Historia y sociedad

La misión de los historiadores actuales consiste en elaborar un conocimiento del pasado que sea inteligible y valioso, un saber básico para el desarrollo de otros muchos, racional, dotado de medios precisos para la búsqueda de la verdad y capaces, a la vez, de detectar y evitar el error o la falsedad. Conseguir ese conocimiento exige una profesionalidad y unos métodos característicos de la investigación histórica, de los que carecen otras maneras de interpretar el pasado. El historiador tiene que trabajar ateniéndose a ellos, sin escepticismo, aun sabiendo que, en última instancia, está ante las incertidumbres e incluso misterios que presenta la realidad temporal de los seres humanos.

Pero, para perseverar en la tarea, necesita el apoyo de un medio social receptivo y estimulante porque el conocimiento histórico está en función de la demanda que las diversas sociedades hacen de él. Sólo en la sociedad europea contemporánea, y en sus prolongaciones en otras tierras, ha alcanzado el nivel científico y la pretensión explicativa global que lo caracterizan hoy. Sólo en ella, y no siempre, se ha diferenciado el conocimiento histórico de las interpretaciones religiosas -que se mueven en otro plano-, de las variadas «filosofías de la historia» y del ensayismo literario, que todavía predominaban en Europa a finales del siglo XIX, y lo ha hecho para integrarse en el conjunto de las modernas ciencias sociales porque la Historia es un saber basado en el logos científico aunque esté siempre en la frontera más combatida por algunas poderosas formas del pensamiento mítico, que es mucho más satisfactorio que el racional para buena parte de la humanidad, hoy como ayer.

Historia y sociedadEn general, se espera del historiador que sepa narrar con calidad literaria. Es una demanda razonable siempre que no se pida que acuda al uso de la ficción y la libertad expresivas propias de la «novela histórica» o de las películas y series televisivas. Muchas de ellas, en mi opinión, pueden ser un recurso para fomentar la afición al conocimiento del pasado pero no tanto para apreciar el saber histórico en toda su profundidad y complejidad. Tal vez sea en el género biográfico donde mejor se combinen las sensibilidades histórica y literaria pero es el que requiere en grado máximo un buen conocimiento de la trama de relaciones en la que teje su vida el biografiado: su medio geo-histórico, el sistema social y las relaciones entre grupos y personas, las estructuras y circunstancias económicas y políticas, los valores culturales y religiosos: a esto me refiero principalmente cuando aludo a la profundidad y complejidad del saber histórico.

También es cierto que, para muchas personas, la Historia interesa menos como saber que como objeto de entretenimiento intelectual o de curiosidad. Incluso podría ponerse en duda, y algunos lo han hecho, la utilidad práctica del saber histórico pero lo que nunca nadie podrá evitar es que los hombres se hagan preguntas sobre su pasado y demanden algunas respuestas.

Aunque no cualquier tipo de demanda vale. Un ejemplo claro de situación mal planteada ocurre cuando se espera o se exige que los historiadores escriban al dictado de intereses políticos o ideológicos, que se defenderán mejor o peor a partir de su condición presente y de sus propuestas para el futuro, pero no manipulando el conocimiento histórico con la construcción de pasados inexistentes o falseados para argumentar con ellos en pro de tal o cual propuesta. Esto carece de sentido, si bien se mira, porque a la Historia solo cabe acudir como fuente de experiencia política y moral, de saberes que tal vez ayuden a conocer y resolver mejor los problemas de hoy. Cualquier otra actitud es peligrosa porque implica organizar conscientemente nuestro futuro sobre la propagación de falsedades.

Los historiadores tienen que dar la réplica a estas situaciones con independencia y profesionalidad dado que su misión es explicar las realidades del pasado para ayudarnos a construir mejor las nuestras, proporcionar una imagen veraz y racional de ese pasado instalándolo, sin faltar a su recuerdo, en la situación que le corresponde de tiempo ya cumplido, pero actualizando con la reflexión y el conocimiento la comprensión, la sensibilidad y, en muchos casos, la admiración y el respeto hacia quienes lo vivieron en cada época con esfuerzo y, a veces, con heroísmo, porque, en nuestro caso, así se formó nuestra patria e hizo su historia España como nación desde los comienzos de la Edad Media, por los caminos que trazaron nuestros antepasados y que han evolucionado hasta ser hoy los nuestros.

El historiador rehace vínculos con el pasado, o establece otros nuevos, elabora un saber que debe ayudar a liberarnos de visiones legendarias o falsas, a conocernos mejor y a convivir pacíficamente en la patria común que hemos heredado de unos antecesores cuya conciencia histórica incluía muchos aspectos que hoy no podemos compartir siempre o en su totalidad, como tampoco compartiríamos otros aspectos de sus vidas, pero nada impide tenerlos en cuenta e integrarlos en explicaciones que, por una parte, nos permitan entenderlos mejor en las realidades de su propio tiempo y, por otra, nos ayuden a aumentar los conocimientos y los recursos, la confianza en definitiva, con que imaginamos y emprendemos en el nuestro proyectos de vida en común.

Que el futuro sea mejor depende, en cierta medida, de cada uno de nosotros porque nuestra realidad se despliega en el acontecimiento, y lo que permanece se fundamenta en lo irrepetible. Por eso precisamente estudiar y conocer mejor el pasado posee un valor básico para la formación moral de cada persona, porque tener conciencia y experiencia de la Historia ayuda a pensar, a detectar la falsedad, indica, orienta, cohesiona y pacifica si se usa bien. Visto así, el saber histórico es un valor intelectual y social insustituible.

Miguel Ángel Ladero Quesada es profesor de historia. Premio Órdenes Españolas 2019.

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