Hombres de Estado y políticos apócrifos y con los pies de barro

EN 1974 en Suresnes (Francia) celebró el PSOE su último congreso en el exilio, y en él fue elegido secretario general Felipe González, que sustituyó al histórico Rodolfo Llopis, partidario del marxismo. El nuevo secretario general quería renovar el PSOE, que percibía lejos de la socialdemocracia y que aceptaba el marxismo como ideología. Tras ser aprobada la Constitución de 1978, que estableció para España un Estado democrático, social y de Derecho bajo una monarquía parlamentaria, el PSOE celebró en mayo de 1979 su XXVIII Congreso. Felipe González sometió allí a aprobación el abandono de la ideología marxista. Su propuesta fue derrotada. Tras ese rechazo, dimitió como secretario general del PSOE. No soy socialista y en mi dilatada vida política siempre combatí duramente al socialismo, a sus gobiernos y a sus líderes, haciéndolo como adversario y no como enemigo. En 1979 estábamos en los albores de la transición y a mí, como demócrata, me impresionó la postura de Felipe González y le envié un telegrama felicitándole por su valentía y su servicio a la democracia.

Viendo el panorama político de hoy y la profunda crisis que afecta al PSOE, he releído el discurso de Felipe González en el congreso al que me he referido, justificando y explicando las razones de su propuesta y el abandono de la secretaría general. Hoy, como entonces, admiro aquel gran discurso y el talante democrático que inspiró el mismo. A la vista de la situación que atraviesa la vida política española, no resulta ocioso recordar algún pasaje de aquella pieza oratoria. Decía Felipe González: «A mí en este partido me introdujeron razones fundamentalmente éticas y por supuesto un conocimiento del marxismo que creo modestamente es superior a algunas de las exposiciones poco rigurosas y poco marxistas que yo, en silencio, con respeto y sin querer intervenir, he venido oyendo a lo largo de los debates».

Proseguía González: «Quiero deciros que con tener mucho peso las razones políticas que me podrían obligar a seguir ligado al puesto, lo que algunos creen que es el leitmotiv de la política, el sillón de secretario general, aunque muchas razones políticas lo aconsejen, estas se cortan, se separan en este momento en mi conciencia de las razones morales. Y si hago política perdiendo fuerza moral y razones morales prefiero apagarlas. Porque yo no estoy en la política por la política, sino por un impulso ético, que no suena demasiado revolucionario, que no suena demasiado demagógico, porque es la que mueve a Felipe González a hacer política. Les quiero decir algo muy serio, a mi juicio esta Constitución es la que nos permitirá vivir en paz y libertad». Hasta aquí una muestra del compromiso de Felipe González y de la talla de un hombre de Estado que antepone lo que es bueno para la democracia en España a la defensa de su puesto de secretario general. En el Congreso Extraordinario de 1979 se abandonaron definitivamente los postulados marxistas y se aceptó el socialismo democrático como ideología oficial, resultando elegido secretario general del PSOE, Felipe González.

Sería oportuno que los militantes socialistas releyeran este discurso y sobre todo Pedro Sánchez, que al tener siete años en 1979, como es natural, no pudo asistir al Congreso. Yo dudo de que lo haya leído alguna vez, y si lo ha leído, a la vista de su conducta actual, hay que concluir que es un mal socialista, que puede acabar con su partido y con el sistema de convivencia en España con tal de satisfacer sus obsesivas ambiciones personales, al igual que el conjunto de personas que le rodea y le jalea.

Me resta añadir un recuerdo. En el tiempo de la dimisión como secretario general de Felipe González yo era presidente de la Junta Regional de Extremadura, y miembro de la ejecutiva de UCD, y recibí la llamada de Adolfo Suárez, en la que me pedía que en ese trance no agobiáramos al PSOE, ya que este era necesario para la consolidación de la joven democracia en España. Este era el talante democrático de Adolfo Suárez, gran hombre de Estado, que tan injustamente fue tratado en vida y que siempre puso por encima de sus intereses y de su partido los intereses de España, como demostró con su dimisión como jefe de Gobierno, justificando que lo hacía para que la democracia no fuera un breve paréntesis en la historia de España.

El sentido de la política y de su ejercicio es lo que define a los hombres de Estado, como Suárez y González, y lo que los diferencia de los políticos apócrifos y con los pies de barro que anteponen su propio interés a los intereses generales. En el caso de Pedro Sánchez, es claro que sólo mueve su política su interés en llegar a presidente del Gobierno, al precio que sea y sin tener en consideración ni el interés general ni el interés de su propio partido.

Luis Ramallo fue presidente de la Junta Regional de Extremadura.

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