Hispanoamérica no gira a la izquierda: se hunde sin remedio

El triunfo de Gustavo Petro en las recientes elecciones en Colombia parece confirmar la tendencia de los países hispanoamericanos de un viraje hacia la izquierda. La victoria del exguerrillero sobre el populista Rodolfo Hernández se suma así a las recientes de Pedro Castillo en Perú y Gabriel Boric en Chile. Más aún, todo indica que el próximo octubre, en Brasil, Jair Bolsonaro tiene sumamente difícil reeditar su tumultuoso mandato ante el retorno de Lula da Silva, a pesar de las huellas de corrupción de su mandato anterior.

En cuatro de las cinco elecciones presidenciales celebradas en los últimos doce meses en países hispanoamericanos, la izquierda ha resultado vencedora. Así pues, la interpretación del mapa político invita a admitir que América apuesta por la izquierda. Sin embargo, el lienzo se debe interpretar más bien como una voladura sistemática de los principios democráticos del continente más que como un auténtico convencimiento del electorado por una propuesta progresista.

Su política está ahora marcada no sólo por la polarización, sino también por la fragmentación y la extrema debilidad de los partidos políticos, lo que hace difícil reunir mayorías de gobierno estables, como demuestra el hecho de que los contendientes de las últimas elecciones en el continente han ido en la línea de populismos versus extrema izquierda.

Las propias elecciones de Colombia, un país razonablemente exitoso en los últimos 20 años, la han disputado un prochavista (Petro) y un empresario populista sin programa concreto que se ha limitado a insultar a “los ladrones” (Hernández), refiriéndose a cualquier político al más puro estilo trumpista.

En Lima, la fiscalía peruana investigará por presuntos delitos de organización criminal y tráfico de influencias al presidente Castillo, que no cumple ni un año en el poder tras imponerse por la mínima a Keiko Fujimori, no precisamente una figura inmaculada y renovadora.

Boric, en Chile, irrumpió como un fulgurante paladín izquierdista dispuesto a salvar uno de los países más ejemplares del continente que, sin embargo, sufre un claro retroceso económico y social en los últimos lustros. Tras vencer en las elecciones a José Antonio Kast, admirador de Pinochet, la política de Boric se ha confirmado como una hoja de ruta ideológica que no ha apaciguado las turbulentas aguas chilenas.

El escenario se completa con otros importantes gobiernos de izquierda en Argentina, con el delfín kirchnerista Alberto Fernández a la cabeza; la Bolivia de Luis Arce, la Honduras de Xiomara Castro, y el Méjico de López Obrador, en una deriva cada vez más autoritaria e incluso delirante. De hecho, ha sido AMLO el principal boicoteador de la reciente Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles.

A este explosivo cóctel hay que sumar las ominosas contribuciones de las eternas dictaduras comunistas de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Un club, por cierto, al que se ha sumado El Salvador bajo el mandato del peculiar Nayib Bukele, quien escapa de cualquier etiqueta ideológica mientras que, por el camino, ha instaurado un régimen absolutamente centralizado en su persona.

En el otro lado, países tradicionalmente de izquierdas que han apostado por la derecha, como el caso de Uruguay, Ecuador o el propio Brasil, no han alcanzado una estabilidad real. La suerte de Bolsonaro, decíamos, parece estar echada en octubre, mientras que Quito se calienta por días hasta el punto de poder saltar por los aires. Las revueltas indigenistas de las últimas semanas ya se han cobrado algunas víctimas mortales, y el presidente Guillermo Lasso tiene ante sí un complicadísimo panorama que puede sentenciar su mandato.

En este incesante caos, sólo países centristas como Costa Rica o Panamá, los más prósperos de Centroamérica, se alzan como rara avis ejemplares.

Así, la realidad es que la región se encuentra envenenada por los mismos vicios de polarización y populismo que Occidente, pero con varios agravantes que complican su porvenir hondamente.

No hace mucho que Hispanoamérica disfrutó de una época en la que, gracias al auge de la exportación de materias primas, se vivieron tiempos de relativa bonanza. Y, sobre todo, excelentes expectativas merced a una reducción general de la pobreza, un mayor respeto por los Derechos Humanos y el auge de la clase media.

Pero la última década ha sido especialmente nefasta para la región, agravada aún más por el impacto de la pandemia. Hispanoamérica ya estaba en crisis antes de la crisis de la Covid-19. Este estancamiento, cuando no retroceso, es palpable en datos.

Por un lado, la diferencia respecto a países occidentales en cuanto a productividad y competitividad aumentó hasta niveles de los 80. Por otro, los índices de descontento entre los jóvenes han alcanzado cotas insoportables. Esto se traduce en un mayor rechazo hacia las instituciones y políticas tradicionales, así como en un creciente apego por los movimientos populistas.

Hispanoamérica ha sido siempre una oportunidad perdida para Occidente. España no ha sabido o no ha querido ser puente real del continente para sumar un poderoso aliado en la Unión Europea a través del comercio, la innovación y la inversión. La figura de EEUU tampoco es la más popular por su recurrente y explotada vitola intervencionista. Ahora es China la que, a base de importantes inversiones en infraestructuras, está forjando lazos cada vez más férreos en la región.

El caldo de cultivo populista y antidemocrático es el mayor riesgo hoy para la mayoría de países, por lo que el debate entre izquierda y derecha es del todo falso. Conviene que empiecen a plantearse serios dilemas sobre la viabilidad democrática de todo un continente.

Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *