Hispaniae Oppugnatio

«Proelians interficietur». En España no puede reinar el hastío sobre su misma existencia ni un indiferentismo total que engendre primero el caos y luego la misma muerte nacional. La existencia misma de España es un hecho de realidad histórica que no permite libertad de opinar y elimina la ilusión producida por ciertos malentendidos fantasmales, aunque ello pueda suponer la pérdida de preciados, entrañables y queridos errores, sean cuantos sean.

Hace tiempo que los españoles hemos dejado ya la verde llanura de Mecone, reencontrada en la época de la Transición bajo la guía del Rey Don Juan Carlos, y hoy nos arrojan a las ergástulas de la mano de un gobierno comunista bolivariano. No hay precedentes en la Historia de que los comunistas, una vez aupados al poder, no supriman la democracia representativa de modelo benthamiano-hamiltoniano. Mientras las derechas se afanaban en la campaña electoral en arrojar la deslealtad de La Moncloa, se estaba gestando ya en tartáreos aquelarres de traidores a España y comunistas chavistas, «domestici hostes», el infame pacto para destruir el país para siempre. Dum Romae consulitur, Saguntum expugnatur.

Pero siempre hemos superado los negros fantasmas de nuestra salubérrima España, y la voz de España, su voz única, permanece. Porque la voz de España es eterna, pero siempre temeraria, estremecedora y escalofriante. Y los que salgan a la caza mortal del facha, siguiendo las consignas del vicevergobreto, «Hispanienses deterrere sperans», fracasarán. «Cetrati exspectant». César llamaba con razón a los españoles cetrati, porque somos un pueblo que resistimos más que atacamos, porque somos más escudo que espada.

Solicitar ahora a Sánchez, induperator que va a ser comido por su vicevergobreto, un pacto amable desde una derecha amedrentada ante lo que viene sería como dar coba a sus antojos de niño mandón, y aceptar el chantaje que nos hace para seguir gobernando «acerbissime». Podemos estar disfrutando de las últimas semanas de libertad, y los últimos meses de bienestar material. Pero incluso en ese caso Sánchez y sus amigos comunistas también acabarían saliendo del poder. Los cetrati rescataríamos de nuevo la libertad.

Se preguntaba hace unos días el indómito Hermann Tertsch, a propósito del trigésimo aniversario de la caída del Muro, cómo es posible que el comunismo, que en su vesánica letalidad ha exterminado aún más seres humanos que el nazismo, siga manteniendo prestigio en el mundo, sobre todo en Europa y entre los intelectuales de base, cuando debería ser secluido de la cosmovisión occidental con la misma contundencia que el nazismo y cualquier otra alimaña que traiga desolación. La respuesta es compleja.

El prestigio del letígero comunismo deviene en primerísimo lugar de la potencia intelectual de quien muy principalmente lo forjó filosóficamente, su conditor, Carlos Marx. Este joven judío alemán escribió con sólo veintidós años su tesis doctoral, Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, lo que le hace sin duda un superdotado en la Filosofía del Mundo Clásico. Apuntaba ya en esta tesis su genio futuro, sin duda superior, en la investigación social. La desviación del átomo epicúreo -parékbasis- quiebra los «fati foedera», esto es, los pactos del destino, y de esa resistencia interna que muestra cada átomo ingrávido a la ley de la línea recta nace la libertad, la libertad como esencia y fundamento (stoicheîon) de la mecánica de la materia. La resistencia a la caída en línea recta es también la primera forma de conciencia y rebeldía singularizadora. Marx dice en este trabajo que nuestra vida no está necesitada de ideología y vanas hipótesis, sino de que vivamos sin turbación. La ataraxia monacal como paraíso comunista.

La resistencia del átomo a la línea recta da a luz la libertad de la autoconciencia. Como se ve, el joven Marx estaba más cerca de un Cobden o de un Stuart Mill que de un comunista. El prestigio del comunismo aumentó, además de por su egregius conditor philosophus et dicti studiosus, por otros grandes pensadores e intelectuales que lo abrazaron, además de centenares de escritores y artistas, que convirtieron el comunismo más en un movimiento cultural-religioso que en una fuerza política. No siempre la teoría filosófica cuando baja a la arena de la política hace el bien, sino que puede crear un infierno de desolación. Tal es el caso de Karl Marx. Tal lo fue el del divino Platón y las ideas que quiso aplicar en Siracusa. El prestigio cultural no se traduce siempre a humanidad y filantropía, y a menudo las ideologías -término de Destutt de Tracy, profesor de Napoleón-, como inquisidoras y cotillas de pensamiento, engañan al sentido de la vista y hacen ver espejismos.

El comunismo es la ideología que más dolor ha causado sobre la tierra, y debería extirparse de la vida pública y el debate político, y guardado en las grandes bibliotecas, que es para lo que ha nacido.

Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor.

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