Hipócritas

El día 19 de enero de 1962 ABC publicó con este mismo título una sonada Tercera firmada por el notario Blas Piñar, entonces director del Instituto de Cultura Hispánica y luego, durante los primeros años de la Transición, cabeza de un partido político que se reconocía a sí mismo como expresión ideológica del régimen anterior. El artículo era un duro alegato contra la política exterior norteamericana. A las dos semanas de la publicación su autor fue destituido, y antes de terminar aquel año el director de ABC, el ilustre Luis Calvo, experto entre tantas sabidurías en esquivar la censura previa entonces en vigor, abandonó la dirección del diario. La hipocresía, que según el Evangelio es la levadura de los fariseos, sigue golpeando la realidad y debería golpear nuestras conciencias. Hipócrita viene de la palabra griega hypokrites y enmarca a quien actúa o finge. Los actores de la vieja Grecia enmascaraban sus rostros y aumentaban artificialmente la fuerza de su expresión; escondían su verdadera faz y cambiaban su verdadera voz. Jesús comparó a los fariseos con los actores que simulaban, engañaban y sólo representaban un papel. Los fariseos se consideraban modelos de la corrección, pero esa presunción no era sino un fingimiento.

HipócritasSon hipócritas quienes a lo largo y ancho del mundo, multiplicando los carteles de «Je suis Charlie» tras el terrible atentado de París, y olvidando en aras de la libertad de expresión las lamentables y groseras portadas del semanario «Charlie Hebdo» contra la Iglesia católica, no se movilizan hoy en la condena de los masivos asesinatos de cristianos en Nigeria, Somalia, Kenia, Siria, Libia e Irak, con el corolario de los doce inmigrantes lanzados al mar ante las costas de Sicilia por su condición de cristianos.

Son hipócritas quienes, alzándose como apóstoles del feminismo, sobreactúan ante declaraciones públicas de los adversarios, que no pasan de la anécdota, mientras olvidan las de los propios, permanecieron mudos durante años respecto a la condena por malos tratos de un relevante dirigente socialista, y ni siquiera han alzado la voz sobre el calvario de centenares de niñas nigerianas secuestradas por el fanatismo yihadista.

Son hipócritas quienes se proclaman comprometidos con los derechos humanos y la libertad y al tiempo se emboban y compadrean con los regímenes autoritarios más aberrantes, incluso nutren sus bolsillos en ellos, como si los valores que dicen defender para el conjunto de los seres humanos no afectasen a los pueblos que padecen las dictaduras que ellos comprenden, disculpan y jalean.

Son hipócritas quienes se rasgan las vestiduras por la llamada amnistía fiscal de 2012 y olvidan las amnistías fiscales de 1984 y 1991 que fueron anónimas y no implicaban riesgo alguno para los defraudadores, mientras que la de 2012 fue una regularización con nombres y apellidos y con el aviso de que se investigaría la procedencia del dinero aflorado, como así ha sido y con resultados escandalosos.

Son hipócritas quienes condenan, como es lógico, la ocultación, evasión o blanqueo de dinero privado, pero al tiempo minimizan y miran para otro lado ante el desvío delictivo, descarado e institucionalmente amparado de miles de millones de euros de dinero público destinado a los parados, y el dinero público, contra la curiosa opinión de alguna exministra socialista, no es dinero de nadie, sino dinero de todos.

Son hipócritas quienes niegan la lenta y –en términos de sacrificio social– costosa recuperación económica, y padecen una amnesia selectiva que les lleva a olvidar cómo empezó la crisis que padecemos, y qué gobierno la ocultó y no quiso o no supo atajarla por intereses electorales o por ineficacia, engañando no sólo a la Unión Europea, sino también al conjunto de los españoles.

Son hipócritas quienes se proclaman defensores de la Constitución y enmascaran su cobardía y su debilidad proponiendo una reforma constitucional que no concretan, consistente al parecer en que todos los españoles pasen por un aro impreciso con el hipotético objetivo de que una parte de España pueda sentirse cómoda, lesionando gravemente y acaso sin marcha atrás la unidad y la igualdad de los ciudadanos.

Son hipócritas quienes se proclaman comprometidos con la libertad y, esgrimiendo un laicismo agresivo, rebasan la aconfesionalidad de la Constitución, en un ataque sistemático al cristianismo en general y a la religión católica en particular (único credo que aparece citado expresamente en la Constitución), obviando el reconocimiento de uno de los pilares de la formación de Occidente y de la Europa forjada a través de los siglos.

Son hipócritas quienes se proclaman liberales y en el ejercicio de sus responsabilidades públicas se evidencian como autoritarios y férreos intervencionistas, tanto como lo son quienes se presentan como demócratas pero no dudan en colocar apellidos a la supuesta democracia que apetecen. Una democracia «populista» o «popular», como una democracia «orgánica», no es sino un lesivo sucedáneo de una democracia plena.

Son hipócritas quienes, a sabiendas de que se trata de una falsificación, amparan sus supuestos derechos nacionales en una Historia inventada que nunca fue como la cuentan y como la transmiten a las nuevas generaciones desde sus planes educativos, vulnerando intencionadamente acaso el más alto y responsable menester de un gobernante democrático: educar en la verdad.

Son hipócritas quienes en las instituciones prefieren abrasar los temas antes que resolverlos, aunque proclamen otra cosa. Es incomprensible para muchos ciudadanos que el presidente del Tribunal Constitucional declare que, después de cinco años, no se ha resuelto el recurso de inconstitucionalidad sobre la llamada ley del aborto «por un ejercicio de responsabilidad y prudencia», ya que esperaba que el Grupo Popular «con el mero ejercicio de la iniciativa legislativa podía haber conjurado las dudas de constitucionalidad que el texto legal previo le planteaba». El Tribunal Constitucional existe para no ceder a otra institución la responsabilidad que le es propia cuando ha sido requerido para ello. Cinco años de prudencia son mucha prudencia y suponen muchas vidas segadas por el camino.

Valgan estas escuetas referencias. El vademécum de la hipocresía resultaría tan amplio como el viejo Espasa.

Comparto con el olvidado Balmes su juicio de que «el hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo acaso más que para engañar a otros». ¿Quién por cobardía o por autocomplacencia no ha caído en la tentación de engañarse a sí mismo? No muchos podrían tirar la primera piedra.

No es menos cierto lo que nos dejó dicho el contradictorio Somerset Maugham: «En tiempos de hipocresía, cualquier sinceridad parece cinismo». Debemos mantenernos alerta porque esos son precisamente los tiempos que vivimos.

Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

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