Hipótesis para un abordaje

Tras el ruido mediático en torno al asalto de las fuerzas de seguridad israelís a la Flota de la Libertad, el tranquilo apresamiento posterior del barco pacifista irlandés Rachel Corrie le ha servido al Ejecutivo extremista israelí para remachar la campaña de ataques contra la operación pacifista internacional de la que formaba parte el barco Mavi Mármara, en el que nueve personas murieron víctimas de la desmedida brutalidad de fuerzas especiales israelís. Un balance que no se recordaba en Occidente desde la matanza de Vitoria por las fuerzas de policía franquistas, el 3 de marzo de 1976; o el Domingo Sangriento en Derry, en el Ulster, el 30 de enero de 1972.

Por lo tanto, la operación israelí ha sido, tanto desde el punto de vista militar como político, un fiasco bien patente, de esos que irán a los manuales de Historia de las escuelas. Pero ¿ha sido realmente así?

Es obligado comenzar con la pregunta del millón: ¿qué buscaba Binyamin Netanyahu al imponer una operación tan desastrosa al resto de su Ejecutivo? Al parecer, hay tres grandes explicaciones. La primera, y más directa, que no fue sino la búsqueda de una excusa para endurecer el cerco de Gaza cuando estaba creciendo la presión internacional para que aflojara. No es la lógica normal, desde luego, pero sí de una mentalidad de extrema derecha como la que gobierna actualmente en Israel (y que no es la de toda la sociedad de ese país, conviene recordarlo). Ahora, atrincherado contra el mundo, y con libertad de imaginar los complots más disparatados, Bibí puede continuar la huida hacia adelante con más comodidad. La misma huida que arranca de la provocación de la Explanada de las Mezquitas, en septiembre del 2000, que podría haber sido el detonante real de los atentados del 11-S, en septiembre del 2001.

Por otra parte, pocos días antes del asalto contra el Mavi Mármara y la Flota de la Libertad se había pactado en Teherán un plan para el control internacional del uranio que Irán necesita para sus plantas nucleares, con la asistencia del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y del carismático presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva. La aparición de Brasil en la zona alarmó, y mucho, en Tel- Aviv. Por varias razones, pero sobre todo una: ya no era posible sacar a relucir que el acercamiento a los iranís era protagonizado por una Turquía peligrosamente islamizada, víctima de la agenda oculta de Erdogan, más abocada a Oriente que a Occidente. Así, el ataque a la flotilla cumplió dos objetivos: desbarató la gira de Erdogan por Latinoamérica, en la que el mandatario turco buscaba apoyo al acuerdo con Irán; y situó en los medios afines a Israel y a la extrema derecha social europea las acusaciones sobre la «conjura islamista turca», haciendo olvidar muy rápidamente el relevante papel de Brasil.

Pero dado que en esta potencia latinoamericana se produjo una actitud crítica hacia la maniobra de Lula, considerada demasiado personalista y ligada a la campaña para las elecciones presidenciales de octubre, la jugada israelí contra Erdogan parece haber salido bien: el acuerdo sobre el combustible nuclear iraní del 18 de mayo ha quedado desbaratado. El eje irano-turco-brasileño, que arrancó con tanta fuerza, parece haber sido quebrado. Turquía vuelve a ser presentada por el imaginario de la reacción occidental como un país potencialmente peligroso, cuyos pacifistas no son como los del resto de los países que integraban la Flota de la Libertad: por ser musulmanes, son potencialmente terroristas. No deja de ser significativo que en las tertulias que han tenido lugar en muchos de nuestros medios, algunos defensores de Israel se hayan decantado por los argumentos de la extrema derecha en el poder, olvidando a la oposición, muy crítica, muy inteligente; o de los sectores pacifistas, muy activos y con una trayectoria aguerrida y digna de admiración.

Para terminar, tercera consideración: no se debe olvidar el contexto internacional del que ha intentado sacar tajada el Gobierno israelí, un mundo en el que las grandes superpotencias herederas del final de la guerra fría y sus pequeños escuderos ven con alarma el surgimiento de las potencias emergentes que aportan ideas, energías y soluciones nuevas. Resulta lamentable el muy enraizado papanatismo timorato que predica el mantenimiento de un orden conservador basado en la predominancia de las grandes potencias de toda la vida. Al parecer, ellas nos sacarán de la crisis e implantarán, algún día, el Nuevo Orden Mundial en el que todos viviremos felices y comeremos perdices.

Por desgracia, la fuerza del involucionismo es tal que el mismo Obama parece haber sido una víctima más de lo sucedido. Según rumores muy persistentes, el presidente norteamericano había dado el visto bueno a la reunión de Teherán del 18 de mayo. Incluso pudo haber tenido un desencuentro significativo con Hillary Clinton. En todo este asunto del asalto israelí a la Flota de la Libertad hubo gato encerrado. Y vaya gato.

Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.