Hipótesis, exégesis y certezas

Por Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam en la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAIS, 24/03/04):

La comunidad musulmana en España se ha comportado con una solidaridad extrema con la sociedad que la acoge. El día 12 de marzo me vi confundido en plena manifestación, con la asociación de comerciantes marroquíes que expresaban como uno solo su rechazo al terror, viniera de donde viniera. Algunos se negaron en principio a admitir que quienes aparentan ser como ellos, hablando su lengua y conviviendo con sus mismas preocupaciones, puedan resultar asesinos convictos y confesos. Pero cuando las hipótesis se van convirtiendo en certezas, acaban por admitirlo y por sentirse de nuestro lado. Lograr controlar el reflejo comunitario es un primer principio de buena integración.

Nuestro papel como sociedad de acogida de una inmigración creciente, entre la que el colectivo más numeroso lo componen más de 350.000 personas procedentes de nuestro vecino país marroquí, es conseguir una convivencia en armonía. Para ello es necesario, más que nunca, una política de integración de la inmigración para evitar su discriminación, guetización y marginación, ya que es ahí donde se fomenta el resentimiento, que puede llegar a comunitarizarse. Y en casos muy, muy extremos a transformarse en odio y desprecio.

Éste ha sido un atentado político, que las hipótesis más plausibles, ponen en relación con la intervención española en la guerra de ocupación en Irak. Y por qué no, también por la desafección mostrada por el Gobierno hacia el mundo árabe. Por ello el atentado del 11 de marzo debe ser interpretado en clave transnacional, y las pistas descubiertas hasta el momento llevan a la red de Al Qaeda. La escenografía de comunicados reivindicadores del atentado, la coyuntura en la que se ha producido el mismo, las primeras pistas aportadas por los materiales descubiertos, apuntan a personas conectadas con ese entorno. Pero, precisamente, el perfil que se va dibujando de algunas de las personas presuntamente implicadas, nos hace pensar en que tampoco pueden desconocerse otras claves más locales que, a nadie puede ocultarse, llevan a preguntarse por la gestión realizada en los últimos años de la inmigración y yo diría también que de las relaciones con nuestro vecino del sur.

Una red como Al Qaeda o cualquier otra de este tipo que haya ideado el atentado tiene cerebro, miembros y extremidades. Lo que al parecer se descubre ahora, en primer lugar, son las extremidades, los ejecutores. Islamistas o no en su vida privada, aparecen conexiones con inframundos de hampa, droga y todo tipo de bisness marginales. El medio inmigrante permite más juego, más movilidad y más contactos exteriores que el medio de miseria de arrabal que incubó a los autores materiales de otros acontecimientos emparentados como los de Casablanca, hace menos de un año. El cerebro de aquel atentado logró llevar a los ejecutores hasta la autoinmolación. Siempre es más seguro llevarse a la tumba el secreto de la organización, evitando riesgos. No parece haya sido el caso de las bombas de Madrid. Muchos, demasiados cabos sueltos, que al final revelarán los pecados de la autoría.

Cuando la noche del 16 de mayo de 2003 fue atacada, entre otros objetivos, la Casa de España de Casablanca, pocos quisieron creer en la relación entre este atentado y el papel de nuestro país en la guerra en Irak, queriendo ver en él tan sólo un castigo a uno de los locales en los que se consume alcohol en la capital económica de Marruecos. El director del CNI español voló de inmediato a Casablanca a entrevistarse con su homólogo, pero nunca se nos informó de las conclusiones de su viaje. ¿Era vergonzante reconocer que estábamos en el punto de mira del terrorismo transnacional por el empecinamiento de nuestros gobernantes? Puede que la conexión directa entre los autores de los ataques de Casablanca y los de los trenes de la muerte no termine por establecerse o no exista. La policía marroquí parece que pensaba lo contrario, cuando recuerda ahora que ordenó busca y captura hace menos de un año contra uno de los detenidos de ahora. ¿Se siguió, entonces, su pista?

Entre España y Marruecos, entre sus gobiernos y entre algunos sectores de su opinión, ha habido un malestar de fondo en estos últimos años que conviene aislar y entender para poder lograr una comprensión global de lo ocurrido. Cuando poco más de un mes después de los atentados del 11 de septiembre, en un contexto internacional confuso, el Gobierno marroquí retira su embajador de España, los gobernantes de los dos países concernidos, España y Maruecos, son incapaces de desactivar la tensión que se incrementaba desde medio año atrás. Estaban sembrando así un recelo entre pueblos que algunos elementos, desde la distancia o la cercanía, han podido y querido explotar. Cuando las investigaciones del juez Garzón llevan a una posible pista marroquí que conduce a Al Qaeda, un mes después de la retirada del embajador, ¿se está en condiciones para un seguimiento conjunto del tema, cuando la preocupación de los dirigentes españoles está en si Rodríguez Zapatero era patriota o no por viajar a Marruecos en esas circunstancias o si, meses más tarde, González pretendió entrevistarse con Yusufi o el rey de Marruecos?

Cuando ese clima enrarecido se ha prolongado durante año y medio más, hasta enero de 2003, la irresponsabilidad, sin duda compartida es, a mi juicio, mucho mayor. Acuerdos de inmigración paralizados, sabiendo que es vital, una verdadera válvula de escape para los marroquíes, el poder salir a trabajar al extranjero. Universidades incomunicadas en proyectos comunes, cooperación al desarrollo estancada por falta de cauces para permitir su marcha. Aderezado todo ello con una imagen distorsionada de cada uno de los dos países en los medios de comunicación del otro. Los españoles sabemos de eso, y sólo basta rebuscar en nuestras hemerotecas, en los foros de Internet o en las tertulias de las radios durante ese periodo de tiempo. Tampoco en Marruecos fue mucho mejor nuestra imagen como país en no pocos medios de comunicación, acaparando nuestro presidente de Gobierno un protagonismo que contagió negativamente la imagen de sus ciudadanos. ¿Era éste el clima propicio para una colaboración en confianza entre servicios de inteligencia y policías de los dos países?

El momento álgido de la sinrazón llegó con el episodio de Perejil. Lo menos que se puede decir es que, una vez más, ninguno de los dos gobiernos estuvo a la altura de las circunstancias. Ese clima no favorecía unas relaciones institucionales normales de buena vecindad y colaboración. No quiero eludir de la responsabilidad a un Gobierno como el marroquí que descabezó su representación diplomática en momentos en que más necesaria era para evitar la precarización del estatus de una comunidad de conciudadanos por entonces de más de un cuarto de millón de personas.

Tras los atentados de Casablanca algunas pistas conducían a medios de la inmigración marroquí en España. Casablanca y Madrid revelan que nuestros dos países están en el mismo barco. No se trata, de ninguna manera, de encontrar el recurso fácil de achacar estos atentados a las malas relaciones entre España y Marruecos, aunque sin duda éstas puedan haber contribuido a predisponer a una minoría a expresar su desprecio hacia nuestros ciudadanos y, desde luego, es legítimo preguntarse si las malas relaciones pueden haber entorpecido una franca cooperación policial. Aunque hemos respirado con alivio cuando, tras el atentado, la colaboración entre servicios de seguridad ha sido inmediata.

No. Este atentado tiene otras razones, ante todo, políticas, con su disfraz religioso, cometido, según las hipótesis más verosímiles, por una organización que se encubre detrás del islam-religión. Digo se encubre, porque el islam para esa organización (si estamos hablando de grupos en la órbita de Al Qaeda) es un pretexto y sus móviles son, en realidad, políticos. No mezclemos la teología en esto, le recordaba Juan Goytisolo a Jean Daniel en estas mismas páginas. No creamos que es en la exégesis de los textos sagrados donde vamos a encontrar luz, sino confusión.

Algunos, por el hecho de que el cerebro de Al Qaeda diga hablar en nombre del islam y haya lanzado una guerra santa contra los poderes que sojuzgan u ocupan países musulmanes, parten del a priori de que es en los textos fundacionales del islam donde se halla la explicación al terror. Tengo en mente muy especialmente el artículo de Antonio Elorza 'Yihad' en Madrid, porque es una buena prueba de cómo se quieren encontrar las explicaciones en el dogma y en cierta interpretación de la doctrina islámica que, a nosotros occidentales, por nuestra seguridad, nos correspondería hacer abandonar. Las citas coránicas extraídas de no se sabe qué traducción que recordaba en su artículo, resultan bien diferentes según la traducción sea de Julio Cortés o de Abdelghani Melara Navío y, no digamos, de Jacques Berque. Si las traducciones son diametralmente diversas, las interpretaciones también pueden serlo. Naturalmente que una interpretación sesgada de textos sagrados, alimentada en circuito cerrado en determinados medios, puede llevar al sueño de la razón y producir monstruos. Pero no es en la religión donde encontraremos la explicación. Como la democracia en Irak, el aggiornamento del islam no se producirá desde afuera y por la fuerza.

A raíz de los atentados de Casablanca publiqué en estas páginas un artículo en el que insistía en que "la lucha contra este terrorismo que cunde por el mundo islámico debe afrontar, junto a los síntomas, las causas que lo fundamentan y lo nutren. Para desarmar al terrorismo hay que desmontar sus argumentos, deshacer su montaje simbólico". Recordaba la necesidad internacional de afrontar con coraje injusticias "originarias" como la de Palestina-Israel, a la que se ha añadido a lo largo de todo este año el polvorín de Irak. Y concluía entonces que "mientras no se ayude con todas las fuerzas que cada país tenga en su mano a resolver esos problemas (...) seguiremos asistiendo a carnicerías monstruosas como la del 16 de mayo" pasado. Esos pretextos van a seguir sirviendo de caldo de cultivo para actos execrables como el del 11-M. Mientras no se desactiven, la violencia aquí, en Gran Bretaña o en otros contextos seguirá siendo una desgraciada (e injusta) posibilidad. Eso es lo que nos dice el metalenguaje del terrorismo. Y entenderlo no es, de ningún modo, ceder a su chantaje.