Hillary y Trump: lo malo y lo peor

Cerca del Boston Common, en el centro de la elegante capital de Massachusetts, entramos para comprar caramelos de miel en un establecimiento donde se venden desde medicamentos hasta material electrónico. Cerca de la caja hay un pequeño expositor con un montón de ejemplares del 'The Boston Globe'. Miro la primera página. Solo faltan unas horas para el tercer y último cara a cara televisado entre Hillary Clinton y Donald Trump. Justamente en la primera página del diario aparecen fotografías de los candidatos demócrata y republicano. Mientras leo los titulares, pasa una mujer negra de mediana edad, con una bata azul. Debe trabajar en alguna de las tiendas o grandes almacenes de los alrededores. Me dice, alzando la voz y señalando al diario: «They are two clowns!». Son dos payasos. Se va.

Hoy en Boston ha hecho un día extraordinario. Cielo azul con alguna nubecilla blanca. Sol. Temperatura primaveral. Mucha gente en manga corta pese a que ya hemos dejado medio octubre atrás. Por la noche veo el debate de los presidenciables en una gran pantalla de un antiguo teatro del barrio. Lo han organizado los colegas del prestigioso Emerson College. Antes de conectar se ha celebrado una mesa redonda entre diferentes expertos, algunos de los cuales han trabajado para Hillary u Obama.

Aunque el ambiente en Boston es absolutamente pro-Hillary, todo el mundo sabe que es una mala candidata. Hacía muchos años, muchos decenios en realidad, que los aspirantes a la Casa Blanca no eran tan impopulares. Durante el debate me fijo en el enorme rostro de Trump proyectado en la pantalla. La piel presenta un color extraño, con tonos cercanos a los de la leche agria. Algunas zonas son rojizas, como si se hubiera escaldado en una gran olla de agua hirviendo.

Es un populista elevado al cuadrado. Por un lado, ataca a los inmigrantes y propone levantar un muro en la frontera con México (discurso característico del populismo de derechas) y, por otro, censura la globalización, Wall Street y el poder de Washington (propio del populismo de izquierdas). Esta ha sido tal vez la campaña más desagradable de la historia de EEUU Un mérito que debemos muy principalmente a Donald Trump.

Sus insultos a troche y moche y sus mentiras repetidas una y mil veces han contaminado increíblemente el ambiente y han generado división y angustia. En condiciones 'normales' la candidatura del millonario hubiera sido barrida en los primeros compases, meses atrás. No ha sido así. Si antes estilos como el de Trump, a base de insultos y mentiras, era objeto de rechazo, ahora son premiados, al menos para una parte del electorado.

Frente a él, Hillary Clinton. A diferencia de su oponente, acumula una larguísima experiencia en política, además de haber sido Primera Dama durante ocho años. Hillary no puede disimular que es ya una abuela, ni que es la representante del 'establishment', de los que mueven los hilos. Hillary tiene una determinación de hierro, pero las contradicciones y los errores cometidos a lo largo de su carrera son muchos. Demasiadas contradicciones. Demasiados cadáveres en el armario. Hillary, que no posee ni un gramo de la química personal de su marido, tiende a no caer bien. La gente desconfía. Encarna muchas de las cosas que los fans de Trump, pero no solo ellos, detestan.

No es seguro pero posiblemente ella se convertirá en presidenta. Sin embargo, no se desencadenarán ni el entusiasmo ni la esperanza que merecería el hecho de que una mujer llegue por primera vez a la Casa Blanca. Cabe decir que será presidenta gracias al 'showman' Trump: cualquier candidato republicano menos ignorante y menos ególatra que Trump la hubiera derrotado con facilidad.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo puede ser que el musculoso sistema político estadounidense no haya sido capaz de ofrecer nada mejor que Hillary y, sobre todo, que Trump? Este es el interrogante que no dejará de flotar en el ambiente durante los días de mi estancia en Boston, rodeado de profesores y estudiosos de la política de EEUU Una pregunta parecida recorre desde hace años Europa, castigada por los populismos radicales. Trump y los tipos como él no son causa sino consecuencia, consecuencia del descontento, del enojo muy intenso de amplias capas de población. De algo serio y muy preocupante que sucede entre nosotros, que está carcomiendo nuestras sociedades, y a lo que apenas sabemos responder.

Marçal Sintes, periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicación (URL).

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