Herrumbrosos tanques

Aunque “Horas de invierno”, el melancólico artículo publicado por Larra en El Español el 25 de diciembre de 1836, es decir, el último día de Navidad de su vida, ha pasado a la posteridad por la lamentación “¡escribir en Madrid es llorar!”, sus primeros párrafos desarrollan una tesis geopolítica sorprendentemente vigente.

Tras dolerse por la decadencia del “orgullo nacional”, Larra se centraba en las contiendas que habían marcado el inicio del siglo XIX: “Juguete hace años de la intriga extranjera, nuestro suelo es el campo de batalla de los demás pueblos. Aquí vienen los principios encontrados a darse al combate: desde Bonaparte, desde Trafalgar, la España es el Bois de Boulogne de los desafíos europeos”.

“La Inglaterra, el gran cetáceo, el coloso del mar -proseguía Larra-, necesitó medir sus fuerzas con el grande hombre, con el coloso de la tierra, y uno y otro exclamaron: ‘Nos falta terreno. ¿Dónde reñiremos?’ Y se citaron para España”.

Por eso nuestra Guerra de la Independencia fue para el Foreign Office la Peninsular War. Y otro tanto ocurrió al final del Trienio Liberal con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis:

Herrumbrosos tanques“Se lanzó contra el principio democrático el credo de la Santa Alianza. Pero, ¿dónde pelearemos?, se dijeron. Nuestras campiñas son fértiles, nuestros pueblos están llenos; ¿dónde hay un palenque vacío para la disputa? Y también se citaron en España”.

Larra completaba la tríada con la intervención extranjera en la Primera Guerra Carlista que “desgarraba el velo de las provincias vírgenes de España”, aunque advertía que esa era una dinámica que venía de antiguo: “¿Dónde sino en España ventilaron sus cuestiones Roma y Cartago, la cruz y la media luna, la Europa y el Asia?”. ¿Dónde sino en España ventilaron sus cuestiones Hitler y Stalin, el fascismo y el comunismo, los aliados y el eje?, corroboraría cualquier lector contemporáneo.

Mutatis mutandis, el guante que hace doscientos años enfundaba nuestro primer dandi en la mano de España, hoy encajaría perfectamente en los dedos de Ucrania, otro cruce de caminos, culturas, civilizaciones e intereses convertido en el “palenque” de la confrontación armada entre Estados Unidos y Rusia.

Esta perspectiva no empece para que en el siglo XXI, como en el XIX, aunque los orígenes del conflicto sean más complejos, a la hora de la verdad también haya un agresor y un agredido, un invasor y un invadido. De hecho, los pretextos de Putin para proteger su espacio de seguridad ocupando Ucrania no difieren demasiado de los que llevaron a Napoleón a intentar apoderarse de España.

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Entender lo ocurrido no puede contribuir a justificar al invasor que unilateralmente ha roto el statu quo. De ahí el absurdo de distinguir entre armas defensivas y ofensivas cuando lo que se dirime es el derecho de Ucrania a recuperar el territorio que acaba de serle arrebatado por la fuerza.

Afirmar, como ha hecho la ministra Belarra, que la entrega de los Leopard “sólo contribuiría a la escalada bélica y podría tener una respuesta imprevisible y muy peligrosa por parte de Rusia” supone legitimar la agresión de Putin y criminalizar el derecho a la defensa de Zelenski. Algo típico de una mente totalitaria. Es la misma distorsión moral que convierte en “provocación” la presencia de Ayuso en la Complutense para recibir un merecido título honorífico.

El “salto cualitativo” al que se refieren todos los analistas no llegará con los tanques donados a Ucrania por los países miembros de la OTAN. Se produjo cuando los blindados de Putin hollaron el suelo de un Estado independiente, patria de cuarenta millones de personas, pretendiendo realizar una operación de policía como las de Chechenia u Osetia del Sur. O una anexión relámpago como la de Crimea.

El heroico grado de resistencia de los ucranianos, con Kiev convertido en nuestro Madrid del 2 de mayo y los sitios de Gerson o Bakhmut emulando trágicamente los de Gerona o Zaragoza, es el genuino termómetro de su identidad vulnerada. No se trata sólo de un cambio unilateral de las fronteras, como pudo ser el caso de la península del Mar Negro de población mayoritariamente rusófila, sino del intento de esclavizar a esos cuarenta millones de seres humanos, sometiéndolos a un yugo extranjero.

A falta de restricciones domésticas, sólo la determinación de vencer y la exhibición de la capacidad de vencer de Ucrania harán retroceder a un megalómano imperialista como Putin. El conjunto del orden internacional depende de ese desenlace y resulta alentador que, después de que Alemania arrastrara los pies por comprensibles razones geográficas e históricas, se haya logrado un rápido consenso para entregar los tanques.

Otro tanto debería ocurrir con los aviones de combate y los misiles de largo alcance, siempre que su uso quede restringido al propio territorio ucraniano. Rusia ya sabe que los Abrams y los Leopard se interpondrán en el camino de su cacareada ofensiva de primavera. Algo análogo debería ocurrir si pretendiera intensificar los bombardeos sobre las ciudades, tanto con sus cazas como con sus misiles.

Sólo cuando compruebe la futilidad de los esfuerzos que están desangrando a su ejército y hundiendo a su economía se avendrá a negociar la retirada. Nadie puede descartar que, atrapado en su locura, intente huir hacia delante, empleando armas nucleares tácticas, según sus reiteradas amenazas. Pero es haciéndole saber que eso supondría cavar literalmente su tumba y la de todos sus allegados, y no convirtiéndonos en rehenes de su chantaje, como procede responderle.

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Si desde el punto de vista político el gobierno de Sánchez ha estado de nuevo a la altura de las circunstancias, sumándose al compromiso de sus aliados, en el ámbito logístico y militar la polémica sobre los Leopard ha desvelado sin embargo una muy inquietante carencia operativa.

De repente ha surgido entre nosotros el inconcebible oxímoron de los “tanques-inservibles-almacenados-en hangares”. Y la consecuente circunstancia de que, como pronto, podremos enviar a Ucrania un pequeño número de esos blindados allá por el verano, tras un trabajoso proceso de reparación, desmontaje y ensamblaje.

En medios militares existe incluso un extendido escepticismo respecto a que con esa lamentable situación de partida la empresa Santa Bárbara -invocada ahora en medio de los truenos urgentes de la diplomacia- pueda conseguir en cuestión de meses que algunos de esos Leopard vuelvan a estar operativos.

Es cierto que esto no supone que las unidades acorazadas de nuestro Ejército de Tierra estén en una situación equivalente o que la media docena de tanques que tenemos en Letonia no cumpla eficazmente sus misiones. Pero sí plantea la falta de elasticidad, o sea de capacidad incremental, a la hora de abordar una emergencia de índole más próxima. Y suscita sombrías inquietudes sobre nuestro verdadero músculo militar.

Porque en el fondo esos herrumbrosos tanques, poco menos que achatarrados por la falta de mantenimiento, son el reflejo de la irresponsable caída de la inversión en Defensa que arrastramos desde hace dos décadas, tanto con gobiernos del PSOE como del PP. ¿No estará ocurriendo lo mismo con una parte de nuestras fuerzas navales o aéreas? ¿No se explica también en este contexto la insuficiente atención que recibe la industria de la Defensa, incluida la falta de definición sobre lo que esperamos de la bamboleada Indra que lidera hoy Marc Murtra y lo que podemos hacer para convertirla en el campeón nacional que necesitamos?

Desde 2004, último año de Aznar en la Moncloa, no hemos destinado ni siquiera el 3% del gasto público a inversiones para la Defensa Nacional. Y en términos de PIB no pasamos del 1%, quedando sólo por encima de Luxemburgo e Islandia entre los miembros de la Alianza Atlántica. Sin embargo, desde entonces, sobre todo con los gobiernos de Rajoy y Sánchez, la deuda pública se ha disparado. Ha habido dinero para gastar en casi todo, pero no en Defensa.

Aunque ya en 2023 vaya a notarse tibiamente el compromiso de Sánchez en la cumbre de la OTAN de alcanzar el 2% en 2030, Macron acaba de ponernos en evidencia: con 67 millones de habitantes -un 42% más que España-Francia gastará este año 68.000 millones en Defensa, lo que supone multiplicar por 5,3 los 12.825 millones de nuestro presupuesto.

Y si esto sucede con nuestro vecino del norte, cuando miramos problemáticamente hacia el sur encontramos que Marruecos destinó el año pasado el 4% de su PIB a gastos de Defensa, superándonos ya gracias a sus adquisiciones de armamento a Estados Unidos en algunos renglones muy significativos del Military Balance.

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Todo esto debe aflorar en el Congreso, cuando se aborde el inexorable debate sobre el envío a Ucrania de nuestros herrumbrosos tanques.

Gracias a una transformación sin precedentes de la actitud y mentalidad de sus integrantes, las Fuerzas Armadas son hoy la institución mejor valorada por la ciudadanía. Se trate de afrontar catástrofes de cualquier índole o peligrosas misiones internacionales, sus miembros siempre dan la cara con espíritu de servicio y valentía. Sin embargo, esa ejemplaridad individual y colectiva contrasta con sus graves carencias materiales, en comparación con las de los países a los que pretendemos parecernos.

Al mismo tiempo la ministra de Defensa, Margarita Robles, encabeza todos los ránkings de popularidad del Gobierno, por su empatía, dedicación y compromiso con los valores constitucionales. Sin embargo, dentro del propio gabinete y desde la órbita de los socios parlamentarios del PSOE no deja de sufrir tarascadas de mayor o menor entidad, sin que ni el presidente ni sus alfiles habituales intervengan activamente a su favor. Y en uno de los momentos más tensos de la legislatura no le quedó otra que asistir impotente a la lapidación del CNI para proteger los actos delictivos de Pere Aragonés todavía amparados por el secreto de lo legalmente investigado. Había 13 votos en juego.

Esta doble paradoja que afecta tanto a la institución como a su titular es fruto de la ambivalencia de un Sánchez ortodoxamente atlantista en su política exterior y tributario de los peores populismos en su política interior. Por eso, trata de retrasar al máximo una comparecencia parlamentaria en la que no tendría más remedio que enfrentarse a Podemos, ERC y Bildu.

Nuestra clase política necesita masivas dosis de estatinas, no porque tenga el colesterol alto -que también- sino porque todos los marcadores de su sentido del Estado están dramáticamente bajos.

A toda esa patulea de dirigentes radicales, verbalmente tan afines a la legalidad republicana destruida por la fuerza entre 1936 y 1939 y a la vez refractarios al envío de blindados a Ucrania, convendría recordarles las lacónicas seis palabras de uno de los suyos, el imaginario capitán Arderíus, que abren la obra maestra de Juan Benet: “La caballería ya no tiene sentido”.

Así es como empieza Herrumbrosas lanzas, la monumental novela dedicada a una campaña de primavera en el “palenque” español, en la que la capacidad de las armas no estuvo a la altura de los ideales de los soldados.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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