Hombres que violan a mujeres

 Protesta en Pamplona contra los abusos sexuales en los Sanfermines LUIS AZANZA
Protesta en Pamplona contra los abusos sexuales en los Sanfermines LUIS AZANZA

Está hoy abierto el debate sobre las causas de la violencia sexual contra las mujeres. Con la violación cometida por La Manada como herida profunda y reciente, y con una extensa indignación en la sociedad española por la persistencia de la violencia sexual; inadmisible, insoportable y que no cesa. Considero un tremendo error acercarse a la violencia sexual de hombres a mujeres desde la naturalización. Partir de lugares como que hay un sexo débil y otro fuerte, o una naturaleza más sensible, o impulsiva, y obviamente ya no digo las hormonas o la sexualidad irrefrenable; no hay fundamento científico que lo sostenga. Décadas de investigaciones feministas sobre la construcción social de la sexualidad desmontaron los argumentos deterministas. Y aun así, perviven en artículos, posicionamientos, interpretaciones, e incluso en jurisprudencia.

Si, con la misma naturaleza, existe entre los hombres hoy menos criminalidad y la excepción que se mantiene atemporal es la violencia contra las mujeres, será que no es en la biología incontrolable donde hay explicación.

Creo también equivocado acercarse a esta cuestión acusando los cambios contextuales que acontecen a nuestras sociedades, dándoles papel de causa de la violencia sexual. Por ejemplo, los cambios de las últimas décadas en lo laboral —desempleo, tecnología, precariedad—, o en lo relacional —la rotura de esquemas en el amor, sexo, familia(s) o roles de género. [Y ya no digo las creencias racistas de que el problema viene del otro, de fuera; burda falsedad]. No tiene sentido por sí mismo que a un cambio social se responda violando. Los cambios desvelan o ponen contra las cuerdas aquello que subyace, que son relaciones de poder.

Había violaciones antes de los cambios contextuales. Antes de la tecnología, la precariedad, las sociedades multiculturales o el feminismo. Durante gran parte de nuestra Historia, las mujeres fueron consideradas propiedad de los hombres, el acceso a su cuerpo era un derecho y su violación, un crimen contra el propietario. El “contrato sexual” que describe C. Pateman permite entender cómo se garantizó el acceso de los hombres a los cuerpos de las mujeres. Queda rastro en lo político, jurídico, social y cultural. Por ello sería tan error como lo anterior tratar el tema desde lo anecdótico, enfermedad o desviación.

Aquello que deberíamos revisar de forma ineludible es, primero, las relaciones de poder que prevalecen. La desigualdad de género estructural, la jerarquía social que posibilita violentar, humillar, usar a la otra, en este caso. Ello es válido para todo eje de desigualdad, si no pregunten por ejemplo a las personas migradas o racializadas. Y segundo, la adscripción de —todavía— algunos/demasiados hombres a esa ideología de dominación que es el machismo. La violencia —también la sexual— viene a generar-mantener-demostrar ese poder.

Fue el feminismo —movimiento y teoría política— el que comprendió la violencia sexual como forma de violencia de género. S. Brownmiller en 1975 ya estudiaba la violación como mecanismo de control que logra un estado colectivo de miedo. A lo que siguió un rico despliegue de investigación académica, los más conocidos quizás los trabajos de C. MacKinnon sobre sexualidad y dominación. Aprendimos que para erradicar la violencia sexual contra las mujeres hay que comprender a qué responde y que ello es imposible con ceguera de género. Que la violación tiene voluntad de someter y que esto va de poder.

Hoy, tras más de dos siglos de lucha feminista, este eje de dominación se viene quebrando y la sociedad ya no acepta el machismo como orden social naturalizado. Estamos en plena y maravillosa revolución. El tema es qué hacemos con ese bagaje patriarcal. Y la pregunta/brecha relevante hoy es por qué hay algunos hombres que violan o violarían y otros no. Dónde radica el abismo.

La respuesta habrá que indagarla en lo cultural, socializador, ideológico; tendrá que ver con cómo valoran la libertad de las mujeres, qué poder creen ellos que merecen tener sobre las mujeres, qué acceso o derecho creen tener sobre nuestro cuerpo, cuánto sometimiento de mujeres ha habido en su familiarización con el sexo, o si han aprendido a mirarnos como a un objeto o como a un ser humano de igual a igual.

Cómo se ven a sí mismos con relación a nosotras. Cuánto machismo tienen interiorizado, normalizado; o bien deconstruido, desechado. Lo positivo es que eso se puede cambiar, necesita ser cambiado y está cambiando. Hagamos que cambie definitivamente.

Maria Freixanet Mateo, politóloga, es senadora por En Comú Podem. @mariafreixanet

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