Hollande, Europa y la moral

Los franceses han hecho su elección. Han dejado atrás la campaña de las presidenciales, pero queda ahora la de las legislativas en junio. Será tensa, incluso en el seno de los dos principales partidos, la UMP y el PS. La derecha clásica, zurrada por el fracaso del presidente saliente, hace frente a un dilema importante: aprestarse a llegar a una componenda con el Frente Nacional, derechizarse aún más y decaer en el sentido moral –la estrategia de un Nicolas Sarkozy perdedor– o bien resignarse a una pérdida cuantiosa de escaños parlamentarios aunque salvando así su alma con el rechazo de todo tipo de reconocimiento de la parte de la derecha radical.

La izquierda se ve también expuesta a una situación de tensión, pues la amplia unión que ha permitido que François Hollande resultara elegido está llena de contradicciones: entre quienes enarbolan valores ecologistas , por ejemplo, y los defensores del productivismo; entre partidarios del crecimiento y partidarios del mantenimiento de la austeridad, etcétera. Los resultados de la primera vuelta debilitaron a los ecologistas, con los cuales el PS había alcanzado un acuerdo electoral para las legislativas; pero también al Frente de Izquierda, que ha obtenido medianos resultados; en el último momento, la adhesión de François Bayrou ha sumado un aliado al amplio abanico de candidatos del PS y de sus aliados a un escaño parlamentario: la campaña será reñida.

Sin embargo, más allá de estas perspectivas políticas, ¿qué porvenir se le ofrece ahora a Francia?

La situación económica y social no se presta al optimismo. Numerosos planes sociales, eliminación de puestos de trabajo, cierres de negocios y empresas, deslocalizaciones, ceses de pagos, etcétera, suspendidos a instancia del Elíseo, se anunciarán ahora en breve. Cabe esperar, en consecuencia, la aparición de protestas, la radicalización de los que ha dejado atrás la crisis económica, la aparición de movimientos a pequeña escala pero susceptibles de ampliarse e incluso de verse tentados de recurrir a la violencia.

El crecimiento francés es notablemente débil y de hecho sólo podrá recuperarse en el seno de un impulso de conjunto de Europa; en este sentido, la elección de François Hollande es la que suscita mayores esperanzas. En efecto, tal esperanza refuerza la postura de quienes quieren acabar con una política de rigor y de austeridad insoportable, como es de apreciar en Grecia y en España, de modo que convierte a Francia en el líder inédito de una política de relanzamiento económico que podría contar con numerosos apoyos en Europa e incluso obligar a la Alemania de Angela Merkel a modificar sus posturas.

La nueva situación no es sólo de índole económica y social; es también moral y cultural. La derecha francesa, bajo la dirección de Nicolas Sarkozy, se ha aproximado a las posiciones del Frente Nacional; se ha derechizado en las cuestiones relativas al islam, la inmigración, la identidad nacional, la laicidad; ha coqueteado con el racismo y la xenofobia del Frente Nacional. François Hollande, a este respecto, ha actuado de manera prudente y, sobre todo, no ha alentado la apertura de debates de fondo sobre tales desafíos, que habrían podido poner de manifiesto contradicciones internas en su propio terreno y debilitar su campaña. Bastó que recordara, al final de la campaña, su plan de conceder derecho de voto local a los extranjeros para que perdiera uno o dos puntos en los últimos sondeos. Lo cierto es que todo lo concerniente al islam y a la inmigración, especialmente, se ha dramatizado, y se ha caído incluso en el exceso y la radicalización en el caso de la derecha y la extrema derecha y en la cautela, si no el silencio, en el de la izquierda: existe fundamentalmente un problema de fondo que repercutirá en los próximos meses y años, sobre todo si la crisis sigue causando sus efectos nocivos. El fracaso de Eva Joly en la primera vuelta de las presidenciales ha debilitado considerablemente la ecología política y prácticamente ha clausurado el debate sobre la energía nuclear, ya que François Hollande ha anunciado que sólo cerrará una central, la de Fesseheim: algo que queda muy lejos de las exigencias de quienes reclaman el abandono puro y simple de la energía nuclear.

De este modo, Francia ha entrado en un periodo histórico en el que podrá desempeñar un papel fundamental en el seno de una dinámica europea renovada promoviendo el crecimiento para sí y para todo el Viejo Continente. Francia hace frente, además, a la necesidad de recuperar un impulso moral y cultural, una capacidad de encarnar los valores que han hecho de ella con frecuencia el símbolo de los valores humanos y del universalismo o de reavivar los proyectos e ideas modernizadoras que puede aportar la ecología política.

Aunque cabe el riesgo, también, de que experimente momentos de inestabilidad y desasosiego, ciclos de dificultades sociales que podrían ejercer efectos paralizantes sobre el nuevo gobierno en el poder. Para poder hacer frente a tales desafíos, los nuevos equipos dirigentes deberían cumplir, al menos, dos requisitos.

El primero se refiere a la formación o fortalecimiento de protagonistas críticos que no confundan su terreno de actuación, social y cultural, con el reducto de la mera política y que sean capaces de inspirar una apertura en el caso de conflictos susceptibles de negociación, en materia de derechos humanos, de medio ambiente, de reconocimiento de la diversidad y de las diferencias culturales: todos esos movimientos cuyos primeros amagos datan de finales de los años sesenta –con sus altibajos– y que la crisis actual tiende a asfixiar. Tal vez una incitación a la recuperación moral y cultural exige incluso signos institucionales y la introducción de nuevas instancias y realidades que marquen efectivamente el empeño por acabar con las desviaciones de ruta más preocupantes. Ahora bien, ¿será posible evitar la radicalización y la violencia que pueden surgir en el seno mismo de estos movimientos?

La segunda condición se refiere a las mediaciones institucionales y políticas que no han dejado de verse debilitadas a lo largo del mandato de Sarkozy: sindicatos, profesiones, asociaciones, Parlamento, etcétera. A fin de que sea practicable una vía de abordar los conflictos de signo constructivo, lejos de las tentaciones de recurrir a la violencia y la hiperideologización, es menester que sea realmente factible un enfoque político e institucional, cortando en seco las conductas que han desembocado en la descomposición del tejido de función de intermediación entre el poder central y el pueblo.

Francia acaba de vivir un periodo dominado por los protagonistas políticos y los medios de comunicación mientras los actores sociales y culturales retenían la respiración, las posibles instancias y figuras mediadoras esperaban días mejores y faltaban ámbitos y foros para promover debates de fondo, sobre todo acerca de los desafíos morales y culturales.

Dejado atrás este periodo, es menester agradecer a François Hollande que le haya dado la puntilla. Ha llegado la hora de que este país se plantee la revitalización de la democracia, confiando en que las dificultades económicas y financieras no destruyan esta esperanza desmoralizando a unos e irritando a otros.

Michel Wieviorka, sociólogo y profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París

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