Hong Kong le dice no al “sueño chino”

Al principio de su novela satírica El sueño chino, cuya tapa fue diseñada por el artista chino disidente Ai Weiwei, Ma Jian expresa su gratitud a George Orwell, autor de 1984 y Rebelión en la granja. Según Ma, Orwell “lo predijo todo”.

La reflexión de Ma (cuya obra está prohibida en China y que vive exiliado en Londres) se refiere, por supuesto, a las advertencias de Orwell sobre el peligro de un futuro totalitario de dictaduras que lavan el cerebro a la gente. Hoy, en la región de Xinjiang en China, el régimen tiene a cerca de un millón de uigures musulmanes encarcelados en centros de “reeducación”.

El libro de Ma apunta contra el Partido Comunista de China (PCCh), que según sostiene, “encarceló las mentes y atormentó los cuerpos del pueblo chino”. En particular, Ma satiriza el emblemático “sueño chino” del presidente Xi Jinping. En la novela, un funcionario comunista cree que este sueño “se volverá mundial” y que el PCCh se convertirá en “el partido gobernante de la humanidad”.

Pero antes de convencer a la humanidad de sus bondades, el “sueño chino” tendría que ser aceptado por el pueblo de China, incluidos los habitantes del Tíbet, Xinjiang, Hong Kong y Taiwán. En Estados Unidos, para exhortar a alguien a aceptar la realidad se le dice que “despierte y huela el café”. Hoy, cuando la población de Hong Kong se despierta, la realidad del comunismo chino huele a gases lacrimógenos.

Hong Kong lleva cinco meses en un estado de agitación, después de que unas protestas inicialmente pacíficas terminaron muchas veces degenerando en violencia de parte de la policía y de los manifestantes. Al principio, las protestas se centraron en la propuesta del gobierno de Hong Kong de permitir la extradición de presuntos delincuentes a China continental. No era posible tomar en serio a quienes decían que no había ningún problema en esto, ya que otros estados‑nación soberanos tienen acuerdos de extradición similares con China. Hong Kong no es, evidentemente, un país soberano: eso es un componente fundamental de su situación especial. La ciudadanía hongkonesa temió que la extradición la dejara sin la protección del Estado de derecho, y que legalizara en la práctica el secuestro de personas consideradas “enemigas” del Estado chino.

Pero con el correr de las semanas, y tras la negativa inicial del gobierno de Hong Kong a ceder en relación con la propuesta de ley, las protestas comenzaron a girar en torno de otras cuestiones, en particular el alto costo de la vivienda y los bajos ingresos. También hubo una sensación general y totalmente justificada de que con Xi, las autoridades chinas habían estrechado el control sobre Hong Kong e incumplido sus promesas anteriores de respetar la libertad y la autonomía de la ciudad.

Además, las autoridades no hicieron ningún intento de abrir un diálogo con los manifestantes respecto de su futuro. Como ocurrió en las manifestaciones prodemocracia de 2014 en Hong Kong, en vez de discusión política y búsqueda de consenso se apeló a un creciente uso de la fuerza para la imposición del orden público.

Siento cierta solidaridad con aquellos oficiales de policía (y sus familias) que se comportaron correctamente, pero que se vieron obligados a ocupar el lugar que le correspondía a un gobierno eficaz y atento a las demandas de la gente. Lamentablemente, como han documentado muchos organismos de derechos humanos, algunos oficiales no respetaron las normas de la correcta conducta policial. Un prestigioso cirujano en Hong Kong escribió un artículo en The Lancet sobre la violación de normas humanitarias, tras el arresto por disturbios de médicos y enfermeros mientras proveían primeros auxilios. Tratados como terroristas, se los obligó a arrodillarse con los brazos en la espalda y las manos atadas con cable.

No es extraño, pero sí muy lamentable, que los abusos policiales provocaran a veces una respuesta violenta, que no es posible excusar, aunque sea posible entenderla. Más de 5000 manifestantes han sido arrestados; sólo hubo un oficial de policía suspendido.

Ya desde junio, muchas personas (incluido un respetado expresidente de la Corte Suprema de Apelaciones de Hong Kong) pidieron la creación de una comisión para investigar los motivos de las manifestaciones, la respuesta policial y la conducta de los manifestantes. Pero con las manos evidentemente atadas por el gobierno de Xi en Beijing, la jefa del ejecutivo hongkonés Carrie Lam y su gobierno se negaron a crear dicha comisión, aunque tal vez eso hubiera puesto fin a la agitación hace meses.

La dirigencia china y sus voceros en Hong Kong han insistido en que una mayoría silenciosa de la comunidad local se opone a los manifestantes, y que detrás de las protestas hay una “mano negra”. Pero las elecciones locales del 24 de noviembre contaron otra historia.

La cantidad de inscripciones para votar y la participación electoral fueron las más altas de la historia de la ciudad. Las fuerzas prodemocracia obtuvieron una victoria aplastante, con 347 de los 452 escaños. Los candidatos independientes, muchos de ellos también prodemocracia, consiguieron otros 45 escaños, mientras que el establishment favorable a Beijing sólo se alzó con 60 escaños. Antes de la elección, los 18 concejos de distrito de Hong Kong estaban bajo control de fuerzas partidarias de China; ahora en 17 manda el campo prodemocracia. No es extraño que un periódico local describiera el resultado como un “tsunami”.

La insultante insinuación de las autoridades chinas de que la ciudadanía de Hong Kong fue objeto de una manipulación es claramente ridícula. La no tan silenciosa mayoría se hizo escuchar: parece que el “sueño chino” no tiene muchos entusiastas en Hong Kong.

Algunos observadores creen que ahora las autoridades chinas intentarán limitar el Estado de derecho en Hong Kong, controlar el sistema judicial independiente, dictar leyes contra la sedición y la subversión y lavarles el cerebro a los niños de la ciudad. Y es posible que suceda: muchas veces en Beijing las políticas se deciden en una atmósfera de ignorancia mezclada con paranoia.

Pero si la dirigencia china fuera prudente, se abstendría de este curso de acción y permitiría al gobierno de Hong Kong iniciar un diálogo con sus ciudadanos y usar una comisión investigadora a la manera de un órgano de verdad y reconciliación.

Los ciudadanos de Hong Kong quieren seguir viviendo en una sociedad libre bajo el Estado de derecho. Ese es su sueño; como han mostrado las últimas elecciones, a pocos les interesa el sueño de Xi.

Chris Patten, the last British governor of Hong Kong and a former EU commissioner for external affairs, is Chancellor of the University of Oxford. Traducción: Esteban Flamini.

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