Historias de albaneses (y III). Tirana

Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 18/11/06):

Yo nunca creí que existieran países con mala suerte hasta que conocí Paraguay. Desde entonces siempre que se hacía referencia a la suerte, además de acordarme de Napoleón, máximo exponente en la categoría de virtuosos del azar, evocaba esa tierra insólita que es Paraguay y su tremebunda historia. Pero un día entré en Albania y el esquema teórico se vino abajo. Yo había visto Lamerica de Gianni Amelio, ese filme que te parte el corazón mientras un par de estafadores italianos se aprovechan de la miseria albanesa. Había leído alguna novela de Ismael Kadaré, el escritor albanés por antonomasia, sin que llegara nunca a terminarlas; no sé qué me produce más rechazo, si su prosa o su persona. Conocí a algún viejo militante emeele,que es como llamábamos entonces a los pro-maoístas, partidarios de Enver Hoxa, pero cuando rompió con la China de Mao y se convirtió en una isla, ya Albania había salido del marco de la memoria. Cuenta el máximo conocedor español de Albania y del albanés, Ramón Sánchez Lizarralde, que muchos españoles situaban la Albania de Enver Hoxa y el comunismo en el continente asiático. Este país desolado sólo puede contemplarse hoy como un gran parque temático de la quiebra de todos los sistemas.

Cuando se entra en Albania desde la frontera macedonia uno descubre varias cosas que le sumen en la perplejidad. Primero un inmenso cartel en inglés que anuncia un hotel con calidad garantizada, Bar-restaurante, salón de congresos e incluso "mini market". Detrás del cartel, la desolación del páramo. No hay hotel, ni señales de que alguien se haya propuesto construir algo en aquella paramera deshabitada. Sólo el inmenso cartel, como un espantajo de colores. En todo lo que alcanza la vista no aparece ninguna de las hermosas iglesias bizantinas que seguían una línea continuada desde Macedonia - donde quedan 70- hasta el mar albanés. Las derribaron todas; en Albania sólo dejaron en pie una, para que la vieran los visitantes extranjeros. Cada cincuenta metros, más o menos, de territorio albanés se levanta un diminuto búnker con aspecto de champiñón, que sobresale entre los matojos. El país entero está lleno de champiñones de hormigón armado, cuya inversión en cualquier otro campo de la construcción - carreteras por ejemplo- hubiera convertido a Albania en mejor comunicado que el estado federal de la Baviera alemana. Las carreteras albanesas, hasta la caída del comunismo, sólo tenían un carril; quiero decir, un carril, estrictamente, igual para ir que para volver.

Tirana es otra ciudad que parece recién salida de una guerra, y perdida. La cruza un río que es, en su sentido literal, una cloaca a cielo abierto, a donde van a parar desagües urbanos. Hace unos años se descubrió que sólo el 20% del agua que corría por las cañerías de la ciudad llegaba a los usuarios, el resto se perdía en la conducción. Tiene un alcalde imaginativo y con pretensiones artísticas que con esa perplejante capacidad albanesa para encontrar soluciones estrambóticas a los problemas obvios, convocó a sus amigos pintores, arquitectos, creadores varios, a que cubrieran las fachadas de colores diversos, lo cual produce una extraña sensación; la del deterioro de la vejez menesterosa vestida de colorines. La mayoría de los coches que circulan son de la marca Mercedes y aseguran que es el que mejor soporta las carreteras albanesas, entre las peores que he conocido en mi vida. La vinculación a la casa Mercedes, como es obvio, no se debe a la indudable calidad de los vehículos sino a una querencia provinciana y mafiosa que considera al Mercedes como un coche con dignidad añadida. Hasta tal punto está vinculado el Mercedes a la actual vida albanesa, que si usted va a comprar uno puede encontrarse con una de las preguntas que más clarividencia aportan a la actual situación: ¿quiere un Mercedes alemán o albanés? El alemán es importado, el albanés también, pero robado. Incluso hace tiempo hizo fortuna una broma entre albaneses. Proponían que se recibiera en el aeropuerto de Tirana a los turistas germanos con un gran cartel: "Bienvenido a Albania. Su coche ya está aquí".

Pero no se engañen, esto no es el Tercer Mundo. Esto es otra cosa; aquí hay una tradición cultural, sumida en una jungla mafiosa, y hay universidad y se editan libros y existen unos sectores con formación profesional rigurosa, arcaica pero arraigada, acoquinados ahora ante el ejercicio de la supervivencia en una sociedad dominada por estructuras mafiosas. Un albanés crece como persona en un dilema que lo abarca todo: emigrar o colaborar. O la huida o la servidumbre. Albania vive a caballo entre las mafias y las remesas que envían los emigrantes. Caminar por Tirana es un ejercicio inquietante, donde al tiempo que uno contempla alucinado el extenuador trabajo infantil - no he visto en mi vida tantos niños trabajando en los oficios más duros y tantos adultos contemplándoles- la sociedad parece existir del milagro, porque turismo apenas hay y la posibilidad de que aumente de manera considerable es de momento improbable, fuera de la utilización mafiosa de las costas del sur. El hacinamiento de Durres, con su puerto y sus playas, hace imposible evitar la mugre que lo empaña todo. Nosotros hemos vivido durante muchos años en un Imperio hacia Dios lleno de mugre, y sabemos de lo que hablamos.

Albania no es como la España de los años cincuenta. Aunque tenga rasgos de aquello, es otra cosa. Luego ellos salieron de una dictadura brutal hasta límites inimaginables, y aunque su dictador principal murió en la cama, como el nuestro, de ahí pasaron a un régimen que no tiene comparación con ningún otro en la historia de la humanidad. No exagero, no hay un caso similar al albanés. Basta con decir, que el Estado entero, desde sus ministros hasta el más miserable de los campesinos del norte, todos, prácticamente sin excepción, invirtieron lo que tenían en un juego diabólico, las pirámides financieras, la gran estafa de las pirámides: se llegó a dar el cincuenta por ciento de interés mensual. Descubrieron que se podía vivir sin trabajar, porque el dinero trabajaba solo.

Y así estuvieron casi seis años, viviendo de las pirámides financieras, o lo que es lo mismo, aprovechándose del blanqueo de dinero que afluía y salía reconvertido. Hasta que quebró. Pero no quebró la industria, ni las empresas, ni el comercio o el sistema bancario. Quebró todo el país. Albania durante unas semanas de 1997 dejó de existir como Estado, porque no había transportes, tiendas, ejército, jueces, policías, oficinas, ministerios, nada. Dejó de existir y hasta las embajadas extranjeras fueron arrasadas. La población indignada lo había perdido todo en la gran estafa, y no sabían contra quién ir, porque se habían engañado unos a otros. Nada que ver con una revolución o un levantamiento popular, era un estado de indignación ante la ruina, buscando a los culpables, que eran todos, desde los gobernantes corruptos hasta los trabajadores indolentes. Los albaneses durante casi seis años pensaron que eran los más listos del mundo y sus dirigentes los golfos más avispados del planeta; todo el país podía vivir sin producir y sin trabajar. Los estafadores estafados y a nivel de todo un país. Dudo que haya un precedente en la historia de la humanidad.

Y ahora, después de todo eso, apenas diez años después, pasear por Tirana es como moverse entre los cascotes de un país en ruinas, donde no hay más ley que la del grupo mafioso, donde te puedes encontrar con la singularidad de que te confisquen el pasaporte cuando entras en tu hotel - el Internacional, el más conocido de los que hay en Tirana- y te aseguran que no te lo entregan hasta el último día y después de abonar la cuenta. Ysi exiges una explicación, te intimida un supuesto gerente musculado que te advierte que estás en Tirana y que ésa es la nueva costumbre del país. En la calle te arreglas como puedas, pero en el hotel queda retenido tu pasaporte; porque sus jefes son un estado dentro del Estado y te lo demuestran permanentemente.

El primer ministro de Albania acaba de hacer una proposición que no he logrado entender si se trata de una broma albanesa o de una falacia informativa. Para atraer inversiones extranjeras será posible comprar terreno albanés a un euro el metro cuadrado. Por lo demás la vida sigue, y uno puede empaparse de patriotismo viajando a Kruja, a tiro de piedra de Tirana si no fuera porque el estado de las carreteras lo hace casi un viaje de aventuras, allí donde el valeroso Skanderbeg estableció en el siglo XIV la primera capital del país. O se puede encontrar algo tan insólito como dos travestis de etnia gitana exhibiéndose por la avenida principal de Tirana. O un muchacho con una camiseta negra donde va escrito en blanco sobre negro Pablo Escobar,y debajo la fecha que mataron al famoso narcotraficante colombiano. O festejarse en algún exquisito restaurante ítalo-albanés.

Uno de esos personajes que ha sobrevivido en Albania a todos los desastres; a la guerra mundial, a la posguerra y al régimen de Hoxa, a la transición de la dictadura marxista-leninista-estalinista a la democracia mafiosa, uno de esos tipos singulares que también produce Albania y que habla por cierto un castellano impecable con leve acento cubano, evocaba la situación diciendo: "este país y desde hace mucho tiempo ha vivido de engañarse. Nosotros hacíamos como que trabajábamos y el régimen de Hoxa hacía cómo que nos pagaba".

En la época del comunismo solía obligarse a los niños a escribir en las faldas de los montes, con piedrecitas, frases de loa al líder Enver Hoxa. Se cuenta que no hace mucho se vio a un adulto escribiendo un lema demoledor: "Haz algo por tu país, emigra".