Honor, intimidad e imagen de Laura Luelmo

A lo largo de cinco años como Defensora del Pueblo he escuchado en muchas ocasiones a personas relatarme sus quejas por un trato que no creían merecer de una administración, sus dolencias por no haber sido atendidas cuando se han dirigido a un organismo público o sus temores por las consecuencias que una norma recién entrada en vigor podría suponer para ellas.

Los ciudadanos acuden a la institución del Defensor por vías muy diversas que como es lógico incluyen los medios digitales, pero cuando ves o escuchas, frente por frente, la situación o el relato de lo que les sucede y les preocupa hay frases o imágenes que se te quedan gravadas de tal manera que serías capaz de repetir con detalles, un tiempo después, lo que te han dicho o lo que tú has observado.

Hace algún tiempo la madre de una de las menores que habían sido secuestradas en un barrio de Madrid por un individuo que abusó de ellas vino a verme para pedir ayuda en las circunstancias por las que atravesaba la familia y la propia menor, que ya estaba con sus padres. La madre rogaba que los medios de comunicación no repitieran, no ya el nombre o iniciales de la menor, sino dato alguno que permitiera su identificación y lo hacía con vehemencia; no era un ruego; era toda una exigencia a favor de preservar la dignidad, la fama, el honor de su hija. Todo su propósito era que la víctima pudiera llegar con el tiempo a olvidar, y que su entorno no la señalara por lo sucedido.

Tenía aquella madre tanta razón en sus argumentos y en el derecho que la asistía en su solicitud que se comprendía bien su vehemencia y también sus exigencias.

Las palabras de aquella madre me vuelven a la memoria tras varios días de noticias sobre la muerte de la joven Laura a manos de un asesino que ha confesado el crimen cometido en El Campillo, Huelva. Me llama la atención la mucha información detallada que sobre el crimen se proporciona: las averiguaciones de la Guardia Civil y cómo se llega a ellas, los análisis de los forenses y las dificultades encontradas en su trabajo. Me pregunto qué sentirán los padres de Laura al escuchar tantos relatos, tantos supuestos, tantas hipótesis, y cuáles no serán sus sufrimientos.

¿Es realmente necesario que la opinión pública conozca todos los detalles de cómo y en qué circunstancias se cometió el crimen? Quienes tienen la responsabilidad de averiguar lo sucedido ¿no deberían reservar los detalles para la familia, si desea tener el conocimiento de todos los hechos, y para el poder judicial para su posterior actuación, y preservar todos los detalles sobre la intimidad violentada, violada, agredida brutalmente hasta su muerte por el asesino? ¿Son precisas las ruedas de prensa, así como la información sobre los trabajos en curso, día tras día, para contar por dónde y cómo avanza la investigación? Y cuando llegue el momento del juicio ¿será necesario divulgar, otra vez, el cómo, de qué manera, en qué momento se produjo la agresión y cuánto tiempo tardó en morir?

Pienso que el derecho a la información tan fundamental en una democracia es perfectamente compatible con el derecho a la intimidad que asiste a una persona y a sus circunstancias, aunque ella ya no pueda solicitarlo, pero ese derecho, pese a todo, le sigue asistiendo e incluso es todavía más defendible.

La familia nada me ha dicho. No soy ya Defensora del Pueblo, pero sí recuerdo bien que entre los derechos humanos y también entre nuestros derechos fundamentales están los relativos al honor y los derechos para preservar nuestra propia imagen. También recuerdo aquello de nuestro clásico de que «el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios...».

Soledad Becerril fue Defensora del Pueblo.

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