, repugnante y milimetrado, las probabilidades de reabrir un diálogo, no se sabe cómo, resultan imposibles.

No olvidemos las reformas constitucionales que siguen siendo un gato sin cascabel y la configuración territorial del Estado con estatutos, recursos y unos tribunales de por medio que quién sabe cómo dirimirán la trascendental cuestión de la unidad de España.

Y queda la Educación, en mayúscula, como la gran laguna económica, cultural y de futuro de la sociedad española. Alguien me dijo días atrás que si Mariano Rajoy hubiera planteado su campaña con la educación como tema sol, habría ganado las elecciones. Lo dudo. Pero sea como fuere, el futuro de nuestros estudiantes y de sus profesores marcará inexorablemente el desarrollo de España para los próximos decenios. Ahí no cabe duda alguna. Por eso no entiendo cómo se trivializa el informe Pisa, cómo dan igual las transferencias educativas o por qué no se llega al verdadero pacto necesario para esta Nación, cual habría de ser el sistema educativo.

Todo lo anterior referido al Gobierno y, en la medida en que se llegue a acordar, a una oposición que ha perdido los comicios y que también se habrá de preguntar: «¿Y ahora qué?».

Quien asegura que España es mayoritariamente de centro-izquierda no ha leído bien los resultados del domingo pasado, donde el centro derecha obtuvo 172 escaños y el centro-izquierda 177, en el bien entendido de que CiU y el PNV son derecha y no el contrasentido histórico de considerarlos izquierda progresista por el mero hecho de su idiosincrasia nacionalista.

Es a la mitad de España a quien el Partido Popular habrá de considerar para su futuro más inmediato. Más allá de personalismos, candidatos o candidatables, la que se avecina en los capítulos a los que me refería en párrafos anteriores, exigirá que el PP se esfuerce en las materias concretas, en los problemas exactos y en las soluciones posibles. Difícil tarea en un país este, en el que nos metemos en la cocina de nuestro vecino como Perico por su casa.

Lo sensato ha de ser mantener la calma, saborear cada voto con el buqué de la nostalgia y recuperar de vez en cuando la foto de Elvira, «Viri», la esposa de Mariano Rajoy, durante la noche del 9-M para apreciar la sinceridad del dolor y del cariño y esperar, quizás no mucho tiempo, para saber a qué atenerse. De cualquier solución dependerá el futuro ideológico y representativo, nada más y nada menos, de casi media España, por lo que compensará, pase lo que pase, atarse los machos al principio para llegar al futuro en la disposición adecuada.

Para otro análisis quedarán los futuros de Izquierda Unida, hundida; de un PNV observado desde Estados Unidos por un Josu Jon Imaz frotándose la barriga; o de una CiU que mirará por el rabillo de un ojo al Palau de la Generalitat y por el otro a los Presupuestos del Estado, o sea, como siempre; y de una Esquerra Republicana que a base de torpezas cumple el axioma de que todo puede empeorar yendo de mal en peor.

España ha sufrido demasiado desde el 11 de marzo de 2004. Quién sabe si ya se ha pasado una página de la Historia. Sólo queda desearnos buena suerte, que unos aguarden con inteligencia y que otros gobiernen con humildad, como dijo Zapatero en su primera rueda de prensa tras el 9-M.

Me quedo con la pregunta de Robert Redford en «El candidato», con la cabeza agachada, sentado, mirando a su director de campaña: «¿Y ahora qué?». En pocas semanas sabremos a qué atenernos.

Ángel Expósito Mora, Director de ABC.