Hijos de la libertad

Reproducimos un extracto del discurso que Su Majestad el Rey pronunció ante la Asamblea Nacional de Francia, por el interés que sus palabras suscitaron entre los asambleístas presentes y el amplio eco que los medios de comunicación franceses dieron a la intervención de Felipe VI.

Es mucha y larga la historia que nos vincula. Son muchos y muy diversos los sentimientos y los acontecimientos que han jalonado esa historia. Pero al continuar escribiendo nuevas páginas comprobamos que cada una mejora la anterior. Y hoy, la amistad, la cooperación y la solidaridad definen, por encima de todo, nuestra relación como grandes naciones; pero también lo hacen nuestra común pertenencia a la UE y la corresponsabilidad como socios dentro y fuera de la Unión.

Hijos de la libertadPermítanme también evocar el hecho de que mi padre, el Rey Juan Carlos, fuera el primer monarca extranjero invitado a pronunciar un discurso en este mismo lugar, en octubre de 1993. Con aquel gesto, Francia y España expresaban su inquebrantable lealtad a unos valores que nuestras dos naciones comparten: la defensa de la libertad, el respeto y la promoción de los derechos humanos, la equidad social y el respeto a la justicia.

Hoy, España recibe de nuevo su respaldo caluroso y fraterno. Quiero por ello transmitirles, en nombre de todos los españoles, nuestra simpatía, nuestro afecto y nuestro sincero agradecimiento. Un agradecimiento que se torna en reconocimiento ante el ejemplo de entereza y dignidad ofrecido por el pueblo y por las instituciones francesas frente a los trágicos atentados terroristas que golpearon hace pocos meses a su país.

Los españoles sabemos muy bien lo que han sentido y sienten los franceses porque durante décadas hemos padecido y combatido el terrorismo y, con su ayuda, lo hemos derrotado. Aquí y ahora les digo que, frente a la agresión, España está y estará a su lado en la defensa de los valores que compartimos y que reafirmamos solemne y serenamente ante quienes pretenden destruirlos con el terror. Honremos a las víctimas, acompañemos a sus familias y a sus seres queridos. Y, sobre todo, digamos alto y claro a los asesinos: no nos doblegarán, no nos vencerán, jamás nos harán renunciar a lo que somos.

«Yo sé quién soy», decía Cervantes por boca de Don Quijote. Franceses y españoles sabemos quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, si así nos lo proponemos.

—Somos hijos de Europa, del Mediterráneo, vieja cuna de nuestra civilización, y del Atlántico abierto siempre a nuevos horizontes.

—Somos hijos de la razón y del rechazo a la sinrazón. Pero sabemos también que el ejercicio de la razón, si no es guiado por las más sólidas convicciones morales, puede producir efectos contrarios a los principios más básicos.

—Somos hijos de la libertad que nuestros pueblos han sabido conquistar a lo largo de la Historia, a menudo con sacrificios y sufrimiento, pero también con la ilusión y la esperanza en un futuro siempre mejor.

—Somos, sobre todo, herederos y portadores de dos tradiciones nacionales sin las cuales es imposible comprender la Historia Universal.

Como amigo y admirador de su país, quiero decirles: sin Francia no hay Europa. Sin una Francia segura de sí misma, fiel a sus valores y firme en la defensa de los mismos, Europa y el mundo perderíamos un referente valiosísimo, un referente fundamental. Por ello queremos más Francia.

—Para recordarnos que la libertad, la fraternidad y la igualdad no nos son dadas, sino que tenemos que luchar por ellas cada día y nunca dar por sentado que están aseguradas.

—Para recordarnos que el respeto de los derechos humanos y el ejercicio de la democracia no sólo se declaran, sino que exigen para su pervivencia un modelo de equilibrio entre poderes y una eterna vigilancia por parte de las instituciones públicas y de los ciudadanos.

—Queremos más Francia para recordarnos que el ejercicio de la razón crítica es la mejor salvaguardia contra los totalitarismos de cualquier índole.

Les he hablado de la necesidad que Europa y el mundo tienen de Francia. Quiero ahora, como Jefe de Estado de una nación vecina y aliada, hablarles de la conveniencia de un mayor entendimiento, de una vinculación si cabe más estrecha entre nuestros dos países. Hace falta recordarlo, sobre todo para que de ello sean conscientes las nuevas generaciones y quienes, con dudas o desesperanzados, desconozcan los logros alcanzados en el camino de la integración europea. Una Europa unida es condición necesaria para el progreso y el bienestar de nuestras sociedades, y para superar y eludir el declive, la debilidad, la fragmentación e incluso la confrontación que, en otros tiempos, llevaron a nuestros pueblos a los momentos más oscuros de la historia europea.

Del valor de una Europa cada vez más unida, democrática y próspera somos especialmente conscientes los españoles. Este mismo mes de junio, precisamente, se cumplen treinta años de la firma del Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas por parte de España.

En los últimos años, la prosperidad europea de la que hemos disfrutado se ha visto afectada por una crisis económica que ha tenido efectos muy duros en la vida de nuestros ciudadanos. España, que ha recuperado el crecimiento económico, lucha por culminar la superación de esta crisis abriéndose y saliendo al mundo, como tantas otras veces lo ha hecho a lo largo de su historia. Por todo ello, no debemos desfallecer a la hora de luchar contra el paro, de reducir la desigualdad y de sentar las bases que nos permitan mirar hacia adelante con esperanza y optimismo. Se lo debemos, sobre todo, a los jóvenes que merecen la mayor admiración por su dinamismo, por su coraje y su forma valiente de abrirse camino en el mundo.

Pero las actuales circunstancias que vive Europa no deben llevarnos en ningún caso a perder de vista la esencia del proyecto europeo y su vocación de ejemplaridad para el resto del mundo. Europa debe reafirmarse y hacer pedagogía de sus principios y valores.

En estos momentos de la Historia, cuando los desafíos se extienden desde el campo político y económico hasta el social y medioambiental, la unidad de nuestros pueblos, la confianza en la democracia y sus valores y la solidez de nuestras instituciones nos permitirán mantener el rumbo y llevar a la próxima generación a buen puerto.

No me cabe duda de que, a pesar de los desafíos presentes, prosperaremos en tan decisiva empresa. Francia y España lo haremos juntas porque compartimos afectos y dirigimos nuestra mirada a un mismo horizonte. Inspirándonos en las palabras de Antoine de Saint-Exupéry, podemos decir que apreciarse no es solo mirarse el uno al otro, es mirar, juntos, en la misma dirección.

Felipe VI, Rey de España.

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