Homenaje al profesor González de Cardedal

Las ciencias básicas, como la física, la filosofía, la biología, la filología, la historia, la jurisprudencia, la estética, y así sucesivamente, precisamente a través de enlaces continuos y múltiples con la ciencia y la técnica aplicadas, mejoran la sociedad. ¿Y por qué no va a ocurrir eso con la teología? Un economista no puede evitar tener en cuenta lo que supuso la consulta de los comerciantes españoles en Amberes a Francisco de Vitoria en La Sorbona, interrogándole sobre la licitud, o no, del pago de intereses. Los remitió Vitoria a su discípulo Martín de Azpilcueta, miembro de la Escuela de Salamanca, quien les señaló que sí era lícito, porque el interés es el pago del tiempo. Y eso se enlazó, como probó Hayek en Estocolmo en su alusión a economistas fundamentales para la Escuela de Viena, con la economía moderna. Concretamente, el gran Böhm-Bawerk fue el que encajó perfectamente el punto de vista inicial de Azpilcueta.

Esta convicción nació en mí desde que, de la mano del libro «La Universidad española (siglos XVIII y XIX)» (Taurus, 1974) de M. y J. L. Peset Reig, estudié toda la significación de la reforma universitaria de Pidal-Gil de Zárate, durante la Administración del Gobierno moderado de Narváez. Tras ella se esfumó de la Universidad oficial española, con la música, la teología. El error de la Música se remedió a finales del siglo XX, gracias a los esfuerzos del entonces rector de la Universidad de Oviedo, López Cuesta. Pero nada de eso ha cambiado respecto a la teología en España, en contraste con lo que sucede en esos tres focos esenciales para conocer hoy la marcha de la ciencia y la cultura en el mundo, que son Alemania, Gran Bretaña y los Estados Unidos, porque en sus grandes universidades hay estudios de teología. ¿Pueden olvidar los economistas las dudas del gran Marshall, el maestro de Keynes, Pigou y Robertson, sobre si debería orientar su formación en Cambridge en teología moral o en economía? ¿Por qué no intentar, pues, que la teología retornase a la Universidad pública?

Para mostrar la racionalidad de este deseo, y aunque se trataba de una universidad estatal, pero que no concedía grados, cuando fui nombrado rector de la Universidad Hispanoamericana de Santa María de La Rábida, acudí a dos teólogos, de la Universidad Pontificia de Salamanca, Fernando Sebastián y Olegario González de Cardedal, de los que tenía noticias a través de reuniones en la Fundación Juan March con personas que habían asistido a las famosas Reuniones de Gredos, montadas sobre todo por Muñoz Rojas. Por entonces me enteré de que había sido colaborador de Xavier Zubiri.
Confieso que quedé fascinado intelectualmente por ambos. Fernando Sebastián ha tenido una promoción eclesiástica notable. Pero Olegario González de Cardedal continúa vinculado a dos universidades de Salamanca —la Pontificia y la estatal— hasta ahora mismo. En la Pontificia ha sido catedrático de teología y ahora es el director de la Cátedra de Teología «Domingo de Soto», otro nombre de teólogo que es un enlace para los economistas de la Universidad estatal de Salamanca. Yo logré su presencia asidua, primero en La Rábida, después en la Escuela de La Granda, y mucho me complació respecto a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, como miembro yo de su patronato, que desde 1988 a 2008 crease la Escuela Karl Rahner-von Balthasar, que registró el mayor número de matrículas de alumnos en todos los seminarios que se ofrecían en las actividades que se celebraban en el Palacio de la Magdalena. Téngase en cuenta que fue alumno de Karl Rahner. Ahora esa Escuela se ha trasladado a Monte Corbán, en el edificio del seminario diocesano. Impresiona la calidad del programa realizado en ella del 11 al 15 de julio de 2011. En él se analizó «el lugar que ocupó el cristianismo» en la segunda mitad del siglo XX en España «y dónde está hoy», profundizando sobre «cuáles son las nuevas propuestas antropológicas y cuáles las nuevas vías de convivencia y de colaboración entre una comprensión cristiana de la realidad y las iniciativas de la ciudad secular».

En la primera concesión mundial del premio Ratzinger de teología, el profesor González de Cardedal fue galardonado con él. En su entrega, el pasado 30 de junio en el Vaticano, el abrazo que le dio Benedicto XVI fue explicado por este aludiendo a sus mutuos trabajos en la Universidad de Múnich sobre san Buenaventura. Sus palabras exactas fueron: «Con el profesor González de Cardedal me une un camino común de muchos decenios. Ambos comenzamos con san Buenaventura y dejamos que él nos indicara la dirección. En una larga vida de estudioso, el profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y eso no simplemente reflexionando y hablando de ella desde un escritorio, sino también confrontándose siempre con el drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de una forma muy personal las grandes cuestiones de la fe y, así, las cuestiones del hombre de hoy. De este modo, la palabra de la fe no es algo del pasado; en sus obras se hace verdaderamente contemporánea a nosotros». Porque González de Cardedal estudió a fondo teología en la Universidad de Múnich, como residente en el célebre Colegio Español allí creado que tanto ha hecho para nuestra cultura, y además —y ratifica esto mi alusión anterior a los lugares señeros en el ámbito universitario—, también trabajó a fondo en Oxford y en la Universidad de Washington. A partir de su tesis doctoral, las aportaciones bibliográficas del doctor González de Cardedal, sus cursos, sus conferencias, incluso sus oportunos artículos periodísticos —recordemos sus últimas Terceras publicadas en ABC—, lo colocan en ese puesto señero del mundo intelectual español que ha sido ratificado con ese premio Ratzinger.

En este sentido, conviene señalar que sus obras rezuman, por un lado, sabiduría teológica. Ahí están libros tan esenciales como «Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología» (1995), o «Cristología» (2005), o «El quehacer de la teología» (2008). Pero, simultáneamente, ante el mensaje literario y la preocupación por España, creo que no es posible dejar a un lado algo así como una especie de poso unamuniano en cuanto a vivencias personales, y también en cuanto a eso que para siempre denominó Laín Entralgo «el problema de España». Yo lo encontré en «Madre y muerte», publicado en 1994, en «España por pensar», aparecido en 1985, y también en el premio de ensayo Espasa 1984, «El poder y la conciencia». Sensibilidad literaria castellana y sabiduría teológica que se concentran en su otra obra, «Cuatro poetas desde la otra ladera».

Como miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, aseguro que cuando tiene lugar la obligada intervención anual de los numerarios la expectación, primero, y el entusiasmo posterior a la de González de Cardedal son sistemáticos desde que tomó posesión de la medalla 17, el 11 de marzo de 1986.

¿No va a conseguirse, después de estos preludios de La Rábida, La Granda, Santander y Salamanca y tras este galardón del premio Ratzinger, que también lo es a la cultura española, que esa puerta levemente entornada que se ha conseguido que permanezca así desde 1973 a hoy se abra con mayor decisión? ¿No es hora de que se liquide lo que denominó con agudeza María Dolores Gómez Molleda «el Kulturkampf español»? ¿Habrá merecido la pena aquel esfuerzo compartido con Fernando Sebastián y Olegario González de Cardedal? O, por el contrario, ¿será la formidable categoría de este algo aislado, sin derivaciones, como ese solitario chopo que contemplé cuando acudí a su homenaje en la localidad abulense de Lastra del Cano, y que me hizo recordar aquello que escribió en 1915 Juan Ramón Jiménez: «¡Terrible ya, entonces, loco, ardiente chopo español solitario!».

Juan Velarde Fuertes, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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